RELIGIÓN DIGITAL
Cada año la Iglesia dedica el domingo de la Santísima Trinidad, el llamado día Pro orantibus, a dar a conocer la vida contemplativa, un carisma muy desconocido en las comunidades cristianas y a orar por los monjes y por las monjas.
Lo que es más propio de la vida contemplativa es la oración. Por eso los monjes y las monjas evangelizamos nuestro mundo, más con lo que “somos” que con lo que “hacemos”. La vida contemplativa, en el silencio y la plegaria, está llamada hoy, como ayer y como siempre, a convertirse en testigo de la gratuidad del amor de Dios por medio de la belleza de la vida fraterna, la oración y la alegría de sentirnos acompañados por el Señor. Porque es Jesús mismo quien hace camino con nosotros, para abrir nuevas sendas de esperanza y de paz, en medio de tantos miedos y tantas desesperanzas e incluso de tantas desesperaciones.
Cabe recordar que en la audiencia general, el pasado 5 de este mes, el papa Francisco hablaba de “la dimensión contemplativa del ser humano”, ya que esta dimensión es como la “sal” de la vida, por el hecho que da sabor y gusto a nuestros días. En sus palabras, el papa recordaba la primera carta pastoral del cardenal Carlo Mª Martini, donde el que fue arzobispo de Milán, hablaba de la dimensión contemplativa en estos términos: “Contemplar no es en primer lugar una manera de hacer sino de ser”.
El papa Francisco nos recordaba que “ser contemplativo no depende de los ojos sino del corazón. Y aquí entra en juego la oración”, fundamental en la vida monástica (y en todos los cristianos), “como un soplo de nuestra relación con Dios”. Y es que “la oración purifica el corazón y, con él, también ilumina la mirada”, por el hecho que “la luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón”.
Como decía el papa, “hay una gran llamada en el Evangelio, y es la de seguir a Jesús en el camino del amor. Eso es el vértice, es el centro de todo”. Y por eso, “en este sentido, caridad y contemplación son sinónimos, dicen lo mismo” (Religión Digital, 6 de mayo de 2021). Estas palabras del papa Francisco están en la línea del lema de este año para esta Jornada Pro orantibus: “La vida contemplativa: cerca de Dios y del dolor del mundo”. Y es que la vida contemplativa nos hace amar a los demás sirviéndoles, mientras estamos cerca de los que más sufren.
Como nos recuerdan los obispos españoles con motivo de esta jornada Pro orantibus, este 2021 “no es un año cualquiera”, ya que “estamos atravesando una situación global que ha trastocado fuertemente nuestras vidas”, debido a la pandemia de la Covid-19 que estamos sufriendo desde hace más de un año. Cabe recordar, como dicen los obispos en esta jornada, que “la vida contemplativa sufre cuando el mundo sufre, porque su apartarse del mundo para buscar a Dios, es una de las formas más bellas de acercarse a él a través de Él”.
Si el mundo, en este año largo de pandemia que llevamos, ha sufrido mucho “y ha gritado su dolor de mil maneras”, este grito “recorre nuestra sociedad y atraviesa también los muros de los monasterios y conventos, donde hombres y mujeres del Espíritu elevan al Señor de la vida su himno y su plegaria”. Por eso los monjes y las monjas, como dicen los obispos, “en lo escondido de su corazón, donde están a solas con el Amigo, se unen a todos los seres humanos, especialmente, a los que están heridos, y desde ese lugar de encuentro sagrado, aprenden y enseñan a llamar a todos, amigos”.
La vida contemplativa manifiesta el misterio de comunión del Dios Trinitario, que es “un misterio de cercanía entrañable con el ser humano sufriente”. Por eso los monjes y las monjas hemos de encarnar en nuestras vidas el ejemplo del buen samaritano, que sensible al sufrimiento se hizo cargo del hombre herido y maltrecho.
Como dice la hermana Mª Pilar Avellaneda, del monasterio de las Huelgas de Burgos, “un corazón orante no vive de teorías y retóricas, sino que pisa la realidad que vivimos y sabe libar la miel en lo cotidiano de la vida, para darla a gustar a los demás”. Por eso y más con esta pandemia, “los cenobios de vida contemplativa hemos sido despertados del sueño de la inercia, de la rutina cotidiana, y hemos compartido con todos los hombres, el ser impactados por los acontecimientos de la emergencia sanitaria”. Y por eso la solicitud de los monjes y de las monjas por estar al lado dels qui sofreixen.
Como me comentaba en un mail, con gran sabiduría, la hermana Blanca López, del monasterio cisterciense de Carrizo de la Ribera, en nuestra vida “Dios se acerca casi de puntillas, sin nada pedir, sin osar ser oído, con total gratuidad. Nosotros lo oímos, lo escuchamos y su susurro nos toca el alma como una brisa mañanera que invita a caminar más de prisa, más conscientes de la belleza del camino”. Y por eso en la vida contemplativa “percibimos su presencia fraterna y cercana como una mano que está pronta a sostenerte, animarte o aplaudirte”. Como una mano que está siempre a punto para ayudar a los más necesitados.
También el P. Isidoro Mª Anguita, abad del monasterio de Santa María de Huerta, ha dicho que “la vida contemplativa busca la soledad para un encuentro místico con Dios, del que no puede quedar ajeno su obra creadora”. Y por eso mismo, “una vida contemplativa que no es sensible a la humanidad, no es contemplativa”. De aquí que el abad Anguita nos recuerde las palabras de un padre del monaquismo, Evagrio Póntico, cuando decía: “Monje es aquel que se aparta de todos y que está unido a todos”. Eso quiere decir que los monjes y las monjas no nos podemos aislar ni alejar del sufrimiento de nuestro mundo, ni mirarlo con indiferencia, sino que hemos de ser sensibles a los hermanos que más sufren.
En los monasterios, el silencio y la oración nos hacen ver que lo importante en la vida no es quedar centrado en un mismo, sino que, como ha dicho el papa Francisco, lo más importante es salir de nosotros mismos para acompañar y animar a los que sufren. Lo más importante es compartir el pan del altar, pero también el pan de la desesperanza y de las lágrimas del dolor que comen tantos y tantos hermanos nuestros. Y por eso, lejos de quedar centrados (y encerrados) en nosotros mismos, lejos de quedar aislados, los monjes y las monjas hemos de entrar en comunión con todos los que sufren. Además, como vocación de servicio, la vida contemplativa nos hace entrar en comunión con el misterio Trinitario de Dios, expresión de unidad y de diversidad y en el misterio de cada persona, acogiéndola, escuchándola, animándola y amándola.
Como ha dicho el P. Josep Mª Soler, abad de Montserrat, dirigiéndose a los monjes y a las monjas, “es esencial que os abráis a la Palabra del Evangelio, para que transforme cada día más vuestras vidas, a través de la oración, el acompañamiento espiritual y el servicio a los hermanos”. Aquí está la raíz de nuestro testimonio: una vida de fraternidad y de comunión, de oración y de servicio atento y diligente, para acoger a los hermanos de comunidad y a todos los que se acercan a los monasterios buscando un espacio de paz y de contacto con Dios.
Así lo hacen las cartujas de Benifassà y las cistercienses de Villamayor, Burgos y Carrizo, las capuchinas de València, las agustinas de San Mateu, las carmelitas descalzas de Puçol y Tarragona, las dominicas de Xàtiva y Paterna, los cartujos de Portacoeli, Miraflores y Montealegre, las clarisas de Gandia y Vila-real, las benedictinas de San Benet, la Fuensanta, León, Oviedo y Santiago, los cistercienses de Poblet, Cardeña, Viaceli y Dueñas, las agustinas descalzas de Benigànim, los benedictinos de Silos, Montserrat, Leyre y Lazkao y las oblatas de Cristo Sacerdote de Montcada.
Como decía el 6 de abril de 2019 (día de su ordenación episcopal) el obispo auxiliar de Bilbao, Joseba Segura, “más que nuevas ideas, lo que el mundo nos pide es que vivamos la verdad de lo que creemos” y este es el reto que los contemplativos asumimos y que hemos de hacer realidad.
Los contemplativos hemos de acoger con fidelidad las palabras que el papa Francisco dirigió a los participantes en la 50ª Semana de la Vida Religiosas. El papa nos animaba a no tener miedo a las fronteras y a las periferias, porqué es allí donde “el Espíritu os ha de hablar”, ya que cuando la vida consagrada pierde “esta dimensión de diálogo con la realidad y de reflexión sobre lo que sucede, comienza a hacerse estéril”.
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