José M. Castillo, teólogo
web de Redes Cristianas
El discurso que el papa Francisco tuvo, como felicitación navideña, a la Curia Romana el pasado día 21 de este mes de diciembre, está dando que hablar en los ambientes relacionados con la Iglesia. El papa les habló, a los miembros de la Curia, con la claridad y la libertad que le caracterizan. Y desde ahora afirmo que, desde su claridad y su libertad, el papa hizo, entre otras, dos afirmaciones que hacen temblar.
1. Dirigiéndose a los cardenales, obispos, monseñores y demás personajes de la Curia, el papa les habló de “la desequilibrada y degenerada lógica de las intrigas o de los pequeños grupos que en realidad representan… un cáncer que… se infiltra en los organismos eclesiásticos”.
2. Y en seguida añadió: “otro peligro, que es el de los traidores de la confianza o los que se aprovechan de la maternidad de la Iglesia, es decir de las personas que han sido seleccionadas con cuidado… pero se dejan corromper por la ambición y la vanagloria”.
O sea, a juicio del papa Francisco, la Curia que gobierna la Iglesia, es (en este momento) un enfermo grave, en el que “traidores de la confianza, que la misma Iglesia ha depositado en ellos, les ha llevado a actuar motivados por “la ambición y la vanagloria”.
¿Se puede pensar que el papa Bergoglio exagera al decir etas cosas sobre personas tan respetables? Con toda sinceridad, puedo afirmar que, pocos días antes de conocerse la renuncia de Benedicto XVI al cargo de Sumo Pontífice, uno de los más importantes personajes en el gobierno de la Iglesia, me dijo en Roma confidencialmente: “Rece mucho por la Iglesia, porque la situación, en este momento, es tan grave, que esta Iglesia que tenemos, no puede caer más bajo de lo que ya ha caído”.
¿Qué está pasando en la Iglesia? Sin miedo a exagerar o sacar las cosas de quicio, creo que se puede (y se debe) afirmar que el “desequilibrio” y la “degeneración”, que el papa denuncia de la Curia Romana, no se reduce a la Curia del Vaticano. Ese “desequilibrio” y esa “degeneración” se extiende – de una o de otra forma, con más o menos profundidad – por la Iglesia entera. Y aquí podemos decir que quien tenga las manos limpias, que tire la primera piedra. Y quede claro que yo soy el primero que lo digo. Porque somos muchos (más de los que nos imaginamos) los que tenemos mucho que callar.
¿Por qué? ¿Qué está pasando en la Iglesia? Vamos a ser sinceros. Si tomamos el Evangelio en nuestras manos, y si es que aseguramos que en Jesús se nos ha revelado Dios y lo que Dios quiere, entonces no nos queda más remedio que decir que mientras haya obispos viviendo en palacios, clérigos luciendo vestimentas solemnes, diócesis e instituciones religiosas que manejan mucho (pero mucho) dinero, individuos jóvenes que se meten en seminarios y conventos para “hacer carrera”, por más que aseguren que ellos quieren “seguir a Cristo”, mientras las diócesis sigan teniendo privilegios (económicos, legales, sociales…), que la mayoría de los ciudadanos no tienen, ni pueden tener, mientras todo esto funcione así, por más que nos digan que todo esto es así porque así lo estableció Jesucristo, esta Iglesia no tiene arreglo. Ni con este Papa, ni con cincuenta Papas que vengan detrás de él.
Porque, en una institución que funciona como funciona la Iglesia, y dado lo que es la condición humana, en ella habrá gente, bastante gente, que, pensando que está allí para servir a Dios y para servir a Cristo, para salvar al mundo y dar gloria a Dios, en realidad estamos ahí porque ahí, sin ser un genio o ser un héroe, “te colocas bien en la vida y tienes tu vida asegurada”.
No es cuestión de ambición o egoísmo. El problema está en que, como ha dicho el papa Francisco en su reciente discurso a la Curia Romana, la Iglesia está organizada de manera que los que nos metimos en ella diciendo que lo hacíamos porque “seguíamos a Jesucristo”, en realidad muchos terminamos siendo “funcionarios”, que, en palabras del papa, terminamos siendo “traidores de la confianza”, que depositaron en nosotros.
No es cuestión de la maldad de los que nos metemos a curas, frailes o religiosos. Ni es un problema de debilidad o cobardía de quienes gobiernan. El problema está en que Jesús pensó en un movimiento profético, que, con el paso de los tiempos, ha terminado siendo una organización mundial cimentada sobre el poder que la religión tiene sobre la intimidad de las personas, la capacidad que da la seguridad económica y, en consecuencia de lo dicho, la influencia socio-política que le dan los poderes de este mundo, con tal que la Iglesia sepa estar siempre en “su sitio”. Un sitio que, con frecuencia, está en los antípodas del que ocupó Jesús, en quien radica su origen y su razón de ser.
Jesús vino a estar con los últimos y a identificarse con ellos. La Iglesia funciona de tal manera, que no tiene más remedio que estar con los primeros o lo más cerca posible de ellos. Así, vivimos y viviremos siempre en la contradicción. De ahí que un Papa como Francisco es, y será, amado por unos y odiados por otros. Tal como somos los seres humanos, esto no tiene otra salida.
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