ATRIO
- La persona desesperada lo está porque no encuentra sentido ni esperanza a la vida, ya sea dentro o fuera de la misma. Dios podría alzarse como la última esperanza, un Dios capaz de salvarnos de toda desesperanza o/y de dar sentido a las desesperanzas. Y tiene que serlo, porque de lo contrario no sería Dios.
- Ningún ateo en su sano juicio rechazaría la existencia de un Dios que pudiera dar sentido a su vida y al propio tiempo evitarle las peores amarguras y desesperanzas. Nunca sentimos tanta necesidad de que Dios exista como cuando algún ser humano a quien queremos necesita salir con éxito o sin horror del gran atolladero. Eso lo comprobamos en nosotros mismos: incluso a los más tibios de entre nosotros mismos nos viene a la boca el “¡Dios mío, ven en mi auxilio, socórreme!” Al propio Jesucristo también se le llenaron sus labios de hiel con el salmo del justo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
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