Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
No me corto, ni me paro, al denunciar ciertos comportamientos de la Jerarquía de la Iglesia, o, tantas o más veces, de la falta de otros comportamientos. Es decir, si tengo que criticar a nuestros prelados por acción u omisión, lo hago indistintamente, sin que me tiemple el pulso. Por eso me resulta especialmente agradable felicitar a Don Fidel por su valentía evangélica de convocar, presidir y encabezar una manifestación en su ciudad y sede episcopal, Burgos, para exigir a las autoridades y organismos involucrados au atención al grave problema de la falta de luz y energía en muchos hogares, provocada por la pobreza de tantas familias, y por el precio excesivo, y muchas veces incontrolado, de la electricidad en España. Tiene el arzobispo de Burgos fama de pacífico, sereno, dulce y fraterno. Muy mal debe de ver las cosas para muchos de sus fieles más desvalidos y desprotegidos para motivarlo hasta el extremo de protagonizar una manifestación de protesta.
Y me voy a dar prisa en explicar un matiz importante: hace unos días, en el artículo “La moral de los obispos”, de 25/02/17, puede haber sucedido que alguien haya entendido que yo criticaba a los obispos por salir a protestar a la calle, interfiriendo en procesos legislativos del Parlamento español. Pero eso, así contado, sería amplia y absolutamente erróneo, falso. Es fundamental, para juzgar cualquier manifestación humana, tener en cuenta todos los distingos y condicionamientos que puedan hacer cambiar significativamente la valoración de la actitud a juzgar. Voy a citar literalmente el motivo de mi crítica en ese artículo que he citado: “Los señores obispos salieron a la calle contra la primera, y necesarísima, ley del divorcio, contra la de despenalización del Aborto, contra la tentativa de la asignatura “Educación para la Ciudadanía”, contra la ley de igualdad, contra la ideología de Género, contra el matrimonio homosexual, y otras muchas leyes que contradecían, según ellos, la moral oficial del Magisterio de la Iglesia. Lo verdaderamente curioso es que el Evangelio no dice nada de esos temas. Así que a muchos fieles nos sorprende, y hasta puede llegar a escandalizarnos, que temas que se mencionan, ¡y cómo!, en el Evangelio, y en la Sagrada Escritura, los obispos no se hayan pronunciado, y hayan dejado que sus fieles se fueran hundiendo en la miseria, con leyes no solo injustas, sino nada provechosas para la mayoría de la población´”
El caso es, pues, ver si las denuncia proféticas de nuestros Pastores están, o no, avaladas, por denuncias similares de Jesús, en el Evangelio, o de los profetas, en la Sagrada Escritura. Y esta es la cuestión para valorar positiva y evangélicamente, o no, la denuncia episcopal, incluso, que la denuncia sea pública y notoria. Tenemos que superar, de una vez, esa especie de falso rubor, o de “prudente contención” (¿?), en nuestras denuncias y críticas a los Gobernantes, y, desde luego, no proferirlas por motivos que no estén avalados explícitamente por denuncias proféticas proclamadas desde a Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo (AT) como en el Nuevo Testamento, (NT). Algo que no ocurre, evidentemente, en temas de contenido sexual, sobre todo si son nuevos, y sólo han sido estudiados y propuestos a partir de la ciencia moderna. Pero la protesta, la indignación el grave enfado, y la denuncia, por motivos de abuso de poder, de maltrato a los más pobres y desprotegidos: “los forasteros, los huérfanos y las viudas”, en el AT; los “publicanos, los samaritanos, las prostitutas, los impuros”, en el NT; y los “inmigrantes, los refugiados, los drogadictos, los desempleados, los desahuciados”, etc, en los días de hoy. Por todos éstos, los verdaderos pastores, a los que les importan las ovejas, enfrentan los lobos de los poderes establecidos, políticos, sociales y económicos. Y no se cortan, ni se avergüenzan, de gritar y clamar en la calle, o de hacerse incómodos a los que, tal vez, después se los piensen hasta tres veces para ayudar con su dinero “de la iniquidad”, como dice el Evangelio, a la estructura eclesial, si sus pastores los recriminan.
¡Gracias sean dadas al buen Dios!, como se dice en Brasil, de que un arzobispo tan ecuánime, sereno, evangélico, dulce y fraterno haya puesto el grito en el frío cielo de Burgos, para denunciar la pobreza energética en la inclemencia del gélido invierno burgalés, y, todavía más, la frialdad, nada ecuánime, ni serena, ni dulce, ni fraterna, sino despiadadamente inclemente, del corazón de algunos políticos y empresarios, considerados, sin merecerlo, próceres sociales, por su colaboración, !así la llaman!, con el dinero de todos, al PIB nacional. Te prometo, Fidel, como ya hicimos la tarde que tú sabes, buscarte, si paso por Burgos, para brindar contigo por tu gesto evangélico, y recordar viejos tiempos, y cómo fuiste para mí un suave rocío después de la tormenta. ¡Gracias!
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