José María Herreros, Coordinador de Observatorio de Renta Básica de Ciudadanía
(attac madrid)
El pasado 28 de noviembre Alberto Nadal, Secretario de Estado de Presupuestos, compareció ante la Comisión de Empleo y Seguridad Social del Congreso dentro de las consultas que desde la citada Comisión vienen realizándose a partir de que el Pleno del Congreso, allá por el mes de febrero, aprobó con los votos en contra del PP y Ciudadanos la tramitación de una proposición de ley para el establecimiento de un ingreso mínimo de 426 euros para las familias sin recursos, procedente de una iniciativa legislativa popular promovida por los sindicatos CCOO y UGT.
Según el Sr. Nadal, la introducción de este ingreso mínimo provocaría una fuerte subida de impuestos, supondría ‘la quiebra de la Hacienda Pública’ y ‘el sistema de bienestar se vería en peligro’. También explicó que la secretaría que dirige ha realizado diferentes ejercicios sobre los que sustenta esta afirmaciones, señalando además que para poder sostener esa renta mínima habría que elevar el IRPF un 20% y aumentar en tres puntos todos los tipos de IVA, lo que supondría una subida impositiva de un nivel tal que volveríamos a los peores años de la crisis económica en términos de crecimiento y creación de empleo. Lo que haríamos, ha afirmado el Sr. Secretario de Estado, es ‘crear las condiciones para que millones de españoles estuvieran en riesgo de exclusión social y se revertiría todo lo ganado en los últimos años’ y terminó afirmando que tal como está redactada la proposición de ley, ‘la medida desincentivaría el trabajo y tendría un efecto llamada muy importante entre ciudadanos de la Unión Europea’. Y se quedó tan ancho.
Les propongo un juego: olvídense por un momento que hablamos de una renta mínima de 426 euros para las familias más necesitadas y piensen qué podría, por su coste, provocar un cataclismo financiero y social de tal envergadura. ¿Tal vez el fraude fiscal? (60.000 millones anuales según Gestha) ¿el rescate a la banca? (60.000 millones según el tribunal de cuentas o 130.000 millones según otras fuentes que incluyen otros cálculos) o por no seguir elucubrando e ir a lo fácil y seguro: ¿el coste de la corrupción? (90.000 millones anuales). Error. Este acabose lo generarán los 15.000 millones de euros anuales que se estima costaría implantar las rentas mínimas propuestas por los sindicatos.
Sus negros augurios, Sr. Nadal, recuerdan a los que se lanzaban en Estados Unidos contra el proyecto de ley de Seguridad Social de 1935 que establecía un plan federal de pensiones. ‘Con el seguro de desempleo nadie trabajará. Con el seguro de vejez nadie ahorrará, y el resultado final será la decadencia moral, la bancarrota financiera y el derrumbe de la República’. Estas y otras cosas se escribieron entonces. Hay que reconocer que de decadencia moral y bancarrota financiera algo hay, pero no precisamente por los perceptores de pensiones, sino más bien por los que se oponían entones y de alguna forma se oponen ahora. Usted ya sabe de quiénes hablo.
Cosas parecidas si no peores se escribieron en Francia con el establecimiento de las vacaciones pagadas. Nadie volvería al trabajo después de las vacaciones, porque los obreros estarían alcoholizados. Y así, con cada uno de los derechos que hoy consideramos irrenunciables. ‘El radicalismo de ayer es el sentido común de hoy’ escribió Gary Willis. Y parece que llevaba bastante razón.
Por no hablar de la tantas veces augurada quiebra de las pensiones. Anunciada para el 2002, después retrasada hasta el 2010 y ahora en sus últimos estertores a causa, entre otros factores, del vaciamiento de fondo para otros menesteres, que se produce con el fondo del run run mediático sobre el negro futuro de las mismas. Ímprobo esfuerzo para que nos echemos a los brazos protectores de los planes privados de pensiones (pregunte Sr. Nadal en Chile cómo les ha salido el ‘experimento’ y sus consecuencias para la población).
Al final nos pasará como al pobre feligrés que, harto de escuchar desde el púlpito profecías, malos augurios y amenazas, se dirigió al clérigo que las lanzaba diciendo: Sr. Cura, si hay que ir al infierno, se va. Pero deje ya de acojonarnos.
No sea usted antiguo, Sr. Nadal. ¿No le da un poquito de vergüenza recurrir al miedo? Sí, ya sabemos que es un arma poderosa, porque paraliza, pero de usted se espera algo más. Por otra parte, ¿no cree que ha llegado el momento de salir de esta zona de confort ideológico que en el fondo no hace sino inmovilizarnos ante cualquier propuesta que sea más justa, más eficaz y sobre todo más generadora de igualdad y por tanto más necesaria para cimentar el contrato social que, a pesar de algunos, todavía mantenemos?
Le voy a dar buenas noticias Sr. Nadal. No tenemos por qué gastarnos ese dinero y menos en algo que viene mostrando desde hace tiempo su ineficacia en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Ineficaz y estigmatizador. Porque asignar a las familias más necesitadas una renta cuya cuantía ni siquiera se acerca al umbral de pobreza (684 euros por persona) es crear pobreza por Decreto Ley. Es lo que tienen las llamadas Rentas Mínimas de Inserción, que, a tenor de los resultados obtenidos, deberían empezar a denominarse Rentas de Inserción Mínima.
Tal vez, Sr. Nadal, haya oído usted hablar de la Renta Básica Universal. Tiene que sonarle. Si no es así, infórmese, porque es una medida que elimina la pobreza y que lleva asociada una propuesta de financiación sin coste adicional alguno. Y por supuesto, sin recortar ninguna partida de gasto social. ¿No le atrae la idea? En España se aplica desde hace tiempo, aunque no de manera universal porque la disfrutan únicamente quienes cobran un sueldo y hacen Declaración de la Renta. Se llama ‘mínimo personal’. Vamos, que se benefician los que seguramente menos lo necesitan. Y parece que esto no ha quebrado el sistema ni ha producido el caos que usted nos augura.
La financiación de una Renta Básica (universal, incondicional, individual y suficiente) de cuantía equivalente al umbral de pobreza no deja de ser un problema de carácter técnico, y como tal, tiene solución, porque dinero hay, aunque muy mal repartido. Le remito al estudio realizado por Red Renta Básica en el que mediante una reforma fiscal nada compleja podría financiarse, como le decía, a coste cero. Y de un año para otro, sin esperas.
Pero tiene algunos efectos secundarios que no sabemos si serían del agrado de sus jefes, conocida su aversión al ejercicio de decidir, me refiero a que los demás decidan. La Renta Básica Universal además de eliminar de golpe la pobreza nos daría unas mínimas cotas de libertad que permitirían, por ejemplo, poder rechazar trabajos de mierda (llamemos a las cosas por su nombre) o al menos poder negociar salario y condiciones teniendo cubiertas las necesidades mínimas. También podría suceder que, teniendo esa mínimas necesidades cubiertas, queramos decidir qué queremos hacer y cómo queremos hacerlo. De entrada suena revolucionario, pero no se asuste, Sr. Nadal. Si lo piensa un poco es lo mínimo que podemos esperar de una sociedad tan desarrollada como la nuestra.
Por estas y otras muchas razones que se intuyen fácilmente venimos a proponerle la Renta Básica Universal como medida de amplio espectro. Además es justa, es necesaria y es posible. Y porque queremos que nuestras vidas dejen de ser un problema a resolver y pasen a ser una realidad a experimentar. Nada más, y nada menos.
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