FE ADULTA
Todos los grupos humanos pueden tener entre ellos un traidor. Se trata de alguien que no ve que el proyecto común sea lo que responde a la realidad de manera de cumplir los objetivos planteados. Buscar alternativas incluso a costa del resto parece para ellos la mejor opción. Cuando no es posible hacerse comprender, hay una crisis que ha de desencadenar ineludiblemente un cambio radical.
Entre los discípulos, Judas aparece como quien “entrega” a Jesús. Jesús advierte al grupo que hay alguien que lo va a entregar. Incluso parece señalar quién es. ¿Por qué los discípulos no paran a Judas? La cosa sigue su curso. Participan todos de la cena, del pan partido. Todo sigue adelante, como si nada pasara o como si todos aceptaran que es lo que tiene que pasar. Como si no pudieran o no quisieran hacer nada. ¿Por qué no hablan con Judas? ¿Por qué no tratan de convencerlo o por lo menos de llegar a un acuerdo? En la versión joánica, el mismo Jesús dice a Judas: “Haz pronto lo que tienes que hacer” (Jn 13,27). Pero está claro que el plan de Judas es reunirse con el grupo que quiere acabar a Jesús y de hecho vendrá “acompañado de mucha gente, con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo” (Mt 26,46). Parece como si Judas se pasara de bando y nadie hiciera nada para detenerlo. Mas aún, lo que pasará es lo que tiene que pasar. En palabras del mismo Jesús: “Todo esto ha sucedido para que se cumplieran las Escrituras de los profetas” (Mt 26,56).
De esta manera se abre paso el episodio más dramático en la vida de ese grupo. Jesús ha de sufrir y morir. Y los discípulos que quedan han de dispersarse: “En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron” (v. 56). Este acontecimiento excede en mucho la lógica de continuidad del grupo.
Es entonces cuando aparecerá un nuevo conjunto de protagonistas. Según el relato mateano, “Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo; entre ellas, María la Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los hijos de Zebedeo. Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús” (vv. 55-56).
Tal vez la muerte y el vacío marcan y son la posibilidad del comienzo de una nueva etapa, incluso de un nuevo colectivo de protagonistas, de testigos de la vida y también de la muerte de Jesús y de la dispersión del grupo. Las palabras, las parábolas y los relatos que Jesús usaba para referirse a la muerte y la angustia podrían empezar a cobrar relevancia para ellos: el grano de trigo de trigo que muere, la angustia de la mujer que grita de dolores de parto (Jn 16,21); y ahora la tumba (v. 66). Solo algunos serán capaces de advertir la continuidad en medio del vacío: el grano da lugar a un brote, el parto a la vida; y, el cuerpo muerto en una tumba, ¿a qué da paso?
Tal vez intentando responder a esta última pregunta, o por canalizar a su dolor compartido o sin más que buscar consuelo, es que “María la Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro”. Y así, serán testigos, tendrán una misión, cogerán la posta, continuarán…
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