RELIGIÓN DIGITAL
Leía hace unos días en un diario que uno de los científicos que se ocupan de la pandemia (Javier Sampedro) decía que “suprimir la Navidad” este año era “ciencia”, y que ese era el camino que deberían seguir los gobiernos para limitar la extensión de la pandemia; pues la Navidad es “un paraíso para un virus pandémico” por la multiplicación de reuniones sin precauciones. Y yo, con matices, estoy de acuerdo con eso.
Estoy de acuerdo no sólo por las razones de salud que aconseja la situación actual, sino porque la Navidad ya dejó de ser hace tiempo lo que debería ser, y se convirtió en una caricatura esperpéntica de lo que fue en su origen y durante mucho tiempo. El gordo papá Noel inventado por la Coca-Cola y la orgía consumista –¡hay que comprar, comprar, comprar! sin compras no hay navidad- y derrochadora de un consumo energético, simbolizada ejemplarmente por la paranoia de los millones de luces que se gastan en la iluminación de nuestras ciudades, son la muestra de la degeneración del “espíritu de la Navidad”.
El origen de la Navidad es justamente lo contrario: la sencillez de la encarnación, del Dios-con-nosotros, de la encarnación humilde y el nacimiento en el seno de una familia humilde y en un lugar humilde; en armonía con la naturaleza y no en el derroche de recursos y la destrucción de esa armonía, acogido por gente humilde y rechazado por los poderosos como una amenaza a su status. El origen de la Navidad es una luz en la oscuridad de un mundo opresor, violento, desigual y clasista.
El Evangelio –verdadero fundamento de la Navidad, aunque suele olvidarse, perdido en un mito infantilizado y manipulado- es una buena noticia, pero no para los ricos y los poderosos; para “los políticos que se dicen cristianos y niegan a los humillados de la tierra el derecho a salir de su humillación –como dice el obispo gallego Agrelo en su último mensaje–... No representa nada para un mundo que se olvida de cuidar a Cristo donde Cristo sufre, que no recibe a Cristo en los que tienen hambre, sed y frío, en las que carecen de un techo, en las que mueren de soledad... Las iglesias se llenaron de ahogaCristos y fingen comulgar con él”. El obispo de Tánger continúa su mensaje navideño: “Nos quedaremos sin buena noticia los obispos, curas, frailes y monjas, los poderosos y conformistas, que nos servimos de los pobres y del Pobre para mantener la posición, supuestos cristianos que justificamos el horror que padecen los pobres, haciéndonos culpables de los males que padecen, y pensamos que, después de todo, fueron los pobres los que buscaron la muerte, hasta pensamos que fueron tan tontos que, para morir, pagaron lo que no tenían”.
Pero el Evangelio es una buena noticia para los pobres, que son los verdaderos destinatarios y los únicos realmente dispuestos a acoger la Navidad. Nosotros –como sigue Agrelo– “corremos el riesgo de quedarnos sin Navidad, aunque nuestras mesas se llenen de cosas superfluas en las que gastamos los que los pobres necesitan”.
Por eso, yo no tengo ningún interés en “salvar” esa falsa Navidad, como quiere la presidenta de la comunidad de Madrid, Díaz Ayuso, que presume de cristianismos y de quien algún tonto dijo que se expresaba mejor que los teólogos actuales, por un discurso tópico y oportunista que pronunció hace unos días. No tengo ningún interés en salvar esa Navidad que ahogó hace tiempo la verdadera y se convirtió en un insulto para la Navidad de Jesús de Nazaret, el Cristo de Dios, que aún queremos celebrar muchos cristianos.
En realidad, el verdadero espíritu de la Navidad ni ha podido robárnoslo la orgía de consumo contemporáneo en que se han convertido estos días “navideños”, porque la verdadera Navidad no la ha inventado El Corte Inglés” -como cantaba Melendi-, ni podrán suprimirlo con el confinamiento por la pandemia, porque está entre nosotros y dentro de nosotros, como el Reino de Dios que anunció el Emmanuel. La seguiremos celebrando personal y comunitariamente –hasta donde se pueda-, como venimos haciendo desde los tiempos de Francisco de Asís, alrededor de nuestro humilde belén. Ojalá que como él sepamos tener presentes estos días no solo el misterio de Dios sino a los más pobres, que son su encarnación.
Estas palabras están dedicadas al Padre Angel, a los Mensajeros de la Paz y a tantas parroquias que abren sus puertas de par en par a los más necesitados; a ATD-Cuarto Mundo y a tantos voluntarios de Caritas y otras organizaciones que estos días se vuelcan en los verdaderos protagonistas de la Navidad: las más pobres, las mayores víctimas de esta pandemia. Y a los cristianos palestinos, que este año podrán celebrar la Navidad en la sufrida tierra de Jesús sin turistas, y ojalá al cobijo de las balas de sus hermanos judíos.
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