RELIGIÓN DIGITAL
Norman Pérez Bello nació en Sogamoso (Colombia) el 29 de junio de 1967, tierra de dioses chibchas, hijo de la tierra, el maíz y el agua, guerrero por naturaleza. Cristiano y revolucionario por convicción.
Hizo sus primeros estudios y su bachillerato en establecimientos públicos. Se graduó de bachiller en el Instituto Integrado Joaquín González Camargo, de Sogamoso, en el año 1986.
Desde sus años de bachillerato manifestó una tendencia a la acción social y política. Primero se hizo parte de la asociación Estudiantil Sogamoseña (ASES). Luego se integró al movimiento juvenil Kigwe-Yacta (Tierra de Hermanos), cuya sede fue allanada y Norman con otro compañero fueron detenidos.
Norman se destacó por su espíritu de servicio y solidaridad. Familiares y amigos recuerdan como en esos tiempos, lideró a sus compañeros para que bloquearan la calle y le exigieran al alcalde que la arreglara, porque se inundaba cada vez que llovía. También ante la catástrofe de Armero organizó una campaña de solidaridad para enviar ropa y alimentos a los sobrevivientes.
En junio del 1988 ingresó a la Universidad Nacional a estudiar Psicología, al tiempo que trabajaba para sostenerse. Al final del 1989 se vinculó al trabajo pastoral de la parroquia San Bernandino, en el Barrio José Galán de Bosa. En esos años vivió en el barrio José Antonio Galán de Bosa. Allí, junto con los Misioneros Claretianos formaron una comunidad eclesial de base, de la cual él era el coordinador. Este compromiso cristiano lo mantuvo hasta el final de su vida.
Desde enero de 1990 vivió en Bosa, junto con otros compañeros, dedicado a estudiar Ciencias Sociales en la Universidad Distrital y animar diferentes grupos de pastoral.
En esa época el país terminaba con éxito un proceso de paz con el M19, pero también lamentaba el asesinato de varios dirigentes sociales y políticos. En 1991 se había hecho la Constitución y la esperanza se apoderaba de todos entre la muerte y las ilusiones. Es en ese contexto donde tiempo después, iban a asesinar a Norman Pérez, el líder juvenil de la mochila y de las comunidades eclesiales de base, el sensible hombre que caminaba con los pobres.
El 5 de junio de 1992 participó en la Asamblea Regional de las Comunidades Eclesiales de Base. Allí fue elegido para hacer parte de la delegación de Bogotá a la Asamblea Nacional que se celebraría al final del mismo mes en Cali. Este compromiso lo llenó de ilusión.
No alcanzó a participar en ese Encuentro porque el 10 de junio, hacia las 4 de la tarde, cuatro balas asesinas acabaron con su vida en la ciudad de Bogotá.
Al día siguiente se divulgó la noticia. Los habitantes de Bosa acudieron masivamente a una Eucaristía que se celebró en el templo parroquial. Sus familiares lo trasladaron esa misma noche a Sogamoso. Esto no fue obstáculo para que sus numerosos amigos fueran a acompañarlo con cantos y oraciones hasta su última morada. Así demostraron el inmenso cariño que le tenían. Sus familiares quedaron admirados al ver que el corto camino recorrido por Norman caló tan hondo, dejando a su paso una huella de amor, fraternidad y compromiso con la sociedad.
Norman fue una víctima más de la locura terrorista del Estado colombiano, que cometió el la represión y el exterminio de miles de compatriotas, sólo porque no eran parte de los partidos tradicionales y querían buscar nuevos caminos con justicia, paz y dignidad.
Lo más probable es que el asesinato de Norman no quepa dentro de los cánones normales que usa la Iglesia para calificar a alguien como mártir o santo. Sin embargo, en la Conferencia de Medellín (1968), se dice que: “América Latina se encuentra, en muchas partes, en una situación de injusticia que puede llamarse de violencia institucionalizada, cuando poblaciones enteras faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda promoción cultural y de participación en la vida social y política, violándose así sus derechos fundamentales… Allí donde encuentran injustas desigualdades sociales, políticas, económicas y culturales, hay un rechazo del don de la paz del Señor, más aún, un rechazo del Señor mismo”.
Y en la Conferencia de Puebla (1979) se señala que: “Caminamos seguros de que el Señor sabrá convertir tanto dolor, sangre y muertes, que en el camino de la historia van dejando nuestros pueblos y nuestra Iglesia. Los últimos años han sido duros y violentos en América Latina. Esperamos que el Señor los convierta en semillas de resurrección”.
Es evidente que, para la Iglesia Latinoamericana, luchar contra un estado de cosas injustas es luchar por el Reino de Dios que Jesús anunció y practicó. Y eso es lo que hizo Norman Pérez, un santo del Pueblo.
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