Lc 2,1-14
El relato de Lc no es una crónica de sucesos, sino teología narrativa, que es algo muy distinto. Hoy identificamos verdadero con histórico. En tiempo de Jesús era distinto y lo importante era la vida, no la historia. Jesús vivió en un momento y en un lugar histórico. Pero lo importante es que nos invitó a vivir la realidad de un Dios que no está atado a un tiempo ni a un espacio. Lo importante de este relato es la idea de Dios que transmite. La profundización no es nada fácil, porque exige una actitud personal de silencio y de escucha. Lo que venga de fuera es muy poco lo que te puede ayudar a esta tarea.
Lo que deja claro el evangelista es que Jesús se inserta plenamente en la historia universal, para que nadie pueda poner en duda su condición humana. Un censo oficial al que están sujetos, como cualquier mortal, sus padres. Importa poco que los datos no sean exactos. Lo que nos interesa es la intención de Lucas, es decir, conectar la buena noticia con Jesús que nace en un lugar y en un momento de la historia. A nosotros hoy, lo que de verdad nos cuesta es descubrir al Jesús humano que nos pueda servir de modelo. Enfrascados durante siglos en la trascendencia, nos hemos olvidado de que no hay más divinidad que la que se manifiesta a través de la plenitud de un ser humano.
Ponernos en el lugar del que escribe es la clave para poder entender lo que nos quiere trasmitir. Para Lucas, de mentalidad helenista, Dios está en el cielo. Si quiere hacerse presente, tiene que bajar. Viene a salvar a los pobres y empieza por compartir su condición. La salvación se hará desde abajo, pero para llevarla a cabo, Dios tiene que bajar primero. Pero solo lo encontrará el que está en camino, el que está buscando, el que está velando, no los que están satisfechos, instalados cómodamente en este mundo. No lo encontrarán en el bullicio de las relaciones sociales del día, sino en el silencio de la noche.
Los dioses, desde su trascendencia, necesitan intermediarios. Estos se ponen en acción y quieren anunciar el acontecimiento. ¿Quién estará preparado para escucharlo? Solo los pastores, la profesión más despreciada y marginada de aquella sociedad. La salvación se anuncia en primer lugar a los oprimidos, a los que menos cuentan. Los demás están descansando, dormidos, cómodos; no necesitan ninguna salvación. Este dato es decisivo porque nosotros nos encontramos entre ese grupo que para nada necesita la salvación que el ángel anunció. Solo necesitamos que nos confirmen en nuestro bienestar.
El anuncio es ‘buena noticia’. El Dios verdadero es siempre buena noticia. La noticia es que Dios viene para salvarlos. “Os ha nacido un Salvador”. Puesta al día, la noticia sería que Dios está viniendo siempre hacia mí para darme plenitud. Los pastores salen corriendo. No será fácil encontrarlo. Alguna pista: Un niño en un pesebre (comedero) semidesnudo y entre pajas, él mismo es alimento (apuntando a la eucaristía). Está acompañado por sus padres que no dicen nada. ¿Qué podrían decir? Cuando Dios decide enviar su Palabra a los hombres, resulta que nos envía a un niño que no sabe hablar.
Es importante el matiz de que la salvación es para todo el pueblo, no para los privilegiados del momento. No en Jerusalén, sino en la ciudad de David. Él viene a destronar a los poderosos, pero se presenta como uno de los pobres y oprimidos. Esto es la causa de la alegría en el cielo y de la alabanza a Dios en la tierra. Los pastores descubren con alegría la gran noticia y no tienen más opción que proclamarla. Entre los que escuchan, sorpresa. Dios se encuentra lejos de las instituciones, lejos del templo.
El evangelista no está dando los primeros datos de una biografía, sino poniendo los fundamentos de una teología. Desde la perspectiva de una biografía, tendríamos que decir: No sabemos nada; ni dónde nació, ni cuándo, ni cómo. Por el contrario, tenemos suficientes elementos de juicio para saber que no pasó nada extraordinario desde el punto de vista externo. Ni María ni José ni nadie se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo allí. Nació como todos los niños. Fue un niño normal. Cuando Jesús empezó su vida pública, decían sus vecinos: ¿No es este el hijo de José, su madre no se llama María? ¿De dónde saca todo eso? En otra ocasión su madre y sus hermanos vinieron a llevárselo porque decían que estaba loco. ¿Se habían olvidado de los prodigios de su nacimiento?
Y sin embargo aquello era el comienzo de todo. Allí empezaba Jesús su andadura humana, que iba a ser capaz de hacer presente a Dios entre los hombres. Era Emmanuel (Dios-con-nosotros) y era Jesús (salvado). Nacimiento, vida y muerte de Jesús, forman una unidad inseparable. Es importante su nacimiento por lo que fue su vida y su muerte. Hizo presente a Dios, amando, dándose, entregándose a los demás. Eso es lo que es Dios. Salió a su Padre. Es Hijo de Dios. Como pasó con todos los grandes personajes anteriores a él, se hace la biografía de la infancia desde la perspectiva de su vida y “milagros”.
En el ambiente de la celebración de la Navidad, hoy, lo más probable es que nos quedemos en las pajas y no vayamos al grano. La importancia del acontecimiento se la tengo que dar yo, aquí y ahora. Dios no tiene que venir de ninguna parte, ni puede estar en ninguna parte más que en otra. Dios está donde nosotros le descubrimos y le hacemos presente. Dios está donde hay amor. Allí donde un ser humano es capaz de superar su egoísmo y darse al otro. Allí donde hay comprensión, perdón, tolerancia, allí está Dios. Dios no será nada si yo no lo hago presente con mi postura ante los demás.
El único objetivo de esta fiesta es que aprendamos a amar. Que aprendamos a salir de nosotros mismos y seamos capaces de ir al otro. Esto lo podemos hacer aunque estemos limitados por el coronavirus dichoso. El verdadero amor es el resultado del nacimiento de Dios en mí, en todo ser humano, en todo niño recién nacido. No debemos cerrarnos al entorno familiar o afectivo. Debemos recordar también a aquellos niños o mayores que en este momento están muriendo de hambre o de cualquier enfermedad perfectamente curable. Mueren porque nosotros preferimos adorar un muñeco de cartón, antes que aceptar que cualquier recién nacido es divino porque en él reside Dios.
Todo lo que nos hace más humano debemos incorporarlo a la fiesta. La reunión con la familia, la comida, los encuentros y abrazos, todo puede ayudarnos a descubrir lo que somos como seres humanos y a manifestarlo con alegría. La fiesta cobrará sentido para todos en el momento que sepamos aunar lo humano y lo divino. Si unos y otros sabemos ir más allá de los mitos y folklores nos podemos encontrar celebrando la única realidad que debe interesarnos a todos: la VIDA que está en nosotros y espera ser desplegada. Merece la pena hacer un esfuerzo en estos días y dedicar tiempo a lo que nos debía interesar de verdad: ser hoy un poco más humanos que ayer, pero menos que mañana.
Meditación
Lo que el silencio no diga
nadie te lo podrá decir.
Cuanto te venga de fuera
de nada puede servir.
En tu interior está el pozo
donde tienes que beber.
Ningún líquido prestado
llegará a apagar tu sed.
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