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Hay días que sería mejor no despertarse, o no abrir un periódico ni escuchar una emisora. Porque, si lo haces, puedes recibir aldabonazos que te zarandean y te impiden caer en la complacencia a la que te invitan los mantras que hablan de crecimientos, de salida de la crisis, de aumento del bienestar…
La pobreza había descendido en años recientes, pero ha vuelto a aumentar al tiempo que se produce la mayor concentración de riqueza de la época moderna. Eso pone de manifiesto el informe sobre desigualdad que realiza Oxfam de forma periódica, y que suele hacer público coincidiendo con la cumbre de Davos celebrada en enero de 2023, (El Foro Económico anual celebrado en los Alpes suizos bajo el lema; Cooperación en un mundo fragmentado). Algunos datos, que no necesitan interpretación: el 1 % más rico acumula casi el doble de riqueza que el resto de la población mundial en los últimos dos años. Durante la última década, los más ricos han acaparado el 50 % de la nueva riqueza generada. La fortuna de los mil millonarios está creciendo a un ritmo de 2.700 millones de dólares al día, al mismo tiempo que al menos 1.700 millones de trabajadoras y trabajadores viven en países en los que la inflación crece por encima de los salarios. La riqueza se concentra a gran velocidad y la brecha entre los ultrarricos y los empobrecidos se agranda, aceitada por sistemas fiscales poco equitativos: la fiscalidad sobre la riqueza supone solamente el 4% de la recaudación, frente al 18% que procede de la tributación de las rentas del trabajo, el 19% de las personales y el 44% del IVA.
El postulado de que la riqueza de las capas sociales más altas “se filtra” a las capas más bajas se ha derrumbado. El papa Francisco ha dicho que esas “teorías del derrame” jamás han sido confirmadas por los hechos, y las ha calificado como “una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante”. Esos mecanismos constituyen “una economía que mata”; frente a ellos son necesarias “decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo” (Evangelii Gaudium, 2013, N. 53, 54 y 204).
No se sostiene que el aumento de la pobreza se deba a la escasez de recursos. Es resultado de la inequidad en el acceso a los bienes, del acaparamiento basado en la fuerza, de la explotación de unas personas por otras y unos países por otros, de la insolidaridad personal y colectiva… Influyen los conflictos armados, los efectos del cambio climático, los desplazamientos de población, el deterioro de los sistemas de producción agrícola… pero, sobre todo, se debe a la organización del sistema económico global que no está diseñado para satisfacer las necesidades de las personas sino para el lucro de quienes ostentan el poder.
El hambre y la malnutrición, son “hermanas gemelas” de la pobreza: más del 10% de los habitantes del planeta padece hambre, según la ONU. Más de 1.000 millones sufren desnutrición y unos 3.100 millones no pueden acceder a dietas saludables que contengan los niveles adecuados de nutrientes esenciales. Nos encontramos ante la “paradoja de la abundancia”, de la que habló Juan Pablo II: “Hay comida para todos, pero no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros ojos” (Discurso en la Primera conferencia sobre Nutrición, 5 de diciembre de 1992). Otra manifestación de la pobreza es la falta de vivienda digna (1.500 millones de personas viven en casas sin las mínimas condiciones de habitabilidad), o no disponer de acceso a agua potable y a instalaciones sanitarias básicas.
El hecho de que 73% de la población mundial carezca de una adecuada protección social ante el desempleo, la maternidad, la discapacidad o las lesiones en el trabajo o que casi la mitad de las personas en edad de jubilación en el mundo no reciba una pensión desemboca en situaciones de vulnerabilidad.
Otros rostros de la desigualdad, discriminación o el sufrimiento
La pobreza no significa solo falta de ingresos o recursos. La pobreza tiene muchos otros rostros transidos de sufrimiento:
Millones de personas refugiadas o desplazadas de sus hogares por conflictos armados en decenas de países, el terrorismo, la emergencia climática o la propia situación de pobreza.
Millones de personas al año son víctimas de la trata (el 80% mujeres y niñas) y terminan en el comercio sexual (el 54%), en trabajos forzosos (el 38%) o en matrimonios forzosos, redes de mendicidad o delincuencia, extracción de órganos, producción de pornografía…
Millones de niñas y niños trabajadores en actividades agrícolas, industriales o mineras desproporcionadas para su edad y capacidad.
Millones de mujeres y hombres cuyos salarios indignos los abocan a la pobreza.
Las mujeres sufren discriminación y violencia en todas las sociedades, relegadas a roles injustos que derivan en desigualdades económicas, sociales y políticas. En muchos lugares del planeta ni siquiera se les reconoce su condición de personas y son tratadas como simples objetos.
La existencia de los pueblos indígenas u originarios (entre 370 y 430 millones de personas), suele estar asociada a explotación, discriminación, pobreza y violencia. Representan el 5% de la población mundial, pero son el 15% de los pobres del mundo.
En España, más de 40.000 personas son desahuciadas de sus viviendas cada año, por no poder pagar el alquiler o la hipoteca. Unas 37.000 no tienen techo donde cobijarse. Cerca de 6.000 personas de la Cañada Real, un asentamiento chabolista de Madrid, sufren desde hace dos años severos cortes de luz para presionarlos a que desalojen la zona, en la que tienen fuertes intereses grandes empresas inmobiliarias.
Resolver las causas estructurales de la inequidad
“La pobreza -ha dicho el papa Francisco- nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero” (Mensaje por la I Jornada Mundial de los Pobres, 13 de junio de 2017).
Este desolador retrato del mundo en que vivimos nos golpea, nos incomoda y nos desazona. Algo podemos hacer a nivel personal, como apoyar a las ONGD que promueven el desarrollo y el bienestar de la gente. Prevenir esas lacras pasa por la creación de oportunidades económicas y sociales para las víctimas. Pero es necesario luchar contra ese sistema económico, político y social dominante que genera pobreza y desigualdad. Hay que exigir a gobiernos y organismos multilaterales que hagan efectivos principios como “bien común” y “destino universal de los bienes”.
Francisco señala que “resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar (…). Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y, en definitiva, ningún problema” (Evangelii Gaudium, 2013, N. 202).
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