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sábado, 14 de enero de 2023

LEYENDA DE UN CUARTO REY MAGO

fe adulta

col acebo

 

Me manda un amigo esta leyenda que ha salido en Aletheia, una publicación argentina. Basado en la leyenda, en 1896 Henry van Dyke, escribió un cuento de Navidad, titulado ‘El otro rey Mago’, en el que contó la historia de Artabán, ese rey que nunca llegó a su destino.

Lo describe como un hombre de largas barbas, ojos nobles y profundos que residía —en el año 4 A. C.— en el monte Ushita. Por medio del oráculo, que dominaba, supo que vendría al mundo un ser que traería el perdón de los pecados. Melchor, Gaspar y Baltasar, también enterados, le enviaron un mensaje invitándolo a unírseles en el recorrido para llegar hasta el Salvador de la especie humana, nacido en un humilde establo de Belén. Sabían que una luz resplandeciente los guiaría hasta el Niño. Los cuatro Reyes Magos habían fijado el zigurat de Borsippa, en la antigua Mesopotamia, como punto de encuentro para llegar a Belén, un pueblo pequeño e insignificante pero destinado a dar al mundo al Rey de Reyes.

Artabán preparó su caballo, escogió delicadamente las ofrendas destinadas al Mesías: un diamante, un jaspe y un rubí y emprendió la marcha. Pero, en el trayecto pasaron muchas cosas que lo retrasaron, perdiendo el contacto con los otros magos. Otras versiones aseguran que se perdió por un eclipse que le impidió seguir viendo la gran estrella de Navidad que lo ayudaría a llegar al pesebre en el que se encontraba el recién nacido.

Tenía un cofre lleno de piedras preciosas para ofrecer al bebé. Pero en su camino se fue encontrando con personas necesitadas que requerían ayuda. Caritativo y generoso, a todos fue asistiendo echando mano de su valiosa carga: una gema, un brillante, una perla así iba repartiendo. Encontró pobres, enfermos, encarcelados y miserables, gente que había sido asaltada, golpeada y despojada de sus pertenencias. Artabán, ese bello samaritano, fue vaciando su cofre en el empeño de atenderlos a todos.

Cuando por fin llegó a Belén, ya el Niño y sus padres habían huido a Egipto, escapando de las garras del rey Herodes; los otros magos habían desaparecido después de adorar al Niño en la cueva. Artabán estaba triste y decepcionado, pero no se daba por vencido. Así que decidió seguir buscando al Niño sin la ayuda de la estrella. Dicen que pasó 30 años intentando encontrarlo. En ese lapso de tiempo, siguió ayudando a los necesitados del camino. Recorrió la tierra entera y un día llegó a Jerusalén, justo en el momento que una multitud enfurecida pedía la muerte de un pobre hombre. Mirándolo, reconoció en sus ojos algo especial. Entre el dolor, la sangre y el sufrimiento, podía ver en sus ojos el brillo de la estrella. Y entonces lo supo, aquel condenado era el Niño que por tanto tiempo había buscado.

Cuentan que, al descubrir que Jesucristo iba a ser crucificado en el Gólgota, se dispuso a ir allí para entregar el jaspe como tardía ofrenda. No obstante, en el camino vio cómo un padre vendía a su hija para saldar sus deudas. Artabán utilizó la última piedra preciosa que le quedaba para liberarla. En ese preciso momento Jesús expiraba en la Cruz, iniciando un temblor de tierra, lo que provocó que una piedra le golpeara en la cabeza y quedara gravemente herido en el suelo.

Y la leyenda termina así: «La tristeza llenó su corazón, ya viejo y cansado aún guardaba una perla en su bolsa, pero ya era demasiado tarde para ofrecerla al Niño que ahora, convertido en hombre, colgaba de una Cruz. Sentía que había fallado en su misión…Y sin tener a dónde más ir, se quedó en Jerusalén para esperar que llegara su muerte. Apenas habían pasado tres días cuando una luz aún más brillante que la de la estrella, llenó su habitación. ¡Era el Resucitado que venía a su encuentro!

El Rey Mago, cayendo de rodillas tomó la perla que le quedaba y extendió su mano. Jesús le tomó tiernamente en sus brazos y le dijo: Tú no fracasaste. Al contrario, me encontraste durante toda tu vida. “Yo estaba desnudo, y me vestiste. Yo tuve hambre y me diste de comer. Tuve sed y me diste de beber. Estuve preso, y me visitaste. Pues yo estaba en todos los pobres que atendiste en tu camino. ¡Muchas gracias por tantos regalos de amor, ahora estarás conmigo para siempre, pues el Cielo es tu recompensa…» Había aliviado las penas de tanto desvalido que la satisfacción que no esperaba fue más hermosa que todas sus piedras preciosas y el reconocimiento de Jesús su privilegio impensado.

Según los astrónomos, la explicación científica de la leyenda, es que el rey llamado Artabán, que iba por su cuenta, pudo perder la referencia después de que la Luna y la nova estuvieran en conjunción, lo que tapó su luz, dejándole sin guía. Eso sí, según estos expertos, todo aquello no sucedió un 6 de enero, sino «cerca del 21 de marzo del año 5 antes de Cristo». Una explicación real a una leyenda convertida en cuento navideño.

Recordamos estos relatos estos días cuando se supone que los tres reyes magos Melchor, Gaspar y Baltasar recorrieron el desierto, sobre sus camellos, camino de Belén. Pero… ¿y si hubieran sido cuatro en lugar de tres?

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