Seguimos manteniendo la costumbre de felicitarnos las fiestas unos a otros, a modo de estribillo en las conversaciones de estos días. Es un uso que va a menos, pero sigue teniendo su fuerza social navideña: felicidades, bon Nadal, Gabon zoriontsuak!, boas festas, feliz Navidad…
¿Qué estamos diciendo cuando nos mandamos estos mensajes verbales y en postales navideñas de papel o internet? No hay duda que hay ganas de regalar al menos una sonrisa junto a la frase navideña cargada de buenas intenciones. La pregunta que muchos se hacen es en torno al sentido que tiene repartir urbi et orbe buenos deseos navideños en estas fechas, multiplicados a través de guasaps, si el resto del año andamos a la greña entre los felicitados. O procuramos que la Navidad y lo que representa se manifieste todo el año, o es hora de dejar las frases que pueden sonar más a farsa que a otra cosa. Así lo sienten muchas personas ¿Estamos pues ante otro uso social, incuestionable como tantos otros hasta que la inconsecuencia resuena más fuerte que las frases bonitas?
No falta base para la queja, aunque hay que decir bien alto que no son pocos los que desean y trabajan por una Navidad “diferente”; es decir, auténtica, solidaria, humanizada, esperanzada, de ternura con el desvalido y de comprensión con el débil. Personas que se esfuerzan desde sus limitaciones humanas para que las felicitaciones generalizadas de estas fechas, sean expresión de una actitud personal de todo el año, que ahora la desbordan en palabras y gestos cargados de buenos y sinceros deseos con sus seres queridos y con otros no tan queridos.
Es cierto que tras las luces de colores y los mensajes navideños solo hay el deseo de unas fiestas que tienen mucho de farsa consumista y de un uso social vacío más allá del cambio de solsticio y sin más fondo que el divertimento y derroche con barniz religioso que solo produce contradicción y escándalo. Pero esta es solo una parte de la realidad. Existe otra parte de la Navidad no menos visible a nada que agudicemos un poco la vista: familias que se sienten unidas y que sufren porque el coronavirus les impide juntarse, personas cargadas de buenos deseos, hechos solidarios con los más necesitados, gentes que ponen la mejor sonrisa del corazón especialmente en estas fechas, ¡y no solo en estas fechas! No pocos cristianos experimentan la Pascua de Navidad desde el deseo de vivirla de manera solidaria para que nazca la Buena Noticia desde la experiencia de la alegría, solidaridad y amor, ajeno al consumismo insolidario.
Fiestas estas que llevan su carga especial de tristeza, con los graves desajustes que la pandemia sigue causando, con soledades agudizadas por el tono mortecino del invierno, una mala economía que impide sumarse a “la fiesta”, la tristeza que desempolva dolores que vuelven con más fuerza en estas fechas… Deberíamos sentirnos agradecidos por lo que nos sobra y girar la mirada hacia los que más sufren, a los pobres de todo tipo -no solo de dinero- que están bien cerca de nosotros: pobres de salud, de ánimo, de soledad, de amor, de desesperanza, de incomprensión, de trabajo, de ilusiones; todos aquellos que padecen más intensamente sus penas. Nuestra actitud, como casi siempre, para bien y para mal, es una poderosa herramienta ante el presente que se nos impone.
Es la única manera de que el deseo de un año mejor deje de ser un tópico y pueda calar en lo más hondo de quienes lo reciben, sean ateos o creyentes. No solo hay que regalar buenos deseos, lo importante es regalar nuestra mejor actitud. Es lo que nos gustaría que nos regalen no unos pocos días sino todo el año. En la Navidad del covid-19, se hace más necesario descubrir que no es un momento del año sino un estado del corazón. Mi mejor deseo cristiano, pues, es que se haga verdadera Navidad entre nosotros.
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