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ATALAYA

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jueves, 3 de marzo de 2022

¿QUÉ HACER HASTA ENTONCES?

col otalora

 FE ADULTA

Después de la oportunidad de expresarnos a petición del Papa sobre nuestra realidad eclesial y sobre cómo nos vemos en ella, queda un tiempo largo sinodal hasta que Francisco cierre este especialísimo sínodo en 2023 con nuevas propuestas.

Recordemos la singularidad de esta convocatoria universal a toda persona bautizada. La sinodalidad que propone Francisco se caracteriza por caminar juntos ¡de hecho y de derecho!, en la escucha y el cuidado de las relaciones personales. Es decir, por mejorar las actitudes como algo imprescindible en el vivir cristiano. Nos hemos olvidado que por el Bautismo y la Confirmación todos -y todas- somos corresponsables activos en la evangelización. El Papa lo resume en tres grandes vectores de actuación: la misión (vivir la Buena Noticia en todo), la común unión (compartir y celebrar desde el corazón) y la participación (todos somos sujetos activos de ella, en donde no caben actitudes como el clericalismo o la pasividad.

¿Qué hacer hasta entonces?

Hasta conformar un modelo de Iglesia sinodal con odres nuevos propios de la Iglesia del tercer milenio, hemos de mantener viva la llama sinodal que el Papa nos ofrece para vivir mejor nuestra fe hoy y aquí. El gran cambio comenzó con el Concilio Vaticano II al definir la Iglesia como Pueblo de Dios con el laicado ya como miembro pleno de la Iglesia por la dignidad que emana del bautismo. Pero el mensaje central se ha ido desvirtuando y Francisco ha vuelto a pedirnos que lo esencial es ahora caminar juntos, de verdad, rechazado las maneras de aquella estructura de poder teocrático judío que eliminó a Cristo… y que estructuras semejantes lo volverían a hacer sin ningún remordimiento.

En primer lugar, queda pendiente, hasta marzo de 2023, la reflexión de cada persona en oración, desde el discernimiento, de lo que supone vivir la sinodalidad como sinónimo de “caminar juntos”, que no es un mero sentimiento de estar todos reunidos. Es algo más profundo que afecta a las personas, las estructuras y los procesos. Y cuya consecuencia es la conversión en las actitudes, algo muy cuaresmal que ha perdido importancia entre los cristianos.

Ante el miedo que supone salir de la zona de confort -como se dice en el mundo empresarial- todo seguidor de Cristo tiene que practicar la oración, la actitud esperanzada y la humildad. (“sin mí no podéis hacer nada”) pues tenemos pendientes transformaciones personales por una vivencia asentada en seguridades poco evangélicas.

No somos Buena Noticia para demasiada gente, los templos se vacían y no nos gusta nada la autocrítica. Pero siempre es mejor cambiar por propia voluntad, “fijos los ojos en Jesús” (J. A. Pagola) a que nos marginen desde fuera con la indiferencia propia de quienes nos ven que no tenemos nada bueno que ofrecer, escondidos tras los pliegues de la endogamia. Un ejemplo lo tenemos en una liturgia centrada en los signos más que en lo que debiera ser vivido a la luz del Evangelio.

Necesitamos acoger la voz del Espíritu que clama por un cambio que saque nuestros corazones del anquilosamiento actual para transformarse en signo creíble de Buena Noticia.

En segundo lugar, esta reflexión individual en oración para discernir lo que supone vivir la sinodalidad de “caminar juntos” me lleva a una segunda tarea pendiente, tan importante como mi trabajo personal: a la reflexión en oración y humildad también comunitaria, precisamente por la esencia sinodal que quiere Francisco, quien dejó bien claro el papel de liderazgo tractor de los obispos en el tema sinodal para animar, guiar y acompañar a sus comunidades.

¿Dónde están las iniciativas episcopales en esta dirección? Las echo en falta con lo necesarias que son para sus comunidades de feligreses -incluidos tantos curas preocupados, desnortados y desanimados- si se quiere de verdad vivir ya la apuesta sinodal del Papa, o al menos a movernos en sus claves, desde su liderazgo de servicio, es decir, con ejemplo en forma de acciones.

Señores obispos, que también es para ustedes la llamada a la conversión y a la responsabilidad que supone la sinodalidad vivida desde ya en sus diócesis hasta la primavera del año que viene.

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