José Antonio Pagola
UNA LLAMADA ESCANDALOSA
La llamada al amor es siempre atractiva. Seguramente, muchos acogían
con agrado la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor
síntesis de la Ley. Pero lo que no podían imaginar es que un día les
hablara de amar a los enemigos.
Sin embargo, Jesús lo hizo. Sin respaldo alguno de la tradición
bíblica, distanciándose de los salmos de venganza que alimentaban la
oración de su pueblo, enfrentándose al clima general que respiraba en su
entorno de odio hacia los enemigos, proclamó con claridad absoluta su
llamada: «Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen».
Su lenguaje es escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente
con su experiencia de Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus
enemigos, no busca la destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en
vengarse, sino en amar incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo
de ese Dios no ha de introducir en el mundo odio ni destrucción de
nadie.
El amor al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús dirigida a
personas llamadas a una perfección heroica. Su llamada quiere
introducir en la historia una actitud nueva ante el enemigo, porque
quiere eliminar en el mundo el odio y la violencia destructora. Quien se
parezca a Dios no alimentará el odio contra nadie, buscará el bien de
todos, incluso el de sus enemigos.
Cuando Jesús habla del amor al enemigo no está pidiendo que
alimentemos en nosotros sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia
quien nos hace mal. El enemigo sigue siendo alguien del que podemos
esperar daño, y difícilmente pueden cambiar los sentimientos de nuestro
corazón.
Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar
ni desear hacerle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos amor o
afecto hacia él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados. Nos
hemos de preocupar cuando seguimos alimentando odio y sed de venganza.
Pero no se trata solo de no hacerle daño. Podemos dar más pasos hasta
estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos
necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos
que cuando nos vengamos. Podemos incluso devolverle bien por mal.
El perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias, a
la persona se le puede hacer prácticamente imposible liberarse
enseguida del rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de juzgar a
nadie desde fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera
incondicional, incluso cuando no somos capaces de perdonar.
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