Redes Cristianas
En todo caso se supone que juicio, razón y sensatez sería el modo de razonar de la inmensa mayoría de acuerdo a la diagnosis de un psiquiatra. Pero resulta que esto también es cambiante. Foucault, en su obra “La historia de los hombres infames” refiere multitud de casos de pérdida de la razón registrados en las Casas de Salud francesas. Pondré ahora dos ejemplos de lo que en aquellos tiempos se entendía por locura:
Llegado a este punto y puesto que hablamos de razón, cordura y desvarío, estamos en tiempos en que las palabras y los hechos dimanantes de los poderes públicos y de las nuevas tecnologías, parapetados en una pandemia planetaria, están virando los significados. Y al igual que en los ejemplos citados, el vocabulario de muchos de ellos tanto en el “habla” del derecho, de la medicina tan cercana a la vida cotidiana por efecto de la pandemia y de las nuevas tecnologías han sufrido un vuelco que, permítaseme la expresión, pone patas arriba las entendederas de gran parte de la sociedad. Y no sólo el “habla”, sino también los mecanismos interpretativos del derecho y de su práctica “normal”.
En la práctica, por ejemplo, los contratos bilaterales entre particulares y empresas de servicios de distintas clases, desde las plataformas televisivas hasta los contratos de seguro, poco a poco se están convirtiendo ladinamente en contratos de adhesión, como lo son en la práctica los del suministro de bienes básicos, como el agua y la luz.
De modo que al hilo de la palabra “enloquecer” es preciso ponerse antes de acuerdo sobre la definición y sentido de los vocablos juicio, razón y sensatez, que encajen en ese nuevo paradigma envuelto en lo llamado “reseteo” o “nuevo orden mundial” y de paso se vayan alojando en el discernimiento de los jueces.
Desde luego, por todo lo dicho, debemos ser no ya millones sino miles de millones en el planeta quienes no entendemos nada de lo que sucede y nos sucede cada día en cuanto traspasamos las paredes de nuestra estricta intimidad. Es un estado mental y anímico generalizado que evoca al reinante en estados de guerra, de ante guerra o de postguerra. Hasta el punto de que no se sabe a veces si son la sociedad, los poderes públicos, los poderes médicos, las empresas, la justicia… los que han enloquecido, o es uno mismo el que está en estado de schok.
Sea como fuere lo cierto es que la lógica formal, la de toda la vida, levantada sobre el silogismo clásico y académico, está “tocada”. Personas que hemos sido durante casi un siglo juiciosas, razonables, serenas en el pensar y sensatas en el actuar, nos vemos vacilando sobre esas virtudes o cualidades personales nuestras, cada vez que nos asomamos al exterior. Pandemias que parecen provocadas, vacunas que no lo son, contratos bilaterales que técnicamente respondían a la autonomía de la voluntad convertidos en contratos de adhesión, como antes decía, nos hace pensar si la “razón” que impera no será consecuencia de la corrupción de la precedente o seremos nosotros quienes estamos cazando moscas…
En todo caso da la impresión de que sin necesidad de un ser-robot concreto, perfectamente localizado, revestido de inteligencia artificial, dirija nuestras vidas, en el ambiente está que ya se ha perdido el control de muchas situaciones y muchas cosas hasta ayer consideradas normales. Todo lo que tiene que ver con la banca, con los seguros, con los pagos y los cobros, con los tributos, con la medición, con la medicina cibernética que ha sustituido al médico, a la intuición y sabiduría personal del galeno; todo lo que tiene que ver con el Derecho, con los conceptos que encierran a su vez el sentido de la equidad, prudencia, justicia, proporcionalidad, tacto… se han venido abajo, reemplazados por la aridez del estropajo, de lo inerte y del disparate.
Aun así reconozco que hay agentes bastante bien identificados que determinan y explican, siquiera superficialmente, tal estado de cosas. Y me detengo ahora en uno sólo: en la informática, la telemática y las nuevas tecnologías que parecen haber transmutado los cerebros de quienes, siendo controladores suyos, las manejan y a su vez son controlados por ellas. Por lo que la vida social y la individual están absolutamente condicionadas por eso y por sus manejadores. Y las tres están condicionadas a su vez por la “necesidad” del cambio permanente, el cambio de la configuración de los sistemas y de las aplicaciones que sirven a las nuevas utilidades. ¿Es normal que páginas y más páginas en una pantalla hayamos de aceptar, más que firmar, para usar una aplicación? ¿Qué sentido tiene que letrados del mundo redacten miles de frases que suponen condiciones contractuales que nadie está en condiciones de pactar y negociar y nadie lee -para qué? Es como si para entrar en un teatro o un café nos hiciesen antes firmar las condiciones de estancia en el recinto.
Las personas, todo en realidad, cambian, todo fluye, al decir de Heráclito. Ésa es la naturaleza de las cosas y del ser viviente. Nada permanece. Pero muchos de los cambios de ahora son forzados, artificiales y anticipados respecto al flujo natural evolutivo. No son cambios naturales y al ser forzados imprimen un vértigo especial a todo hecho social que repercute en el plano individual. Podría decirse que las personas vivimos en un carrusel de feria que no se detiene nunca. Y quien se agarra al cinturón de seguridad para no caerse, para desentenderse de todas las cosas nuevas, existirá, pero moralmente estará muerto en vida si no se retira al campo y cultiva su huerto, como hizo el Cándido de Voltaire.
Al parecer es imprescindible actualizar constantemente los sistemas informáticos para esquivar ataques de intrusos, piratas o hackers. Pero el caso es que todo está sumamente involucrado con ello y el efecto inmediato en todo cuanto afecta a nuestra vida cotidiana es la inestabilidad permanente. Eso es lo que nos hace ver el enloquecimiento de la sociedad y nos hace dudar a veces de nuestra razón y buen juicio. Vivimos en ese equilibrio marcadamente inestable y al mismo tiempo somos sus víctimas. Pues nuestra estabilidad mental y emocional depende también de las actualizaciones del sistema, debemos estar al día, qué digo, a la hora, de los continuos cambios de las configuraciones y rutinas si no queremos vivir aislados completamente de la vida ordinaria; en definitiva de la vida…
Y eso supone unos niveles de ansiedad notables y un desgaste psicosomático considerable que, pasado el tiempo y haciendo balances, se comprobará que ha hecho estragos en los humanos en proporciones más gigantescas que las que pueda haber causado en la salud pública el virus del milenio. Y por supuesto quienes, como digo, se esfuercen en librarse de ese vértigo pero no tengan a nadie a mano a quien recurrir para que les ayuden, ya pueden ir despidiéndose de esta vida.
Pero es que a todo ese batiburrillo de cambios y de nuevos paradigmas se suman epifenómenos fruto de una evolución que curiosamente, después de habernos quedado perplejos, siguen siendo llamativos: las mujeres parecen los nuevos hombres, los niños parecen los nuevos adultos, los hombres parecen los nuevos niños y los viejos un grave estorbo a punto de ser perseguidos y abatidos…
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