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martes, 26 de diciembre de 2017

Solo el amor es digno de fe

Gabriel Otalora

Navidad es un término que viene del nativitas romano (nascior, nacer). Y Natividad (Nativita), nacimiento de la vida.  La primera referencia a la fiesta de la Navidad aparece en el calendario Filocaliano, el calendario cristiano conocido más antiguo, aunque es posible que se celebrase incluso antes de Constantino. En la fecha del 24 de diciembre, los romanos celebraban la festividad del Sol Naciente Invencible (Natalis Solis Invicti) y los cristianos la hicieron coincidir con la celebración del nacimiento del Señor.

Es cierto que nuestra liturgia marca como día más importante a la Pascua de Resurrección por lo que integra a todo lo demás desde el punto de vista de nuestra experiencia de la Buena Noticia. Sin embargo, en esta fecha de la Navidad es cuando empieza todo, si se me permite hablar en estos términos; (quiero decir que también se puede afirmar que “empieza todo” con el libro del Génesis o al comienzo de la predicación de Jesús, con su llamada a los apóstoles el lago de Galilea).

Todo comienza en el momento en que Jesús se hace uno de los nuestros para acercarnos el verdadero rostro de Dios y darle el verdadero sentido a los textos de las Escrituras. Es por lo que la Navidad no es una simple fecha que pueda reducirse a una fiesta de cumpleaños ni una celebración periódica del misterio de la infancia. La Navidad es algo más profundo que supone la entrada de Dios en nuestra historia. Es la manifestación de la identidad y la misión de Dios que comparte con nosotros. Un misterio maravilloso, algo completamente nuevo, una puerta extraordinaria que nos ayuda de manera decisiva en el camino de la revelación.
He escrito “de manera decisiva” porque la Navidad supone poner en el centro de todo al amor que nos llega en forma de un mandamiento nuevo capaz de condensar a todos los demás mandatos y mensajes de manera rotunda.

A partir de la Encarnación, toda la historia de la Salvación debe ser vista con los ojos del amor de un Dios que nos ama incondicionalmente a cada persona. Y debemos vivirla desde la experiencia que es Dios mismo encarnado quien viene a prender nuestros corazones para hacernos la mejor posibilidad de cada persona. Y desde aquí tiene sentido la evangelización o misión que nos fue encomendada: anunciar al mundo que Jesús es el Salvador, pero hacerlo con hechos, con actitudes, salvando a quienes nos necesitan en sus desgracias y sufrimientos.
Y si al principio del cristianismo nos apoyamos en las fechas de las grandes fiestas paganas para celebrar nuestra liturgia, estamos volviendo al principio cuando ahora somos nosotros quienes paganizamos las fiestas religiosas más importantes como parte de nuestra fe en forma de un consumismo intolerable que ha desdibujado la Navidad y lo que representa, haciendo de estas fiestas, Navidad y Epifanía, un febril ejercicio de materialismo como no ocurre en todo el año.

Los cristianos somos de los principales mantenedores de esta fiesta consumista en el Primer Mundo ocultando el único mensaje capaz de ser creíble: el amor al prójimo como a uno mismo. Esto último de amar como a mí mismo encierra otra maravillosa verdad: tenemos que querernos para querer a los demás. Pero esto lo reflexionaremos en una posterior entrada en el blog.
Felices fiestas del amor y la solidaridad, feliz compromiso evangelizador que deje huella en tantos corazones doloridos gracias a nuestro testimonio solidario. Solo el amor es digno de fe.

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