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miércoles, 23 de diciembre de 2020

Volver a las raíces, a lo esencial, a lo que Jesús vivió y contagió

 Entrevista de María Ángeles López  – País Vasco

José Antonio Pagola

Volver a las raíces, a lo esencial, a lo que Jesús vivió y contagió. 

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José Antonio Pagola.-

Desde hace algún tiempo viene insistiendo mucho en la importancia de volver a Jesús.

No estoy pensando en un aggiornamento pastoral, unas reformas religiosas o unas mejoras en el funcionamiento eclesial, algo, por otra parte, necesario. Pero, cuando el cristia­nismo no está centrado en el seguimiento a Jesús, cuando la compasión no ocupa un lugar central en el ejercicio de la autoridad ni en el quehacer teológico, cuando los pobres y los últimos no son los primeros en nuestras comunida­des…, creo que lo más urgente es impulsar la conversión al Espíritu que animó la vida entera de Jesús. Volver a las raíces, a lo esencial, a lo que Jesús vivió y contagió.

¿Cómo sería esa Iglesia convertida?
Una Iglesia preocupada por la felicidad de las personas, que acoge, escucha y acompaña a cuantos sufren; a la que la gente reconoce como “amiga de pecadores”. Una Iglesia donde la mujer ocupe el lugar querido realmente por Jesús. Una Iglesia más sencilla, fraterna y buena, humilde y vulnerable, que comparte las preguntas, conflictos, alegrías y desgracias de la gente.

Pero ¿no hay una necesidad grande  de reformas concretas en el funcionamiento y organización de la Iglesia?
Sí, y no pocas. Es probable que en los próximos años se intensifiquen los debates sobre la reforma de la Curia romana, el ejer­cicio del ministerio de Pedro, el nombra­miento de obispos, el lugar de la mujer en la Iglesia, la inculturación, la creatividad litúrgi­ca, los caminos reales hacia el ecumenis­mo… Pero pienso que, si no existe, al mismo tiempo, un clima de conversión apa­sionada a Jesús, los debates y discusiones nos llevarán una y otra vez a enfrentamien­tos, divisiones y pérdida de energía.

¿Cree que ese proceso de conversión aún es posible?
Creo que hemos de abandonar ya una lectura del momento actual en términos de crisis, secularización, desaparición de la fe… Necesitamos hacer una lectura más profética, introduciendo en nuestro horizonte otras preguntas: ¿Qué caminos está tratan­do de abrir hoy Dios para encontrarse con sus hijos e hijas de esta cultura moderna? ¿Qué relación quiere instaurar con tantos hombres y mujeres que han abandonado la Iglesia? ¿Qué llamadas está haciendo Dios a la Iglesia de hoy para transformar nuestra manera tradicional de pensar, vivir, celebrar y comunicar la fe, de modo que propiciemos su acción en la sociedad moderna?

Esto no es fácil…
En unos tiempos en que se está produciendo un cambio sociocultural sin precedentes, la Iglesia necesita una conversión sin precedentes. Necesitamos un “corazón nuevo” para engendrar de manera nueva la fe en Jesucristo en la conciencia moderna.

¿Qué responsabilidad tenemos en esto como creyentes de a pie?
Tal vez, el rasgo más generalizado de los cristianos que todavía no han abandonado la Iglesia es seguramente la pasividad. Du­rante muchos siglos hemos educado a los fieles para la sumisión y la obediencia. La responsabilidad de los laicos y laicas ha quedado muy anulada. Por eso, creo que la primera tarea de todos es ir creando comu­nidades responsables. Todos somos necesarios a la hora de pensar, proyectar o im­pulsar la conversión a Jesucristo.

¿Es posible poner más verdad en el cristianismo actual?
No hemos de tener miedo a poner nombre a nuestros pecados. No se trata de echarnos las culpas unos a otros. Lo que necesitamos es reconocer el pecado actual de la Iglesia, del que todos somos más o menos responsa­bles, sobre todo con nuestra omisión, pasivi­dad o mediocridad. Ha sido una pena que ha­yamos entrado en el siglo XXI celebrando so­lemnes jubileos y sin promover una revisión honesta de nuestro seguimiento a Jesús. A veces, me sorprende nuestra agudeza para ver el pecado en la sociedad moderna y nuestra ceguera para verlo en nuestra Iglesia.

¿Qué nos exige esto?
Buscar una calidad nueva en nuestra re­lación con Jesús. Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado sólo de manera abstracta, un Jesús mudo del que no se es­cucha nada de interés para el mundo de hoy, un Jesús apagado que no seduce, que no llama ni toca los corazones…, es una Iglesia que corre el riesgo de irse apagando, envejeciendo y olvidando.

¿Qué nos enseña el relato evangélico?
El estilo de vida de Jesús: su manera de ser, de amar, de preocuparse por el ser hu­mano, de aliviar el sufrimiento, de confiar en el Padre. Este esfuerzo por aprender a pen­sar, sentir, amar y vivir como Jesús debería estar en el centro de las comunidades.

Se habla del peligro de convertirnos en un islote dentro de la sociedad moderna.
Tenemos que aprender a vivir en minoría, no de manera dominante y hegemónica, sino compartiendo con otros la condición de per­dedores en esta sociedad. A muchos la Iglesia se les presenta hoy como una institución lejana que sólo parece enseñar, juzgar y con­denar. El hombre moderno en crisis necesita conocer una Iglesia cercana y amiga, que sepa acoger, escuchar y acompañar.

¿Es posible mirar hacia el futuro de la Iglesia con esperanza?
Lo primero es construir nuevas bases que hagan posible la esperanza. Hemos de aprender a despedirlo que ya no evangeliza ni abre caminos al reino de Dios, para estar más atentos a lo que nace, lo que abre hoy con más facilidad los corazones a la Buena Noticia. Al mismo tiempo, hemos de impul­sar la creatividad para experimentar nuevas formas y lenguajes de evangelización, nue­vas propuestas de diálogo con gentes aleja­das, espacios nuevos de responsabilidad de la mujer, celebraciones desde una sensibili­dad más evangélica… Creo que hemos de dedicar más tiempo, oración, escucha del evangelio y energías a descubrir llamadas y carismas nuevos para comunicar hoy la ex­periencia de Jesús.


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