fe adulta
El domingo pasado, el evangelio de Mateo nos presentaba a Jesús recorriendo Galilea y anunciado la buena noticia del Reinado de Dios. A partir de hoy, hace que los oyentes se reúnan en un gran auditorio al aire libre, se sienten en torno a Jesús, y escuchen el programa de ese reino de Dios: el “Sermón del monte”, que leeremos los próximos domingos.
Selección del auditorio
Jesús no es un político que quiere ganar votos a todo precio, engañando y haciendo promesas que no cumplirá. Desea dejar claro quiénes sintonizarán con su proyecto y quiénes no. Para que no se llamen a engaño. Y eso lo expone, al principio de todo, en las bienaventuranzas. Es imposible explicar en pocas palabras el sentido de cada una de ellas (quien lo desee puede leer J. L. Sicre, El evangelio de Mateo, pp. 102-112).
Las bienaventuranzas proponen valores desconcertantes
Si Jesús dijera: “Dichoso el que tiene buena salud, el que gana lo suficiente para vivir, el que disfruta con su familia…” no habría necesitado justificar esas afirmaciones. Cualquier persona habría estado de acuerdo. Sin embargo, Jesús proclama dichosa a gente que sufre, llora, es perseguida… Por eso, cada bienaventuranza va seguida de una justificación: «porque de ellos es el reino de los cielos», «porque ellos serán consolados», etc. El premio prometido en la primera y última es «el Reino de los cielos». En realidad, todas las otras se refieren también a ese Reino de Dios, sólo que fijándose en determinados aspectos concretos. Este premio no podemos interpretarlo solo como algo de la otra vida. Comienza a realizarse en esta. Dicho en palabras sencillas, todas esas personas son dichosas porque pueden formar parte de la comunidad cristiana (Reino inicial de los cielos) y, más tarde, del Reino definitivo de Dios.
Las bienaventuranzas no son una carrera de obstáculos
La mención de los pobres, los que lloran, los sufridos… puede crear una sensación de malestar, como si tuviéramos que pasar por todas esas situaciones para formar parte del reinado de Dios. Las bienaventuranzas se nos convierten en una terrible carrera de obstáculos, donde tras cada valla nos espera la siguiente. Sin embargo, las bienaventuranzas son algo muy distinto.
Las bienaventuranzas, ocho puertas para entrar al Reino de Dios
Antonio Barluzzi, el arquitecto italiano que diseñó la Basílica de las bienaventuranzas en 1939, tuvo la bella idea de una planta octogonal, y en cada lado una gran ventana por la que se puede contemplar el paisaje exterior. Sin embargo, las bienaventuranzas no son ventanas para mirar lo que ocurre fuera, sino puertas abiertas por las que se puede entrar a escuchar y seguir a Jesús.
Encima de cada puerta hay una inscripción con la bienaventuranza correspondiente. A veces el sentido del texto resulta discutible (Jesús habló en arameo, luego se tradujo al griego, y ahora lo retraducimos a nuestras lenguas). Vamos a dar una vuelta al edificio, haciéndonos unas preguntas delante de cada puerta. Al final podrás elegir la que te viene mejor para entrar al palacio.
1. ¿Te consideras pobre ante Dios, como el publicano que dice: «Apiádate de mí, Señor, que soy un pecador?» ¿O piensas que tienes muchos méritos y puedes pasarle una factura de todo lo que haces por él? ¿Ambicionas la riqueza, tener cada día más?
2. ¿Te hacen sufrir las injusticias que provocan miles de exiliados y desplazados, paro juvenil, trata de blancas, etc., o te dejan indiferente? ¿Sufres con el dolor ajeno? ¿Experimentas en tu vida el dolor físico, problemas psíquicos, económicos, laborales?
3. ¿Estás convencido de que la mejor respuesta a la violencia es la no-violencia? ¿Qué «el que a espada mata, a espada muere»? En una sociedad donde abunda tanto odio, respondes, como Jesús, «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»?
4. ¿Tienes hambre y sed de justicia, es decir, de hacer lo justo, de cumplir la voluntad de Dios, como Jesús, que consideraba su alimento «hacer la voluntad de su Padre».
5. ¿Te compadeces de los enfermos, del que te debe algo, de los pecadores, igual que se compadeció Jesús? ¿O consideras pecadores a los que no piensan y sienten como tú, y les deseas todo el mal del mundo?
6. ¿Eres limpio de corazón en tu relación con los demás, no engañando, defraudando, calumniando ni criticando?
7. ¿Trabajas por la paz, por un mundo más justo, porque domine el buen entendimiento en la familia, en tu ambiente?
8. ¿Te han perseguido o criticado por intentar cumplir lo que Dios quiere?
9. Cuando critican, insultan, calumnian al papa Francisco y a la Iglesia, ¿le das gracias a Dios, estás alegre y contento por la gran recompensa que recibiremos en el cielo?
Has terminado de rodear el edificio. ¿Cuál es la puerta que más se te adecua para entrar? Quizá haya dos o tres. Si piensas que no hay ninguna, usa la primera: te consideras «interiormente pobre», sin mérito ante Dios. Puedes entrar.
Resumen
Las bienaventuranzas nos dicen qué personas pueden entender y aceptar el mensaje de Jesús, incorporándose a la comunidad cristiana. No son, ante todo, un código de conducta moral que dice: «así tienes que actuar si quieres ser cristiano». Es más bien una exposición de situaciones y de actitudes ante la vida que permiten entender el evangelio y entusiasmarse con las palabras de Jesús.
La bienaventuranza no dice: «Sufre, para poder entrar en el Reino de Dios».
Dice: «Si sufres, no pienses que tu sufrimiento es absurdo; te permite entender el evangelio y seguir a Jesús».
No dice: «Procura que te desposean de tus bienes para actuar de forma no violenta».
Dice: «Si respondes a la violencia con la no violencia, no pienses que eres estúpido, considérate dichoso porque actúas igual que Jesús».
No dice: «Procura que te persigan por ser fiel a Dios».
Dice: «Si te persiguen por ser fiel a Dios, dichoso tú, porque estás dentro del Reino de Dios».
Pero, al tratarse de los valores que estima Jesús, no cabe duda de que las bienaventuranzas se convierten también en un modelo de vida que debemos esforzarnos por imitar. Después de lo que dice Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante actitudes como la de prestar ayuda, no violencia, trabajo por la paz, lucha por la justicia, etc. El cristiano debe fomentar esa conducta. Y el resto del Sermón del Monte le enseñará a hacerlo en distintas circunstancias.
1ª Lectura: miedo en vez de alegría (Sofonías 2,3; 3,12-13)
El texto es fruto de unir un versículo del c.2 con dos versículos del c.3. Se exhorta a buscar a Dios, cumplir sus mandatos, buscar la justicia, la moderación, pero con el fin de librarse «el día de la cólera del Señor». Efectivamente, en el c.3 esa cólera acaba con los enemigos y solo subsiste un pueblo pobre y humilde. Las bienaventuranzas coinciden en hablar de un nuevo pueblo de Dios, con las mismas características, pero el punto de partida no es el miedo a la cólera de Dios. Aconsejo no detenerse en esta lectura.
2ª lectura: las bienaventuranzas en Corinto (1 Cor 1,26-31)
En cambio, es muy adecuado el texto de Pablo, que se podría parafrasear: «Bienaventurados lo que no son sabios, ni poderosos, ni aristócratas». «Bienaventurados los que el mundo considera necios, la gente baja y despreciable, la que no cuenta para los demás». Porque ellos podrán unirse a Cristo y formar parte de su comunidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario