Jaime Richart, Antropólogo y jurista
En todo caben enfoques distintos de la realidad que observamos o
vivimos. Pero desde luego la realidad política en España asociada a
cualquiera de los tres poderes del Estado, es deplorable desde el punto
de vista social, humanista y jurídico.
El Congreso, es decir, el poder legislativo, es deplorable, porque
desde que arrancó esta parodia de democracia no ha hecho otra cosa que
cocinar leyes de todo rango y decretos a la medida de quienes ya
estaban bien situados y de quienes esperaban situarse al rebufo
precisamente de la política. Ya la redacción de la Constitución
respondió al acto solemne preparatorio y propicio para una legislación
posterior que habría de favorecer la responsabilidad, esto es, la
“causa”, de la clase política; bien directamente, bien indirectamente a
través de flagrantes posibilidades de burlarla. Otras leyes, como la
hipotecaria, que debieron derogarse o modificarse a fondo al compás de
las nuevas realidades sociales, se mantuvieron intactas o retocadas
superficialmente para no afectar al interés de los especuladores, es
decir, de los banqueros y de la banca moderna.
De los sucesivos gobiernos, es decir, del poder ejecutivo, qué decir…
Todos los que han ido desfilando desde el año 1978 han hecho lo posible
para ir aproximàndose a las definiciones y propósitos de la ideología
neoliberal que pusieron en marcha en los años 70 la británica Thatcher y
los ensayistas mediáticos estadounidenses con los hermanos Kaplan a la
cabeza, llevando entre todos a la práctica la teoría económica de los
economistas de los llamados Chicago Boys, Friedman y Harberger, que
abrió las puertas a la extrema libertad de mercado y a la privatización
de los recursos y servicios públicos, de consecuencias nefastas para
las clases más vulnerables. Unos, los oficialmente conservadores,
consagrados a la idea y de paso muchos de ellos sacando provecho
personal de dicha teoría mediante el calculado saqueo de las arcas
públicas, y los otros, desvirtuando, más bien abandonando, el socialismo
que les vio nacer, coqueteando con el neoliberalismo y aprovechàndose
asimismo de la situación hasta fraguar su malicia o su inconsciencia en
las denominadas “puertas giratorias”.
Si hago un repaso de todo esto sabido por la mayoría que tiene más
de 30 ó 40 años, es porque un dictum jurídico lo resume todo: la causa
de la causa es la causa del mal causado. Es decir, en España de aquellos
polvos vienen la mayor parte de estos lodos…
Y, cuando tras cuarenta años llega el momento esperado de la
justicia que proverbialmente se la ha representado ciega, que hubiera
debido caer implacable sobre los filibusteros de la política no para
conducirles a la guillotina sino a la prisión más fría por el daño
causado a millones de personas, las maniobras del gobierno y las
triquiñuelas interpretativas a que ordinariamente recurren los
Tribunales, no tanto los jueces unipersonales, nos presentan a una
Justicia dirigida, agudizando aún más la indignación popular que ya de
lejos venía existiendo hasta convertirse en exasperación y al final en
desesperanza de tantos millones de vida precaria y de tantos que no
padeciéndola, nos unimos a la causa universal de los débiles. No
quieren, de acuerdo con su mentalidad, ni una economía intervenida ni un
Estado fuerte salvo para desvalijarle. Pero forma parte de su plan
hacer un títere del poder judicial, a través de la institución de los
fiscales. Se dice pronto…
En resumidas cuentas, si hablaba al principio de una realidad
poliédrica, con distintos modos posibles de verla y de analizarla, la
época que estamos viviendo en el mundo y especialmente en España no
admite ni aconseja precisamente florituras retóricas. Quiero decir que
no me extrañaría que a los ojos de los países restantes de Europa, al
menos de la Comunitaria, España no haya de estar muy distante de las
condiciones de los países social y políticamente atrasados. Y si no
fuese así, no creo equivocarme si dijera que así habrán de verlo
millones de personas comunes; de esas de las que son enemigas las
clases dominantes. Como ha de verla el pueblo; un pueblo, el español,
que poco a poco va regresando al triste papel de masa sufriente que ha
representado prácticamente toda su historia, y que desde hace una década
viene siendo vapuleada por el poder legislativo con sus leyes de
cartón, por el ejecutivo con sus políticas de marginación y exclusión, y
en las últimos semanas, también por el judicial con sus sentencias
implacables con quienes debiera ser indulgente, y benévolas con quienes
debiera ser estricta. Sentencias, revocatorios y facilidades para los
rufianes, que son una broma dentro de una farsa democrática que dura ya
cuarenta años. Lo único que es posible alivie y consuele al pueblo
español, es sentir lo que nunca hasta ahora sintió sin extraordinarios
esfuerzos: la cercanía de todos sus congéneres y del resto del mundo, a
través de la Internet. Pero en todo lo demás, me parece vivir en un país
sumamente atrasado…
26 Febrero 2017
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