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jueves, 5 de diciembre de 2019

La transición que no se hizo

Jaime Richart, Antropólogo y jurista
Redes Cristianas
En 1978 se cometió en España una obscenidad, una auténtica aberración política y social, una afrenta al pueblo español después de haber estado agraviado durante cuarenta años por una férrea dictadura, tras una horrenda guerra civil que duró la friolera de tres años en pleno siglo XX…
“¿Aprueba usted el proyecto de Constitución? Ésta fue la pregunta que se hizo a los españoles el 6 de diciembre de 1978 para el referéndum constitucional. Pues bien, aquello que se ofrecía a los españoles como “proyecto”, es decir, algo sujeto a posibles enmiendas de presente o de futuro, se cerró como texto definitivo el 6 de diciembre y sancionado por el rey el día 27. Un rey que llegó de la fría dictadura, preparado al efecto por el plan del dictador. Un tipo éste que no se contentó con mantener sojuzgado a todo un pueblo casi medio siglo, sino que se propuso gobernar después de muerto, y hasta hoy lo ha conseguido. El texto constitucional se convirtió en definitivo y, por lo que se está viendo, sellado como una tumba, hasta el presente. Aprobó la Constitución un 87,78% de votantes, y de ese modo se despachó la Transición… Ese fue el punto de partida “oficial”. No se atendió a ninguna otra consideración, y nada se pudo hacer para evitarlo. El dictador cerró las puertas al Estado Federal y los que le secundaron desde un principio, y los que perteneciendo a otro orden de pensamiento, cambiaron de parecer uniéndose a estos, parecen haberse conjurado para que dicho texto sólo pueda ser interpretado en su versión franquista. ¿Para qué, pues, perder el tiempo si todo estaba escrito, como piensa el musulmán, por el poseedor de una única verdad?
Pero ¿cuáles eran entonces las condiciones mentales, psicológicas y emocionales de aquel 87,78% de votantes? El altísimo porcentaje es en sí mismo una prueba inequívoca de lo afectada que estaba la voluntad del pueblo español ansiosa de superar cuanto antes quizá la etapa más trágica de su historia. Sin embargo, una conciencia política aletargada o dormida a lo largo de cuarenta años, era imposible que tuviese criterio, y mucho menos que fuera despejado. En aquel trance el pueblo era un menor de edad; un aprendiz de ciudadano que debía asimilar antes que nada la idea del tránsito de una dictadura a otra cosa, cuyo más importante componente habría de ser la plena libertad política. Durante los tres años siguientes a la desaparición del tirano, el pueblo español estuvo respirando hondo. Pero no las tenía todas consigo. El peligro de un nuevo golpe de lo que fuese acechaba; razón por la cual en conjunto permaneció casi paralizado o catatónico. Pues en el referéndum había una elipsis, una invisible nota a pie de página en la pregunta “¿aprueba usted el proyecto de Constitución? Esa nota invisible pero real era: “si usted no la aprueba, seguro es que el ejército (entonces más franquista que el propio Franco) dé un golpe de Estado”. Y el pueblo, el 87,78% por ciento de los votantes, se abalanzó a las urnas para firmar lo que le propusieran… Y firmó, de la misma manera que firmamos un contrato “de adhesión” con una compañía eléctrica, si queremos tener luz, o de aguas si queremos tener agua. No se negocia, ni se discute. Se toma o se deja. En aquel momento, 1978, el referéndum fue en realidad una prolongación de otros habidos de adhesión a aquel “caudillo “ que durante su satrapía estuvo siempre bajo palio. En este caso conforme al futuro decidido por él para el pueblo y cumplido a rajatabla por su albacea testamentario político, Fraga Iribarne, ministro justiciero de Franco capaz de ordenar ametrallar en Vitoria a decenas de trabajadores encerrados poco antes de la muerte del dictador. Él fue quien dirigió la redacción del texto, y él debió ser quien eligió a quienes oficialmente lo elaboraron: siete “padres” del establishment, y por ello ninguno de ellos representó al pueblo llano.
En todo caso, en la inteligencia despejada de millones que votaron, estaba la idea de que, más adelante, ya habría tiempo para corregir el texto constitucional. Pues era lógico desde el punto de vista político, desde el punto de vista de la lógica formal y desde el sentido común que al estar viciada la voluntad de los votantes por las circunstancias dichas, pasado el tiempo el pueblo reconsideraría, ya con libertad plena de conciencia y de voluntad, en un nuevo referéndum, cuál habría de ser su destino eligiendo libremente la forma del Estado y en cascada las demás normas, principalmente la organización administrativa y territorial.
Sin embargo, desde entonces nadie se ha atrevido a tocar aquel pastel trufado. Lo que el 6 de diciembre hubiera debido preguntarse al pueblo español, a ese 87,78% de votantes es, “¿Qué forma de Estado desea usted para España? ¿la Monarquía o la República?, no se preguntó entonces, ninguno de los dos partidos del bipartidismo lo ha vuelto a plantear, y si lo ha hecho el partido comunista deberíamos examinar el Diario de Sesiones del Congreso porque ningún medio de comunicación se hizo eco de esa posibilidad. Así, mediante una trampa, se zanjó la Transición.
Y desde entonces, 43 años después, incluso el partido que se sigue llamando socialista considera a la Constitución como un texto sagrado. Estimación que ha provocado sentencias que contienen gravísimas penas de cárcel para siete gobernantes catalanes de su Autonomía, el más que probable prolongado bloqueo de la gobernabilidad en España, y una serie de consecuencias desastrosas para los trabajadores y los ciudadanos y ciudadanas españoles de las clases medias para abajo.

Por todo lo dicho, pese a quien pese, en España las espadas siguen en alto. Pero, como todo está sujeto a la ley física del equilibrio universal y todo tiende a la estabilidad aunque a veces se precise mucho tiempo, es indudable que hasta que las aguas de 1978 no vuelvan a su cauce natural y el pueblo español no decida sin intermediarios usurpadores de su destino la forma de Estado que desea, España no alcanzará en modo alguno la estabilidad similar a la que disfrutan las demás naciones europeas, ni reinará entre nosotros la verdadera paz…

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