Redes Cristianas
En días pasados escuché hablar sobre “Teorías de género” en un conversatorio virtual auspiciado por instancias eclesiales oficiales. Me pareció muy positivo porque hace falta que se hable al interior de la Iglesia de los temas de los que se hablan en la sociedad. Por supuesto dentro de la Iglesia se habla de algunos temas, pero muchas veces, para “condenarlos”, “levantar sospechas sobre ellos”, “alertar de sus peligros y de cómo atentan a la fe”, etc. Pero esta vez, fue una charla bastante abierta, acogiendo las reflexiones filosóficas sobre el tema y mostrando cómo hay diferentes teorías de género y muchas de ellas están en consonancia con el cristianismo.
Las teorías de género llevan muchas décadas siendo desarrolladas y permean, cada vez más, la academia y la vida social. Pero en las instancias eclesiales oficiales, muchos temas llegan tarde después de haberlos perseguido -a veces sin suficiente conocimiento-, pero que calan bastante en la comunidad eclesial. De hecho, en ese conversatorio, una de las personas que intervino manifestó que no estaba de acuerdo con lo dicho porque, como se había afirmado siempre, esas teorías eran totalmente contrarias a la fe. No había demasiado espacio para hablar por lo cual, no se sabe si más personas pensaban así. Algunas otras que hablaron, agradecieron el aporte porque ellas veían que la fe tenía que acoger las nuevas realidades.
Fijándonos en cómo las instancias eclesiales oficiales se aproximan a estas temáticas, podemos ver, por ejemplo, que en ese conversatorio casi todas las participantes eran mujeres, con lo cual, queda claro que el clero participa muy poco de esas reflexiones y, sin embargo, son quienes luego pontifican sobre el tema. Por otra parte, me parece que hay la tendencia a formular los temas con la palabra “nuevo”, como para liberarlos de lo negativo que la Iglesia ha afirmado que tiene esa temática. Por ejemplo, cuando se habla de feminismo, últimamente he escuchado en algunos sectores eclesiales que se acepta el “nuevo feminismo”. Creo que, con ese término “nuevo” se intenta “purificar” el feminismo que tanto se ha criticado o mostrar que no es que se esté cambiando de postura, sino que se asume de “otra manera”.
Desde mi punto de vista, estos esfuerzos por “purificar” los temas o por “apartarse” de la manera cómo se concibe en la sociedad cierta realidad, no tiene sentido. Es verdad que hay muchos feminismos, porque históricamente se ha ido tomando conciencia de distintas demandas y no todas las mujeres han coincidido en las mismas demandas al mismo tiempo. Pero lo fundamental del feminismo que es la reivindicación de los derechos de las mujeres -porque no los hemos tenido- no es un “nuevo feminismo” para que entre a la Iglesia, sino que es el feminismo en sí que, las instancias eclesiales oficiales han de acoger, si quieren caminar al ritmo de los tiempos, si quieren responder a los desafíos actuales.
Lo mismo podríamos decir de las teorías de género que, admitiendo diferencias como lo expuso la conferencista, en su esencia han develado los roles que se atribuyen a las personas en virtud de su sexo, haciendo que tanto varones como mujeres hayan sido limitados, condicionados, restringidos a un tipo de comportamientos –las mujeres son intuitivas, los varones son inteligentes; las mujeres son sentimentales, los varones no lloran, etc.-; pero aceptar dichas teorías no implica “purificarlas” o darles algún adjetivo que parezca que ahora sí pueden entrar en la reflexión eclesial.
Lógicamente las reflexiones y puesta en práctica de estos temas son mucho más complejas de lo expuesto aquí. Las teorías de género que trabajan los colectivos de diversidad sexual, hacen más planteamientos que es necesario estudiar para comprender y acompañar. Pero lo que quiero decir es que no vivimos en dos planos de realidad: lo que se vive en la sociedad y lo que una vez “supuestamente purificado”, admitimos en nuestra experiencia de fe. Por el contrario, si queremos ser una Iglesia que, en verdad, este atenta a los “signos de los tiempos” y quiere suscitar reflexiones sobre las cuestiones actuales, no necesita purificar los temas, sino asumir lo que va siendo conciencia actual de la humanidad porque la ciencia, la cultura, la sociedad van dando esos pasos, los van incorporando y cada vez lo viven más personas.
Algunos aducen que la fe no debe “contemporizar” con el mundo. Esto es cuestionable. Si algo es propio del cristianismo es la encarnación en la historia, el asumir este mundo como él es. Jesús se encarnó como varón, en un tiempo concreto, en un pueblo con una lengua, unas costumbres, fue profeta itinerante, en fin, asumió su tiempo y vivió en él. Cuestionó lo que no correspondía al Dios del reino: ese Dios de la igualdad, de la inclusión, de la misericordia, de la acogida, de las buenas noticias. Nuestra fe, por tanto, es una fe encarnada que ha de asumir el mundo y vivir la fe en él.
Por supuesto la Iglesia ha de ayudar en el discernimiento, ofreciendo una palabra de sentido e interpelando lo que vea necesario, pero en actitud de diálogo, de escucha, de buscar comprender los fundamentos de lo que se va proponiendo. Ha de reconocer que muchas veces hay más ignorancia y dogmatismo que conocimiento de aquello a lo que se opone. La Iglesia necesita aprender mucho más del mundo para responder adecuadamente a él.
De hecho, en aquel conversatorio yo pregunté sobre el lenguaje inclusivo, sobre la teología feminista, sobre el método de deconstrucción y construcción y por las respuestas dadas, nada de esto parecía ser objeto todavía de reflexión en esas instancias eclesiales. Señal de la lentitud con la que se camina y, no dudo, de que esa es una de las causas por las que más personas se alejan de la Iglesia. Conviene, por tanto, liberarse de tanto prejuicio y entrar en diálogo con los desarrollos presentes. Posiblemente así, la Iglesia mostrará que se toma en serio la encarnación del Verbo y por eso asume en verdad la realidad, sin tanto prejuicio o ignorancias que le impiden hacerlo.
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