La sobrecogedora destrucción que se extiende en la Tierra me mueve a mirar el profundo misterio de creatividad que la habita. Somos hijos e hijas de la creatividad, y responsables de ella.
Soy criatura del aire que respiro, de la sangre que circula en todo mi cuerpo, de las sustancias que me nutren, de los átomos y moléculas, células y tejidos de que estoy hecho, de los órganos que ejercen mis funciones vitales, de los cerca de 100 mil millones de neuronas y más de 100 billones de conexiones neuronales que me hacen ser y sentirme “yo”, ser consciente de mi ser con una consciencia aún incipiente que los seres humanos Sapiens compartimos al menos con numerosas especies animales.
Y de los vegetales ¿qué diremos? Sabemos al menos que, aun sin neuronas ni cerebro, muchas plantas –o todas, cada una a su manera–, son inteligentes. Saben crear –como ningún biólogo ni ingeniero ni creador humano lo sabe hacer todavía– flores que engendran semillas de las que brotan nuevas plantas. Y todas saben nacer y crecer sin codicia, vivir sin inquietud, darse en comunión, dejarse comer, morir sin angustia y dejarse renacer en innumerables otras formas. Suprema sabiduría.
Soy criatura del óvulo materno y del espermatozoide paterno que me engendraron, de los genes que me transmitieron. Soy criatura de las relaciones y condiciones familiares, sociales, culturales, económicas o políticas que me han forjado y me siguen forjando tanto como los genes. Soy criatura de todo lo que veo, oigo, gusto, huelo, toco, de todos los sentidos que me comunican con todos los seres, próximos o lejanos, con lo otro, con todo. Soy criatura de la luz del sol que mantiene encendida la llama de la vida en todos los vivientes. Soy criatura del universo o multiverso autocreador y de sus condiciones creadoras. Y puesto que todos los seres forman parte de las condiciones creadoras del universo y todas están interrelacionadas entre sí, a la vez que criatura soy también creador, co-creador, de dichas condiciones. Cada criatura es, a su manera y en su medida, creador del universo.
También soy, sin duda, criatura de mis propias decisiones. Ahora bien, mis decisiones solo son posibles gracias a un sinfín de circunstancias y condicionamientos. Todas mis decisiones y elecciones –creadoras o destructoras– están enteramente condicionadas por infinidad de condiciones externas e internas. Pero soy yo quien las adopto, y mi decisión es única e intransferible. Y cada una de las decisiones o elecciones que adopto se convierten a su vez en factor –insignificante o decisivo ¿quién lo sabe?– de la decisión de todos los seres.
¿Todos los seres deciden acaso? Creo que se puede decir que, efectivamente, todos los seres deciden, que todos los organismos eligen, cada uno a su manera. Todo organismo obedece a la santa ley de la vida, a la maravillosa ley creadora que le guía. No puede hacer otra cosa. Pero no por ello es una obediencia ciega, sino iluminada. El girasol es capaz de orientarse al sol, de elegir el misterioso impulso vital que lo anima y lo mueve. En esa capacidad de elegir la vida consiste su libertad, que en el fondo consiste en secundar la poderosa creatividad que lo mueve todo, que nos mueve. Y ninguna elección es automática, tampoco la del girasol. Su elección concreta –su decisión, se podría decir análogamente– es fruto de tantas y tan complejas condiciones, ligadas a las partículas de sus átomos a las galaxias más lejanas, que nunca es automáticamente previsible ni predecible de antemano. En un extenso campo de girasoles recién brotados en primavera, ¿quién podrá predecir con seguridad si una cualquiera de esa plantita realizará, y en qué grado, la libertad de vivir, fructificar y darse, si llegará a podrá crecer y florecer, si podrán germinar y si, llegado el final del verano o el comienzo del otoño, podrán madurar sus sabrosas semillas llenas de aceite?
Nosotros, los humanos de hoy, seres tan complejos y frágiles, a medio camino todavía de nuestra realización, somos especialmente criaturas de nuestras propias decisiones ineludibles. Decidimos gracias y de acuerdo a innumerables condiciones, pero decidimos. Un impulso irresistible, una maravillosa creatividad, nos empuja a elegir, a ser libre, es decir: a realizar nuestra vocación creadora, a crearnos y a crear en lugar de destruirnos y destruir. Cada uno de nosotros es el agente, único e irremplazable, de su elección. Cada uno, desde el fondo de nuestro ser, de la Tierra que nos engendra, del Universo en el que somos, una voz eterna como el universo: “Ante ti están la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida y viviréis tú y tu descendencia” (libro bíblico del Deuteronomio 30,19).
Toda elección es, insisto, enteramente condicionada y, a la vez, personalmente adoptada. Y las condiciones externas e internas son tantas y tan infinitamente complejas, que nuestras opciones, aun siendo enteramente condicionadas, nunca son enteramente predecibles. La libertad no consiste en elegir sin condiciones –“libre albedrío”–, sino en hacerme sujeto responsable de las condiciones que me constituyen y de las decisiones que tomo. La libertad es la sabiduría de actuar sabiendo que dependo de todo, que me debo a todos, y es la sabiduría de decidir como si todo dependiera de mí. Humildemente, responsablemente, solidariamente.
Yo soy el agente de mi elección, el agente insustituible de mi decisión, de mi opción de abrirme o de cerrarme, de darme o de reservarme, de cuidar o de descuidar, de crear o de destruir. Yo soy agente y responsable de mis decisiones condicionadas, en relación con todo lo que me ha creado y estoy llamado a crear. Debo a la vez cuidar las condiciones que me hacen y las decisiones de las que soy agente, debo responder tanto de aquellas como de éstas, para crearme mejor. Y este deber es gracia y poder,
No estoy aún creado del todo. Tampoco lo está la especie humana Sapiens, que no es la primera ni será la última de las especies humanas. Ninguna especie, nada está creado del todo. Empujado por esa fuerza imparable de la creatividad, en un universo absolutamente dinámico, interrelacionado y evolutivo, soy criatura inacabada, criatura creándose, criatura en proceso de creación. Todo cuanto existe podría decir lo mismo de sí: “Soy creado, creador y creándose”. Creado y creando, estoy aún por crear y por crearme del todo. Justamente, el término creatura, en latín, no solo significa algo creado, sino que también es nominativo femenino del participio activo futuro del verbo creare: “la que va a crear”; al igual que natura no designa únicamente “naturaleza”, sino que es a la vez el nominativo femenino del participio activo futuro del verbo nascere, nacer, y significa: “la que va a nacer”. Estamos naciendo, en una tierra que gime en dolores de parto.
El eterno Silencio que resuena, la Voz de la creatividad o de Dios que se pronuncia en el fondo de cuanto vibra, suena, habla, actúa, es: “Sois criaturas, creadoras, creándoos. Creaos”.
Oh sagrada creatividad, ábrenos a tu inspiración y guárdanos fieles a tu aliento creador.
José Arregi
Aizarna, 19 de octubre de 2022
www.josearregi.com
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