Oír a un presuntuoso padre de la constitución española razonar a mitad de camino entre lo técnico y lo profano en materia jurídica para defender lo indefendible, refleja la ínfima categoría profesional de ese personaje que ahora se dedica a la abogacía para la ocasión. Y no sólo eso, pues de rechazo cuestiona su contribución a la redacción de la constitución; constitución ya de por sí cuestionada por razones varias entre la que se cuentan las estrechas miras de unos redactores en general muy contaminados por el espíritu de la dictadura entonces aún muy reciente.
Por eso no extraña la bajeza de este engolado y fatuo leguleyo que se permite incluso comentarios ofensivos para el esforzado juez de la causa. Los hechos que fundamentan los sucesivos autos y resoluciones del juez y de la Audiencia de Mallorca no requieren una interpretación muy especializada, pues se explican por sí solos por la asimetría de la figura de ambos cónyuges y la diferencia nada desdeñable entre la presunta escasa formación empresarial de un balonmanista y el dominio de la misma de una licenciada en ciencias empresariales que además se entrena en conocimientos financieros en una entidad catalana bancaria de primera línea. Un abogado tiene que hacer todo lo posible por defender a su cliente, pero también debe saber perder. Algo que no adorna precisamente a este obstinado caballero. Porque la obstinación es típica precisamente de quienes saben que no tienen razón.
En suma, un abogado en ejercicio que, dadas las circunstancias, el marco en que el proceso penal se está sustanciando y sus reiteradas comparecencias en los medios, roza la baja estofa y por tanto nada recomendable…
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