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jueves, 15 de enero de 2015

Las caricaturas de Mahoma: provocación e irresponsabilidad Juan José Tamayo




Difundimos este artículo de Juan José Tamayo, publicado en El Correo el 9 de Febrero de 2.006 porque el fondo de lo que en él se manifiesta, sigue teniendo plena actualidad después de los últimos sucesos acaecidos en Francia. (Redacción de RR.CC)
En Europa hay una ignorancia enciclopédica sobre el Islam. Apenas se sabe nada de dicha religión, y lo que se sabe es deformadamente. Más que con información objetiva se opera con estereotipos que no resisten la prueba de la historia, y con descalificaciones gruesas y viscerales que están en proporción directa con el desconocimiento. Tal situación se explica, al menos en parte, por una carencia grave en el sistema educativo de algunos países europeos: no haber estudiado las ciencias de las religiones, y más en concreto la historia de las religiones, que da cuenta de éstas como caudal de sabiduría y de cultura, pero también como fuente de violencia y expresión del fanatismo y la irracionalidad.

Suele acusarse al Islam de ser una religión integrista y fundamentalista en su totalidad, cuando el fundamentalismo es una desviación o, peor todavía, una perversión, y no pertenece a su esencia, aunque tenga algunos rasgos de ese tipo, como sucede en todas las religiones y en otras manifestaciones culturales, sociales, económicas y políticas, que tienden a absolutizar lo relativo, universalizar lo particular, simplificar lo complejo, eternizar lo histórico, visualizar lo invisible y explicar lo inexplicable, es decir, el misterio.
Se entiende y se traduce la palabra yihad, de manera errónea, por Guerra Santa contra los infieles y se la considera uno de los pilares del Islam. Sin embargo, el significado primero de esa palabra es esfuerzo por conseguir una vida espiritual perfecta y luchar contra el egoismo. Ésa es el gran yihad a la que llama Al-lah a través del mensaje del Profeta, el más difícil de cumplir y el que logra una recompensa mayor. Está, luego, el pequeño yihad, que consiste en el trabajo misionero para la extensión del Islam y en la lucha por defenderse de quienes obstaculizan la práctica de dicha religión. El Yihad como Guerra Santa no es un pilar del Islam, si bien lo tienen por tal los movimientos fundamentalistas radicales que recurren a la violencia, hoy en auge. En consecuencia con esta idea del Islam se tiende a presentar a Mahoma como visionario fanático y guerrero como rasgos más destacados de su personalidad sin hacer referencia a su experiencia mística, a su honestidad personal y a su sentido caritativo, tal como subraya Karem Armstrong en Mahoma. Biografía del Profeta (Tusquets Editores, Barcelona, 2005).

La publicación, por el diario danés Jyllands-Postern en septiembre de 2005, y su reproducción por la revista cristiana noruega Magazinet y por varios medios de comunicación europeos unos meses después, de unas caricaturas que presentan Mahoma como guerrero y terrorista suicida, de muy mal gusto y nula calidad, vienen a confirmar los estereotipos peyorativos sobre el Islam. Esta publicación me parece un uso irresponsable de la libertad de expresión y de prensa, y una provocación para el mundo islámico. Provocación que puede hacer descarrilar las iniciativas políticas de paz llevadas a cabo por algunos organismos internacionales y por gobiernos democráticos de Occidente y del mundo musulmán, como España y Turquía, que han copatrocinado la Alianza de Civilizaciones, y cuyos presidentes Rodríguez Zapatero y Erdogan están haciendo estos días llamadas a “oír la voz de la razón”, al respeto y a la calma.
El problema no es la legalidad o no de la publicación de las caricaturas, sino su moralidad. Coincido con los dos dirigentes políticos en que la publicación “puede ser perfectamente legal, pero puede ser rechazada desde el punto de vista de la moral y de la política”, porque “no hay derecho sin responsabilidad y respeto a las diferentes sensibilidades”. Es posible que los responsables del periódico danés no calcularan bien los riesgos que las caricaturas pudieran tener en la escena política internacional, donde, en un momento de tanta tensión, hay que operar con suma prudencia. Pero lo cierto es que pueden hacer fracasar las numerosas propuestas de diálogo entre culturas que se llevan a cabo en los diferentes foros continentales, regionales y locales, a partir del principio de la interculturalidad.


Creo, igualmente, que es una irresponsabilidad que puede arruinar los excelentes resultados que hasta el presente están dando las múltiples plataformas de diálogo interreligioso, para retroceder a la época de las guerras de religiones, que creíamos ya superada. Amparándose en la libertad de expresión, que es un derecho irrenunciable, se ha demonizado al fundador del Islam, una religión con 1200 millones de seguidores y seguidoras. Demonización que refuerza la creciente islamofobia instalada en la población occidental.
A su vez, las reacciones violentas de un sector creciente del mundo integrista islámico, a las que se han sumado algunos gobiernos musulmanes, constituyen una respuesta totalmente desproporcionada con claros tonos de fanatismo, que nada tiene que ver con la esencia del islam.

Estas reacciones ya se han cobrado varios muertos por la quema de embajadas y por las agresiones contra ciudadanos europeos y amenazan con convertirse en una espiral de violencia, que es necesario detener antes de que desemboquen en un baño de sangre. Nada tienen que ver estos comportamientos violentos en masa con la actitud del Profeta, quien al comienzo practicó el principio evangélico de poner la otra mejilla. Ante las persecuciones, torturas y vejaciones de que fueron objeto los musulmanes en la Meca al principio, éstos le pedían autorización al Profeta para defenderse, y la contestación del Profeta era: “No se me ha ordenado combatir”. La respuesta a una mala acción tiene que ser una acción buena. Al mal se le repele no con el mal, sino con el bien, más aún, “con algo que sea mejor”. Con ese modo de actuar el enemigo “se convertirá en amigo ferviente” (13,22; 23,96; 28,54; 41,34
De nuevo se vuelve a utilizar a las religiones como líquido inflamable que puede terminar convirtiendo el mundo en un coloso en llamas. Se trata, a mi juicio, de una estrategia perfectamente calculada por parte de los sectores extremistas del mundo musulmán y de Occidente que pretende dar por válida la teoría del choque de civilizaciones, de Huntington -cuando en realidad es una construcción ideológica del Imperio para seguir manteniendo el control del mundo- y la idea también huntingtiniana, de que “el islam es la civilización menos tolerante de las religiones monoteístas”, cuando el judaísmo, al menos el de Sharon, y el cristianismo, al menos el de Bush, están demostrando también su carácter violento a diario.
La alternativa frente a la estrategia destructiva del choque de civilizaciones y de la guerra de religiones no puede ser otra que una alianza de civilizaciones, culturas y religiones, con el compromiso de hacer la realidad los Objetivos del Milenio. Es necesario luchar contra la pobreza, que afecta a más de dos terceras partes de la humanidad y constituye el principal desafío de nuestro tiempo para construir un mundo interreligioso, intercultural e interétnico donde la diferencia en las creencias no sea motivo de enfrentamiento sino de pacificación, el diálogo entre religiones sustituya al anatema y las jerarquizaciones entre las culturas se transformen en interculturalidad.

Juan José Tamayo es Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de “Diez palabras sobre Paz y violencia en las religiones” (Verbo Divino, Estella, 2004)
(EL CORREO, 9 de febrero de 2006)

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