Jesús González Pazos
Redes Cristianas
En las últimas semanas diferentes países de América Latina han estado en lo que se suele llamar el foco de la noticia. Haití, Honduras, Ecuador, Brasil, Argentina, Chile… la lista empieza a ser interminable y alcanza a la práctica totalidad de los rincones del continente. Y el denominador común en estos procesos es el hartazgo de la ciudadanía por el acelerado proceso de empobrecimiento que se está viviendo.
Más allá del sensacionalismo y la manipulación de muchos de los titulares que han ilustrado algunos de estos momentos, se podría afirmar que hay una constante a todos ellos. La derecha está incendiando América Latina. En su sentido literal o como metáfora del hundimiento social y económico al que se están viendo abocados la mayor parte de estos países es ésta una afirmación que muestra con meridiana claridad lo que hoy ocurre en ese continente.
Se dejó atrás la década perdida de los años 90 del siglo pasado en la que las políticas neoliberales arrastraron a este territorio, pese a su riqueza en recursos, a ser el de mayor brecha de desigualdad, con niveles de pobreza que en muchos países alcanzaban a más del 50% de la población. Después se han vivido las casi dos últimas décadas donde bajo la égida aún del capitalismo como sistema dominante, se adoptaron por el contrario políticas posneoliberales que, cuando menos supusieron una mejora considerable de las condiciones de vida para muchos millones de personas. La pobreza y la extrema pobreza bajo varios dígitos, el estado recuperó presencia y dirección en las políticas económicas hasta recuperar en muchos casos sectores estratégicos antes privatizados, la soberanía y dignidad de muchos pueblos se convirtieron en una realidad y nuevos movimientos sociales (feminista, indígena, barrial…) se fortalecieron ocupando espacios de relevancia en los diferentes procesos de cambio. Aunque cierto es que los modelos extractivistas siguieron siendo dominantes también en esta etapa y los avances en muchos casos han sido más lentos de los que esos nuevos actores hubieran deseado.
Durante esa última época las opciones conservadoras, derechistas, quedaron descolocadas en los nuevos escenarios políticos. Intentaron por todos los medios a su alcance no perder su poder; y al decir todos los medios es necesario subrayar que hicieron uso de todos: sabotajes económicos, división social, manipulación, golpes de estado.
Llega América Latina así a esta última fase en la que esas corrientes han recuperado parte de su antigua presencia en diferentes países. En unos casos mediante procesos electorales, como Argentina, Colombia, Brasil (amañado al imposibilitar a Lula da Silva presentarse)…, en otros a través de golpes de estado como Honduras o Paraguay. Y nuevamente se entra en una etapa de aplicación de las viejas recetas neoliberales. Una vez más la constante es el recorte de derechos para las grandes mayorías, su empobrecimiento y el desmantelamiento lo más rápido posible de aquellos mecanismos y programas que caracterizaron los años de gobiernos progresistas. Es precisamente la recuperación de esas antiguas medidas (dictadas nuevamente por el FMI) las que están en la base de ese incendio del continente. Las tasas de pobreza se han multiplicado en unos pocos años, incluso en meses, y la carga sobre la población se dobla continuamente mientras las tasas de beneficio y la consiguiente riqueza queda cada día en menos manos. El continente más desigual del planeta vuelve a ocupar ese primer puesto, pero con una brecha que se acrecienta hora a hora.
Y esas grandes mayorías no aguantan más la ya vivida situación y los estallidos sociales se multiplican. Haití, la eterna olvidada, acumula más cinco semanas con protestas diarias pidiendo la dimisión del presidente; Honduras se incendia periódicamente constatando que su la oligarquía siempre manejó el país como una finca bananera.
En el sur, Ecuador ha vuelta a vivir los levantamientos indígenas y populares de hace décadas hasta obligar al presidente Lenin Moreno a retirar el paquetazo de nuevas medidas neoliberales; Argentina, que iba a ser salvada del populismo kichnerista, está al borde del hundimiento económico y la población rememora los momentos más duros del “corralito” en los primeros tiempos del nuevo siglo. Brasil se ha entregado a una camarilla ultraderechista, machista y racista que viendo la selva amazónica solo como una posible fuente de riqueza está dispuesta a incendiarla hasta acabar con ella.
Y el caso más reciente, a día de hoy, es Chile. La prepotencia de la derecha hacía que el actual presidente, Sebastián Piñera, acabara de declarar que este país es un oasis de estabilidad. No había terminado de digerir la misma cuando la aplicación de nuevas medidas neoliberales ha supuesto el levantamiento popular más duro de los años de aparente democracia tras la dictadura pinochetista. Son precisamente los tiempos del régimen dictatorial los que hicieron de Chile el laboratorio ideal para la aplicación de medidas neoliberales ya que el gobierno y ejército se encargaron de eliminar cualquier oposición sindical, social o política.
La transición a la democracia, siguiendo el ejemplo español, no alteró en medida alguna este sistema y ello ha traído un creciente empobrecimiento de la mayoría de la población. Chile aparecía en el mundo como una democracia consolidada que se alternaba entre la derecha conservadora y la socialdemocracia sin cuestionar en ningún caso el sistema neoliberal dominante.
Los medios de comunicación brindaron esta imagen del país. Por eso ha sorprendido tanto la magnitud de la protesta social que ha estallado. Sin embargo, conocer la verdadera realidad nos habla de un país entregado a las empresas trasnacionales, sobre todo, para la extracción de sus principales recursos naturales (cobre, litio, agua…), mientras los bienes sociales (salud, pensiones, educación, vivienda o transporte) se han privatizado hasta hacerse casi inalcanzables para cada vez un mayor porcentaje de la población. Esto es lo que verdaderamente explica el estallido social en Chile hoy, pero esta es también la constante en gran parte del incendio que recorre América Latina: las políticas neoliberales empobrecen a los pueblos y, además, son un fracaso económico, y político.
2019/10/22
Se dejó atrás la década perdida de los años 90 del siglo pasado en la que las políticas neoliberales arrastraron a este territorio, pese a su riqueza en recursos, a ser el de mayor brecha de desigualdad, con niveles de pobreza que en muchos países alcanzaban a más del 50% de la población. Después se han vivido las casi dos últimas décadas donde bajo la égida aún del capitalismo como sistema dominante, se adoptaron por el contrario políticas posneoliberales que, cuando menos supusieron una mejora considerable de las condiciones de vida para muchos millones de personas. La pobreza y la extrema pobreza bajo varios dígitos, el estado recuperó presencia y dirección en las políticas económicas hasta recuperar en muchos casos sectores estratégicos antes privatizados, la soberanía y dignidad de muchos pueblos se convirtieron en una realidad y nuevos movimientos sociales (feminista, indígena, barrial…) se fortalecieron ocupando espacios de relevancia en los diferentes procesos de cambio. Aunque cierto es que los modelos extractivistas siguieron siendo dominantes también en esta etapa y los avances en muchos casos han sido más lentos de los que esos nuevos actores hubieran deseado.
Durante esa última época las opciones conservadoras, derechistas, quedaron descolocadas en los nuevos escenarios políticos. Intentaron por todos los medios a su alcance no perder su poder; y al decir todos los medios es necesario subrayar que hicieron uso de todos: sabotajes económicos, división social, manipulación, golpes de estado.
Llega América Latina así a esta última fase en la que esas corrientes han recuperado parte de su antigua presencia en diferentes países. En unos casos mediante procesos electorales, como Argentina, Colombia, Brasil (amañado al imposibilitar a Lula da Silva presentarse)…, en otros a través de golpes de estado como Honduras o Paraguay. Y nuevamente se entra en una etapa de aplicación de las viejas recetas neoliberales. Una vez más la constante es el recorte de derechos para las grandes mayorías, su empobrecimiento y el desmantelamiento lo más rápido posible de aquellos mecanismos y programas que caracterizaron los años de gobiernos progresistas. Es precisamente la recuperación de esas antiguas medidas (dictadas nuevamente por el FMI) las que están en la base de ese incendio del continente. Las tasas de pobreza se han multiplicado en unos pocos años, incluso en meses, y la carga sobre la población se dobla continuamente mientras las tasas de beneficio y la consiguiente riqueza queda cada día en menos manos. El continente más desigual del planeta vuelve a ocupar ese primer puesto, pero con una brecha que se acrecienta hora a hora.
Y esas grandes mayorías no aguantan más la ya vivida situación y los estallidos sociales se multiplican. Haití, la eterna olvidada, acumula más cinco semanas con protestas diarias pidiendo la dimisión del presidente; Honduras se incendia periódicamente constatando que su la oligarquía siempre manejó el país como una finca bananera.
En el sur, Ecuador ha vuelta a vivir los levantamientos indígenas y populares de hace décadas hasta obligar al presidente Lenin Moreno a retirar el paquetazo de nuevas medidas neoliberales; Argentina, que iba a ser salvada del populismo kichnerista, está al borde del hundimiento económico y la población rememora los momentos más duros del “corralito” en los primeros tiempos del nuevo siglo. Brasil se ha entregado a una camarilla ultraderechista, machista y racista que viendo la selva amazónica solo como una posible fuente de riqueza está dispuesta a incendiarla hasta acabar con ella.
Y el caso más reciente, a día de hoy, es Chile. La prepotencia de la derecha hacía que el actual presidente, Sebastián Piñera, acabara de declarar que este país es un oasis de estabilidad. No había terminado de digerir la misma cuando la aplicación de nuevas medidas neoliberales ha supuesto el levantamiento popular más duro de los años de aparente democracia tras la dictadura pinochetista. Son precisamente los tiempos del régimen dictatorial los que hicieron de Chile el laboratorio ideal para la aplicación de medidas neoliberales ya que el gobierno y ejército se encargaron de eliminar cualquier oposición sindical, social o política.
La transición a la democracia, siguiendo el ejemplo español, no alteró en medida alguna este sistema y ello ha traído un creciente empobrecimiento de la mayoría de la población. Chile aparecía en el mundo como una democracia consolidada que se alternaba entre la derecha conservadora y la socialdemocracia sin cuestionar en ningún caso el sistema neoliberal dominante.
Los medios de comunicación brindaron esta imagen del país. Por eso ha sorprendido tanto la magnitud de la protesta social que ha estallado. Sin embargo, conocer la verdadera realidad nos habla de un país entregado a las empresas trasnacionales, sobre todo, para la extracción de sus principales recursos naturales (cobre, litio, agua…), mientras los bienes sociales (salud, pensiones, educación, vivienda o transporte) se han privatizado hasta hacerse casi inalcanzables para cada vez un mayor porcentaje de la población. Esto es lo que verdaderamente explica el estallido social en Chile hoy, pero esta es también la constante en gran parte del incendio que recorre América Latina: las políticas neoliberales empobrecen a los pueblos y, además, son un fracaso económico, y político.
2019/10/22
@jgonzalez pazos
Miembro de Mugarik Gabe /// https://www.alainet.org/es/articulo/202813
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