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jueves, 8 de junio de 2023

CALCUTA SIN FRONTERAS

fe adulta

col koldo

 

 

Ya hace algunos años, la breve estancia en Calcuta con la nariz roja me marcaría para siempre. Esa gran ciudad colindante con el averno me ha desafiado desde entonces. Los imborrables ejemplos de entera donación que contemplé allí no han dejado de interpelarme en lo más hondo. ¿Cuántas noches no exploré en la red el billete “Madrid-Delhi” para ponerme a las órdenes de las hermanas de dos únicas túnicas, un cubo de hojalata y una manoseada biblia, que servían a los últimos incondicionalmente? Más pronto que tarde la inmolación había de ser y escribirse. Durante muchos años pensé que el servicio pasaba inevitablemente por un amplio aeropuerto y un vuelo hacia un destino tan lejano como desventurado. Fue así que saltamos a todos los continentes, que ensayamos encender sonrisas en Asia, América y África.

Excelentes amigos/as donostiarras permanecen junto a Calcuta (calcutaondoan.org). Su lance amoroso, no exento de tremendo coraje y valentía, se inició junto a los últimos alientos, a la vera de los moribundos de su populosa estación de tren. Por más que aún trato de apoyarles, he asumido mi pertenencia a la clase de voluntarios a los que venció esa ciudad desbordada de ruido y pobreza. Me costó entender que el voluntariado puro y sincero goza en realidad de un horizonte sin límite.  Finalmente he dejado de fustigarme por no haber comprado el “Madrid-Delhi” sin vuelta, por no haber metido lo mínimo en la mochila y escrito a mi familia una orgullosa carta de despedida. 

Había entrega más allá de esos sencillos y espartanos lechos. No limpio llagas de moribundos. No he pasado horas a la vera de quien se arrecuesta para repasar y despedirse de su existencia corporal. Me ha costado comprender que las geografías en vía de desarrollo no son el único y exclusivo campo de servicio. En realidad, todo está en ciernes, todo es susceptible de desarrollo y nosotros podemos auspiciarlo en cualquier lugar, de las más variadas formas. Durante tiempo consideré que “lo más” era apuntarse a una ONG y olvidarse de uno mismo junto a la ventanilla de un raudo vuelo al tercer mundo. No había otra puerta de entrada a la selecta comunión de los servidores. Poco a poco esa visión reduccionista del servicio fue felizmente cediendo. El teclado me ayudó. Cantar a la existencia, a la belleza, a la solidaridad humana…, me hizo sentirme útil sin necesidad de maletas en la mano y quinina contra la malaria en el bolsillo. La palabra me llegaba y en realidad no era mi palabra. La Vida me la regalaba, la quería de vuelta, glorificándola en todo momento y en todo lugar. 

En todo acto puede haber algo para los demás. El servicio puede ser un modo permanente de vida, una actitud interiorizada. Incluso el más simple de los actos que llevamos adelante puede ir imbuido de ese necesario espíritu, tal como afirma el Maestro también indio, K. Parvathi Kumar. La necesidad mora en un mundo carente de lo mínimo material, pero la necesidad no clama menos en un mundo saturado de lo material. Ahora sé que servir es afirmar el control de tu alma o, lo que es lo mismo, de tu mejor versión en cada momento. Incluso el orgullo es capaz, en un momento dado, de desplegar caricia y aparente ternura. Acorralar en nuestro interior el lamento, cerrarnos a la crítica negativa conscientes de que todos estamos en proceso de evolución, blindarnos a la condena sabedores de que en su momento nosotros también hicimos daño al prójimo; mantenernos ante la vida con los brazos incondicionalmente abiertos, es la forma de servirla, por más que la miseria y la mugre no te rodeen en ese momento.

Cojamos o no el avión, cada vez que se afirma la atención al prójimo, la compasión, el gozo genuino, estamos sirviendo. Compremos o no el billete intercontinental podemos siempre afirmar nuestra faz más amable, irradiar aliento. No ceder al abatimiento por más dura que se quiera manifestar la existencia, constituye también entrega sin tacha. 

No pasamos nuestra prueba de permanencia en ese infierno de a once cercanas horas de avión, pero junto a este ventanal sin uralita, ni chabolas de fondo seguiremos tecleando e intentando conjugar el superior verbo de “servir”, afirmando sin duda alguna esa voluntad cada vez más universal. Había en realidad otras muchas Calcutas sumidas en una desesperación de otro orden. Mientras Dios nos dé fuerza y alargue teclado, sostendremos la esperanza y la luz sobre esta Tierra, allí y aquí, siempre bendita.

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