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jueves, 2 de marzo de 2017

Un país atrasado

Jaime Richart, Antropólogo y jurista


En todo caben enfoques distintos de la realidad que observa­mos o vivimos. Pero desde luego la realidad política en España asociada a cualquiera de los tres poderes del Estado, es deplo­rable desde el punto de vista social, humanista y jurídico.
El Congreso, es decir, el poder legislativo, es deplorable, por­que desde que arrancó esta parodia de democracia no ha hecho otra cosa que cocinar leyes de todo rango y decretos a la medi­da de quienes ya estaban bien situados y de quienes esperaban situarse al rebufo precisamente de la política. Ya la redacción de la Constitución respondió al acto solemne preparatorio y propicio para una legislación posterior que habría de favorecer la responsabilidad, esto es, la “causa”, de la clase política; bien directamente, bien indirectamente a través de flagrantes posibi­lidades de burlarla. Otras leyes, como la hipotecaria, que debie­ron derogarse o modificarse a fondo al compás de las nuevas realidades sociales, se mantuvieron intactas o retocadas super­ficialmente para no afectar al interés de los especuladores, es decir, de los banqueros y de la banca moderna.


De los sucesivos gobiernos, es decir, del poder ejecutivo, qué decir… Todos los que han ido desfilando desde el año 1978 han hecho lo posible para ir aproximàndose a las definiciones y propósitos de la ideología neoliberal que pusieron en marcha en los años 70 la británica Thatcher y los ensayistas mediáticos estadounidenses con los hermanos Kaplan a la cabeza, llevando entre todos a la práctica la teoría económica de los economistas de los llamados Chicago Boys, Friedman y Harberger, que abrió las puertas a la extrema libertad de mercado y a la priva­tización de los recursos y servicios públicos, de consecuencias nefastas para las clases más vulnerables. Unos, los oficialmente conservadores, consagrados a la idea y de paso muchos de ellos sacando provecho personal de dicha teoría mediante el calcu­lado saqueo de las arcas públicas, y los otros, desvirtuando, más bien abandonando, el socialismo que les vio nacer, coque­teando con el neoliberalismo y aprovechàndose asimismo de la situación hasta fraguar su malicia o su inconsciencia en las de­nominadas “puertas giratorias”.
Si hago un repaso de todo esto sabido por la mayoría que tiene más de 30 ó 40 años, es porque un dictum jurídico lo resume todo: la causa de la causa es la causa del mal causado. Es decir, en España de aquellos polvos vienen la mayor parte de estos lodos…
Y, cuando tras cuarenta años llega el momento esperado de la justicia que proverbialmente se la ha representado ciega, que hubiera debido caer implacable sobre los filibusteros de la polí­tica no para conducirles a la guillotina sino a la prisión más fría por el daño causado a millones de personas, las maniobras del gobierno y las triquiñuelas interpretativas a que ordinariamente recurren los Tribunales, no tanto los jueces unipersonales, nos presentan a una Justicia dirigida, agudizando aún más la indig­nación popular que ya de lejos venía existiendo hasta conver­tirse en exasperación y al final en desesperanza de tantos mi­llones de vida precaria y de tantos que no padeciéndola, nos unimos a la causa universal de los débiles. No quieren, de acuerdo con su mentalidad, ni una economía intervenida ni un Estado fuerte salvo para desvalijarle. Pero forma parte de su plan hacer un títere del poder judicial, a través de la institución de los fiscales. Se dice pronto…
En resumidas cuentas, si hablaba al principio de una realidad poliédrica, con distintos modos posibles de verla y de analizar­la, la época que estamos viviendo en el mundo y especialmente en España no admite ni aconseja precisamente florituras retóri­cas. Quiero decir que no me extrañaría que a los ojos de los paí­ses restantes de Europa, al menos de la Comunitaria, España no haya de estar muy distante de las condiciones de los países social y políticamente atrasados. Y si no fuese así, no creo equi­vocarme si dijera que así habrán de verlo millones de per­so­nas comunes; de esas de las que son enemigas las clases dominantes. Como ha de verla el pueblo; un pueblo, el español, que poco a poco va regresando al triste papel de masa sufriente que ha representado prácticamente toda su historia, y que desde hace una década viene siendo vapuleada por el poder legislati­vo con sus leyes de cartón, por el ejecutivo con sus políticas de marginación y exclusión, y en las últimos semanas, también por el judicial con sus sentencias implacables con quienes de­biera ser indulgente, y benévolas con quienes debiera ser estric­ta. Sentencias, revocatorios y facilidades para los rufianes, que son una broma dentro de una farsa democrática que dura ya cuarenta años. Lo único que es posible alivie y consuele al pueblo español, es sentir lo que nunca hasta ahora sintió sin ex­traordinarios esfuerzos: la cercanía de todos sus congéneres y del resto del mundo, a través de la Internet. Pero en todo lo demás, me parece vivir en un país sumamente atrasado…

26 Febrero 2017

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