JOSÉ ANTONIO PAGOLA
No es la manifestación sensible de los sentimientos el mejor criterio para verificar el amor cristiano, sino el comportamiento solícito por el bien del otro. Por lo general, un servicio humilde al necesitado encierra, casi siempre, más amor que muchas palabras conmovedoras.
Pero se ha insistido a veces tanto en el esfuerzo de la voluntad que hemos llegado a privar a la caridad de su contenido afectivo. Y, sin embargo, el amor cristiano que nace de lo profundo de la persona inspira también los sentimientos, y se traduce en afecto cordial.
Amar al prójimo exige hacerle bien, pero significa también aceptarlo, respetarlo, valorar lo que hay en él de amable, hacerle sentir nuestra acogida y nuestro amor. La caridad cristiana induce a la persona a adoptar una actitud cordial de simpatía, solicitud y afecto, superando posturas de antipatía, indiferencia o rechazo.
Naturalmente, nuestro modo personal de amar viene condicionado por la sensibilidad, la riqueza afectiva o la capacidad de comunicación de cada uno. Pero el amor cristiano promueve la cordialidad, el afecto sincero y la amistad entre las personas.
Esta cordialidad no es mera cortesía exterior exigida por la buena educación, ni simpatía espontánea que nace al contacto con las personas agradables, sino la actitud sincera y purificada de quien se deja vivificar por el amor cristiano.
Tal vez no subrayamos hoy suficientemente la importancia que tiene el cultivo de esta cordialidad en el seno de la familia, en el ámbito del trabajo y en todas nuestras relaciones. Sin embargo, la cordialidad ayuda a las personas a sentirse mejor, suaviza las tensiones y conflictos, acerca posturas, fortalece la amistad, hace crecer la fraternidad.
La cordialidad ayuda a liberarnos de sentimientos de indiferencia y rechazo, pues se opone directamente a nuestra tendencia a dominar, manipular o hacer sufrir al prójimo. Quienes saben comunicar afecto de manera sana y generosa crean en su entorno un mundo más humano y habitable.
Jesús insiste en desplegar esta cordialidad no solo ante el amigo o la persona agradable, sino incluso ante quien nos rechaza. Recordemos unas palabras suyas que revelan su estilo de ser: «Si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?».
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