fe adulta
La Madre Tierra se reacomoda en su espacio. Su inmenso cuerpo tiembla, pero nuestro abrazo se aprieta y nuestra fraternidad se fortalece. Nuestros pequeños están saliendo del susto, tienen estos días la tez morena y hablan fluido árabe. Más y más niños recién rescatados, abandonando el infierno, pasando de brazo en brazo, haciendo brotar alrededor puro arrojo y escondida humanidad.
Los terremotos no sólo quiebran los suelos, separan las placas, sino que sirven para abrir el acartonado corazón colectivo. Los servicios de rescate llegados del mundo entero encuentren los ya débiles latidos. Los canes de privilegiado hocico den con el humano aún vivo entre los cascotes.
La vida sepultada pueda emerger sobre la tierra. Aquellos que aún respiran bajo los escombros, lo puedan hacer a luz del día. De nuestros bolsillos salga el socorro generoso.
El dolor desbordado traiga su debida recompensa de unidad y cooperación en medio de una geografía humanamente tan dividida.
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