José María Castillo
Yo supongo que la firmeza, la insistencia y hasta la agresividad, con que no pocos “hombres de Iglesia” se oponen y hasta se enfrentan a las personas homosexuales, es una forma de pensar y de actuar que quienes se comportan así, no han pensado suficientemente el daño que le hacen a muchos seres humanos y, con demasiada frecuencia, también a la Iglesia.
Digo que les hacen daño a muchos seres humanos por la sencilla razón de que, en la sociedad en que vivimos, existe una mentalidad, bastante extendida, que ve en la homosexualidad una “perversión” o una “enfermedad”. Y ambas cosas relacionadas – sobre todo entre gente “chapada a la antigua” – como algo degradante, humillante y despreciable. Calificativos que destrozan, en su intimidad, a quienes los tienen que soportar.
Este destrozo se produce, sobre todo, porque el individuo, que se ve calificado como un “maricón” (o “maricona”), si es que quiere verse respetado y apreciado, no tiene más remedio que ocultar su propia identidad. Es decir, tiene que pasarse la vida entera fingiendo, ocultando y, en algunos casos (según las circunstancias y la manera de ser de cada cual), hasta mintiendo. Con la confusión, la oscuridad, las dudas y el desagradable sentimiento de verse rechazado e incluso despreciado hasta límites y en condiciones que seguramente no imaginamos. Evidentemente, es una “canallada” condenar a una persona a que viva así. Y bien sabe Dios que la religión y muchos de sus funcionarios tienen bastante responsabilidad en que las cosas estén como están, en lo que respecta a este problema.
Las personas que van por la vida empeñados en “curar” o “corregir” a los homosexuales deberían pensar en serio que, seguramente, quienes más necesitan curarse o corregirse son ellos mismos. De forma que, en vez de mandar a los otros al psiquiatra, tendrían que ser ellos los primeros en ir para que el psiquiatra los cure. Porque, en realidad, el más desquiciado es el que emite un juicio negativo y dañino sobre seres humanos, que se tendría que emitir igualmente sobre los monos, los leones, las mariposas, el puerco espín y una notable variedad de especies animales, de las que se sabe con seguridad que viven con toda naturalidad lo mismo la heterosexualidad que la homosexualidad. Esto está estudiado al detalle. Y ha sido bien explicado por los especialistas más eminentes.
Sin duda alguna, la sexualidad es variable y se concreta en modalidades distintas, que, si se da y se reproduce, tanto en seres humanos como en otras especies de animales vivientes, lo más lógico es pensar que esta experiencia fundamental se puede vivir en concreciones y experiencias distintas. Si la naturaleza nos ha hecho así a los seres vivientes, respetemos la realidad tal cual es.
¿Cómo es posible que, sabiendo esto, haya gente tan trastornada que se obsesiona con la idea de que lo más urgente, en este momento, es curar a las personas homosexuales? ¿No se han enterado todavía que no es lo mismo la “sexualidad” que la “genitalidad”? Si no saben estas cosas tan elementales, ¿cómo se ponen a “pontificar”, aprobando a unos o rechazando a otros, sin saber lo que dicen?
Lo indignante es que ahora haya en la Iglesia no pocos clérigos que se parten la cara por limpiar la sociedad de homosexuales, al tiempo que se callan ante los corruptos, los embusteros y los que descaradamente nos quieren imponer una sociedad en la que unos pocos potentados se impongan a millones de criaturas que no pueden tirar de la vida ante tantas injusticias como las que estamos viviendo. Y hasta parece que hay quieren seguir haciendo lo que se ha hecho hasta ahora, aunque sea de forma más disimulada y hasta con buenas apariencias.
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