Enviado a la página web de Redes Cristianas
Marcelo Barros
Vivimos en un mundo dominado por fuertes desigualdades sociales y aumento de la violencia e intolerancia. Queda cada vez más difícil creer en posibilidad de justicia, paz y buena relación del ser humano con la Tierra. Por eso, se hace más urgente reforzar la esperanza, tanto en la vida
personal, como en el nivel social y político.
Las religiones abrahámicas y otras tradiciones espirituales llaman esa esperanza de salvación. En el Cristianismo, esto se expresa en la confianza de la venida del proyecto divino al mundo. Para fortalecer esa esperanza, cada año, las Iglesias antiguas dedican las semanas antes de las fiestas
de Navidad a celebrar el tiempo que la tradición cristiana llama de Adviento. Es un modo de afirmar que es posible cambiar el mundo y renovar la vida.
Para vivir eso, tenemos que ser capaces de presentir la primera luz de la aurora, aun si vivimos en la más oscura noche.
Las y los creyentes deben ser testigos y profetas de ese mundo nuevo. Algunos ven la esperanza como actitud acomodada de quien pasivamente espera que las cosas ocurran por sí mismas. No es esa la perspectiva de la fe. No es el modo bíblico de esperar el proyecto de Dios.
Los textos bíblicos piden para que esperemos el reino de Dios como el vigilante nocturno espera la madrugada. Jesús nos invitaba a vivir como servidores que, por la noche, esperan que su patrón llegue de viaje.
Hay cristianos que aun reducen la Navidad a la memoria sentimental del nacimiento de Jesús. Jamás fue esa la perspectiva por la cual las Iglesias celebran ese hecho. La mejor forma de celebrar la
Navidad es acoger hoy no solo a Jesús, sino al proyecto por el cual él nació y vivió. Para eso, es necesario leer la fe como revelación de ese proyecto divino.
Las Iglesias celebran la Navidad en el mismo tiempo en el cual las comunidades judías hacen la fiesta de Hannuká, aniversario de la dedicación del tiemplo de Jerusalén y de la retoma de la independencia del pueblo de Dios, en la época de los Macabeos. Fue en el contexto de esa
fiesta que, un día, Jesús fue al tiemplo y chocó a los sacerdotes y personas religiosas. Expulsó de allí los vendedores de animales para los sacrificios para recordar que Dios no necesita de templos y sacrificios, sino que quiere vivir en todo ser vivo y en el universo.
La celebración de ese tiempo de Adviento debe ir más allá del culto cristiano.
Independientemente de la pertenencia religiosa, toda la humanidad necesita celebrar un Adviento cósmico y humano, marcado por la esperanza del Amor vivido como base de una nueva organización
del mundo.
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