RELIGIÓN DIGITAL
En las cartas que el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer escribe a su amigo Eberhard Bethge en 1944 desde la sección militar de la cárcel de Berlín-Tegel donde estaba preso por haber atentado de pensamiento, palabra y obra contra el nazismo y el Führer, le anuncia la llegada de una “época totalmente irreligiosa” que ya no necesita de la hipótesis de Dios. En un clima así, aboga por una interpretación no religiosa del cristianismo, que renuncie a hablar de Dios de forma metafísica, a pensarlo en clave de absoluto e infinito y a situarlo fuera del mundo. Esa interpretación lleva a descubrir a Dios en la debilidad y la impotencia, en el sufrimiento y la cruz, no en los viejos atributos de la teodicea: omnipotencia, omnipresencia, y omnisciencia.
Casi ocho décadas después es el filósofo italiano Gianni Vattimo quien retoma la idea de Bonhoeffer y defiende en Después de la Cristiandad. Por un cristianismo no religioso (traducción de Carmen Revilla, Paidós, 2021, ahora en segunda edición), un cristianismo no religioso, si bien desde nuevas bases y desde tradiciones distintas. Vattimo, que en su época de estudiante aprendió del pensador neotomista Jacques Maritian a desconfiar de algunos dogmas de la modernidad, se reencuentra ahora con el cristianismo a través de Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger, los críticos más radicales de la modernidad.
¿No resulta esto paradójico tratándose de dos pensadores no cristianos, y en el caso de Nietzsche, anticristiano? En absoluto, cree el filósofo italiano. Con el anuncio de la muerte de Dios Nietzsche no está haciendo una profesión de ateísmo, sino mostrando que no hay un fundamento último. En realidad, no niega la existencia de Dios. Lo que ha muerto, para él, es el “Dios moral”, el Dios de la escolástica medieval y de la metafísica, el “Dios de los filósofos”, al que se refiriera Pascal.
Heidegger, a su vez, se opone a la metafísica objetivista en nombre de la libertad humana y cree que no es posible pensar la realidad como una estructura anclada en un fundamento último. En consecuencia, tampoco puede unificarse el pluralismo actual en nombre de una verdad última. “Si Dios ha muerto y la filosofía ha tomado en consideración que no puede captar con certeza el fundamento último –argumenta Vattimo– ha concluido también la ‘necesidad’ del ateísmo filosófico”, y es posible creer de nuevo en Dios, escuchar su palabra y tomar en serio la Biblia, libro que, a su juicio, la metafísica racionalista ha ido negando poco a poco. Sólo una filosofía ‘absolutista’, concluye, cree sentirse autorizada para negar la experiencia religiosa.
Vattimo critica con especial severidad la imagen del Dios totalmente otro que ofrece buena parte de la filosofía moderna de la religión, por considerar que está muy cerca del Dios del Antiguo Testamento, tiene muy poco que ver con el Dios encarnado en Jesucristo, conserva muchos de los rasgos del Dios violento de las religiones naturales y sigue siendo, en definitiva, el viejo Dios de la metafísica. La crítica se dirige en concreto a la amplia influencia ejercida por Lévinas y a la deconstrucción de Derrida.
La filosofía de la religión cristiana de Vattimo no transita por los caminos trillados del pensamiento moderno, que entiende la filosofía de la historia como una interpretación secularizada de la idea judeo-cristiana de la salvación, sino por otros que la modernidad ha descuidado: la teología de la historia del monje calabrés Joaquín de Fiore; los discípulos espirituales de éste, entre los que cita a Novalis, Schleiermacher y Schelling; Dostoievski, a quien llama “el pensador cristiano más fiel al Evangelio”, con su paradójica elección de Cristo incluso contra la verdad; el anuncio de la muerte de Dios de Nietzsche, que coincide con el relato evangélico de la crucifixión y radicaliza la paradoja del novelista ruso; la ontología del acontecer de Heidegger frente a la metafísica del ser; los estudios antropológico-religiosos de René Girard, con quien coincide en que si existe una “verdad divina” en el cristianismo ésta consiste en el desvelamiento de los mecanismos violentos de lo sagrado, que caracterizan al Dios metafísico.
Vattimo reflexiona sobre la relación entre metafísica y violencia. La presencia de la violencia en la historia del cristianismo es innegable. Y se mantendrá mientras esta religión esté vinculada a la tradición metafísica.
Estamos ante una concepción posmoderna de la fe, que nada tiene que ver con la aceptación de los dogmas rígidos del catolicismo oficial, y ante una imagen de la Iglesia como comunidad de creyentes que, al decir del propio autor, escucha y pone en práctica el mensaje cristiano. Es la Iglesia de “después de la cristiandad”. Es esta una filosofía que tiene bastante de autobiográfica. Ahí radique quizás parte de la riqueza y del atractivo del libro de Vattimo, que he vuelto a leer con verdadera fruición en sintonía con el autor unas veces y disintiendo otras, pero siempre en un diálogo para mí enriquecedor.
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