fe adulta
Lc 19, 1-10
«Al ver esto, todos murmuraban»
Hay escenas del evangelio que se prestan especialmente a la contemplación, y ésta es una de ellas. Su mensaje de fondo es que Jesús no considera al pecador un ser malvado, sino necesitado, y ésa es una de las mejores noticias que podíamos recibir. Pero, aparte del mensaje, este pasaje nos invita a disfrutar contemplando un suceso que muestra fielmente su independencia de juicio y su libertad de acción.
Imaginemos Jericó en tiempos de Jesús; un vergel de palmeras y pinos silvestres en las cercanías del Jordán. La benignidad de su clima y la belleza de su paisaje hacían de esta población un lugar idóneo para residir, y no eran pocos los personajes notables de Jerusalén que la habían adoptado como lugar de residencia. Bien es cierto que el fenómeno de masas surgido en Galilea en torno a Jesús no tenía demasiado eco en Judea, pero su fama de líder poderoso le había convertido en un personaje conocido por muchos judíos.
No es extraño, por tanto, que cuando sus habitantes le vieron acercarse rodeado de un amplio séquito de galileos camino de Jerusalén, saliesen para recibirle en la puerta del Este. Como ocurre en estas ocasiones, los notables de la ciudad se esforzaban por no pasar inadvertidos, y es de suponer que se disputaban el honor de hospedar al profeta y sus amigos más íntimos en sus casas.
Entró pues Jesús en la ciudad rodeado de personas importantes que le estrujaban y le agobiaban con mil atenciones superfluas. De pronto, y ante el asombro de todos, detuvo su marcha, miró a un hombre que se hallaba subido a un árbol para verle mejor, y le dijo: «Zaqueo … hoy me hospedaré en tu casa».
Zaqueo era el jefe de los publicanos de Jericó; un hombre, por tanto, muy rico, aunque proscrito y odiado por causa de su profesión. Por eso, cuando la gente importante que acompañaba a Jesús se vio preterida por un pecador público, quedó atónita y escandalizada. Ya no le aclamaban ni le apretujaban, y una oleada de murmullos de desaprobación llenó la escena. El espectáculo había terminado de la forma más inesperada,
No conocían a Jesús. Ignoraban que para él los importantes no eran los sabios, los ricos o los poderosos, sino los necesitados —aunque en este caso la necesidad no fuese de índole económica—. Tampoco sabían que nunca le detenían los prejuicios o el qué dirán, y que no tenía ningún reparo en que le viesen en compañía de personas aborrecidas por todos.
Y es que, con su actitud, Jesús quería mostrarles que lo importante son las personas; que los tenidos por pecadores son en realidad los más necesitados de ayuda, y que él no los despreciaba, sino que, por el contrario, les prestaba el apoyo que necesitaban. Y lo hacía a su manera; liberándoles de la vergüenza, la humillación y el sentido de culpa que con tanto ahínco fomentaban en ellos los tenidos por buenos.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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