ECLESALIA
Escribí por aquí hace más de diez años que "el problema de la institución es que reaccionó alejando la vista, sin mirar a los ojos dañados de la víctima, evitando la cuestión" ("El terror del silenciamiento"). Me refería a la Iglesia, a la Iglesia como institución, y a los casos de abusos a menores protagonizados "por personas que tienen a Dios por norte, se comprometen públicamente a renunciar a su genitalidad y dejan buena parte de su voluntad en manos superiores".
Por entonces, Benedicto XVI ejercía de papa y, en su ejercicio, parecía que algo comenzaba a removerse en la institución, algo que no estaba bien y que se ocultaba de forma intencionada. Hace unos días, a punto de cumplir 94 años, escribió una carta "acerca del informe sobre los abusos en la Arquidiócesis de Múnich y Freising". En la misiva afirma que "hoy nuevamente puedo sólo expresar a todas las víctimas de abusos sexuales mi profunda vergüenza, mi gran dolor y mi sincera petición de perdón. Ya que he tenido importantes responsabilidades en la Iglesia Católica, mayor es mi dolor por los abusos y errores que se han producido durante el tiempo de mi misión en los lugares. Cada caso de abuso sexual es terrible e irreparable. Me siento consternado por cada uno de ellos en particular, y a las víctimas de esos abusos quisiera hacerles llegar mi más profunda compasión".
Es muy católico esto de pedir perdón. Así se estipula al comienzo de la Eucaristía y todo un sacramento está dedicado a la gracia de la reconciliación. Benedicto lo entiende así precisamente ahora que "muy pronto -dice- me presentaré ante el juez definitivo de mi vida".
Sin entrar en los detalles de las circunstancias de Joseph Aloisius Ratzinger (en su carta habla de un "memorial de 82 páginas", la "lectura y el análisis de casi 8.000 páginas de documentos en formato digital", el estudio y análisis del "informe pericial de casi 2.000 páginas"), sus palabras me mueven a reflexionar, de nuevo, sobre esta realidad triste, amarga y descorazonadora.
¿No habrá llegado ya el momento de que aquellas personas que ocasionaron el daño, lo ocultaron o lo dejaron pasar, salgan a la luz, pidan perdón y resarzan a quienes violaron su intimidad infantil? Las comisiones, protocolos, investigaciones, informes... que atienden a las personas afectadas son imprescindibles, pero, dado que hablamos de una institución, la Iglesia, que, como tal, dice acompañar la fe, ofrecer esperanza y vivir en el amor, ¿no debería actuar movida por la defensa de las víctimas y no por las denuncias en medios de comunicación y en juzgados? ¿No deberían ya reconocer sus atrocidades quienes las cometieron, antes de esperar a que todas las pruebas de la investigación les señalen? ¡Por el amor de Dios!
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