Leonardo BoffReparando en la situación de la humanidad, de la Tierra viva, de sus ecosistemas, de las relaciones entre las naciones guerreando
entre sí militar o económicamente, de tribus en África matándose, cortando brazos o piernas, de una superpotencia como Rusia masacrando a un pueblo pariente suyo, de selvas que están siendo devastadas, como en la Amazonia y en el Congo…
Cuando sigo los informes científicos de los climatólogos diciendo que ya hemos pasado el punto crítico de calentamiento y que ya
no hay vuelta atrás, y que ni la ciencia ni la tecnología nos podrán salvar ya, solo prevenirnos, y finalmente diciendo que radicalizamos el antropoceno (el ser humano es la gran amenaza para la vida, estamos en la sexta extinción de vidas), pasamos por
el necroceno (muerte en masa de organismos vivos) y ahora hemos llegado al piroceno (la era del fuego en la Tierra), tal vez la
fase más peligrosa para nuestra supervivencia.
Los suelos han perdido su humedad, las piedras se han recalentado y las hojas y las ramas secas empiezan a provocar terribles incendios, como ocurrió en 2022 en toda Europa, hasta en la húmeda Siberia, en Australia, en California y especialmente
en la Amazonia.
Y más aún, cuando veo que los jefes de estado y los directivos de las grandes empresas (CEOs) ocultan tales datos o no les dan importancia para no perjudicar los negocios, con lo cual están cavando su propia sepultura.
Peor aún, cuando OXFAM y otros organismos nos muestran que solo el 1% de la población mundial controla prácticamente todo el flujo de las finanzas y posee más riqueza que más de la mitad de la población mundial (4.700 millones), y que en Brasil, según FORBES, 318 multimillonarios poseen gran parte de su riqueza en fábricas, tierras, inversiones, holdings, en bancos e instituciones de países
diferentes al suyo, en el cual 33 millones pasan hambre y 110 millones se encuentran en insuficiencia alimentaria (comen hoy y
no saben qué comerán mañana o después) y donde hay millones de parados o en la pura informalidad, me viene a la mente la
imparable pregunta: ¿nosotros los humanos, somos todavía humanos o vivimos en la prehistoria de nosotros mismos, sin
habernos descubierto como iguales, habitantes de la misma Casa Común?
Con todas estas desgracias, de las cuales el ser humano es en gran parte responsable, ¿todavía merece vivir sobre este
planeta? ¿O es que la propia Tierra tiene su estrategia interna, como el coronavirus reveló: cuando una especie amenaza
demasiado a todas las demás, busca una manera de disminuir su furor o incluso de eliminarla para que las demás puedan seguir
desarrollándose sobre el suelo terrestre?.
En este contexto recuerdo la frase de uno de los mayores brasileros de nuestra historia, Betinho, que decía muchas veces
en sus conferencias: el problema mayor no es económico, no es político, no es ideológico, no es religioso. El problema mayor es la falta de sensibilidad del ser humano para con su semejante, con el que está a su lado. Hemos perdido la capacidad de tener
compasión con quien sufre, de extender la mano a quien pide un pedazo de pan o un sitio para dormir en época de lluvias
torrenciales.
La cultura del capital nos hace individualistas, consumidores, nunca próximos y ciudadanos con derechos, mucho menos nos
concede sentir que somos de hecho hermanos y hermanas por tener los mismos componentes físico-químicos, iguales en todos
los seres vivos, también en los humanos.
Hace más de dos mil años, hubo alguien que pasó entre nosotros enseñándonos a vivir el amor, la solidaridad, la compasión, el
respeto y la reverencia ante la Realidad Suprema, hecha de misericordia y perdón, y que, por causa de estas verdades
radicalmente humanas, fue considerado un enemigo de las tradiciones religiosas, un subversivo del orden ético del tiempo y
acabó ajusticiado y levantado en lo alto de una cruz fuera de la ciudad, lo cual era símbolo de maldición y del abandono de Dios.
Él soportó todo eso en solidaridad con sus hermanos y hermanas. Su mensaje ha permanecido hasta hoy, en gran parte traicionado
o espiritualizado para desvitalizar su carácter transformador y mantener al mundo así como está, con sus poderes y desigualdades infernales. Pero otros, pocos, siguieron y siguen sus ejemplos, su práctica y su amor incondicional. Muchos de ellos por seguir su causa conocieron y conocen su mismo destino: la calumnia, el desprecio y la eliminación física. Pero es por causa de estos pocos, creo yo, que Dios todavía se contiene y no nos hace desaparecer.
Aún creyendo esto, ante este cuadro sombrío me vienen a la mente las palabras del libro del Génesis: “El Señor vio cuánto
había crecido la maldad de los seres humanos en la tierra y cómo todos los proyectos de sus corazones tendían únicamente hacia
el mal. Y el Señor se arrepintió de haber creado a los seres humanos en la tierra y su corazón se entristeció. Entonces dijo el
Señor: voy a exterminar de la faz de la tierra al ser humano que creé y con él a los animales, los reptiles y a las aves del cielo, pues me pesa haberlos creado” (Gn 6,5-7).
Estas palabras, escritas hace más de 3-4 mil años, parecen describir nuestra realidad. Colocados en el jardín del Edén (la Tierra viva) para guardarlo y cuidarlo, el ser humano se ha vuelto su mayor amenaza. No bastaba ser homicida como Caín, ni etnocida con la exterminación de pueblos enteros en las Américas y en África. Se ha hecho ecocida, devastando y desertificando ecosistemas enteros. Y ahora irrumpe como biocida, poniendo en peligro la vida de la biosfera y la propia vida
humana.
Aquí cabe citar los informes científicos de una gran periodista norteamericana Elizabeth Kolbert. Después de escribir el libro
premiado “La Sexta Extinción: una historia nada natural”, acaba de publicar “El Cielo blanco: la naturaleza del futuro”, en el que
describe los intentos desesperados de los científicos para evitar el desastre global como efecto del calentamiento, pues crece día a
día. Solo en 2021 fueron lanzadas a la atmósfera 40 mil millones de toneladas de CO2. Estos científicos proponen bloquear con
geoingeniería una gran parte del sol para que deje de calentar el planeta. El cielo quedaría blanco.
¿Cuáles serían las consecuencias, especialmente para la biosfera, para la fotosíntesis y para todo aquello que depende del sol? Por
eso esa tecnología es cuestionada. Crearía más problemas que los que quiere solucionar.
Termino con la observación de uno de los mayores naturalistas, Théodore Monod, que escribió un libro justamente con este título: “Y si la aventura humana fallase” (2000). La base de su suposición es la terrorífica capacidad destructiva de los seres humanos, pues “son capaces de una conducta insensata y demente; a partir de ahora se puede temer todo, verdaderamente todo, incluso la aniquilación de la raza humana” (edición francesa, p.246).
Soy un pesimista esperanzado. Pesimista ante la realidad perversa en la cual vivimos y sufrimos. Esperanzado porque creo que el ser humano puede cambiar a partir de una nueva conciencia, y creo en el Creador que de esta crisis y eventualmente de una ruina puede construir un tipo de seres humanos más fraternos entre sí y respetuosos de la Casa Común.
*Leonardo Boff, eco-teólogo, ha escrito Habitar la Tierra, Vozes 2022; con Jürgen Moltmann, ¿Hay esperanza para la Tierra
amenazada? Vozes 2014.
Traducción de MªJosé Gavito Milano
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