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jueves, 15 de mayo de 2014

La crisis y los valores de la familia

PUBLICADO EN DEIA

POR IGNACIO TORO - Jueves, 15 de Mayo
HOY, 15 de mayo, la ONU celebra el XX aniversario del Día internacional de la Familia, en reconocimiento a su esencial función en nuestras sociedades modernas.
La crisis nos está enseñado, entre otras cosas, que es la solidaridad de las familias la que está soportando en gran parte la atención de millones de personas en situación crítica. Abuelos, padres, hermanos, y otros miembros familiares ayudan y acogen a los parados y a los que la crisis ha empobrecido.
Sin embargo, el cambio general producido en las últimas décadas ha sido muy acusado en lo que se refiere a los valores familiares. Nuestros mayores, recién salidos de una terrible guerra, afrontaban la vida con unos principios sólidos: trabajar mucho, gastar poco y divertirse lo justo. La austeridad era la norma. La cultura que observamos hoy en nuestra juventud es, salvando numerosas excepciones, la contraria. Se aspira a trabajar poco, a ganar mucho dinero, y se valora tener mucho tiempo para el ocio.
Como en todo, hay que buscar un término medio, pero me parece que hemos basculado excesivamente hacia los valores del consumismo, olvidando los de la austeridad.
La familia es la primera escuela de los jóvenes. Los padres son los que han de transmitir la cultura del esfuerzo, la austeridad y la solidaridad. Junto a eso, deberíamos dar a los hijos menos cosas materiales y más bienes intangibles, como el tiempo, la dedicación, el afecto, la educación.
Pero estamos en una sociedad consumista, se nos incita a consumir cuanto más mejor y conviene inmunizar a nuestros hijos frente a sus atractivos. Muchos niños y adolescentes están sufriendo una nueva forma de acoso (bullying) que consiste en el temor a ser rechazados por el grupo porque no van a la última, porque no visten ciertas marcas o no tienen el teléfono móvil de ultimísima generación.
El fenómeno ha sido revelado por un estudio llevado a cabo por Unicef sobre la vida familiar en Reino Unido. Allí, se hace "una radiografía de unos padres que sucumben a las demandas de tecnología, ropa o zapatillas deportivas de las marcas con más estatus, en un esfuerzo por proteger a sus retoños de un entorno hiperconsumista".
Pero muchos padres caen también en la trampa consumista. Como si estuviera astutamente planeado, entran en un remolino vertiginoso, de manera que es necesario trabajar más para poder consumir más y hay que consumir más porque el exceso de trabajo quita tiempo, y la falta de tiempo genera, como efecto de compensación, el consumo.
Es una realidad que la están viviendo muchos niños y adolescentes: necesitan tener para ser aceptados; para ellos, las marcas marcan, y carecer de lo que todos disponen les convierte en extraños al grupo. Ciertamente, los padres han de fomentar la personalidad de los hijos en este escenario de grupo agresivo. Una vez inmersos en la rueda consumista, les va a resultar muy difícil salir, porque les hemos dado gato por liebre: juguetes por tiempo y cosas por afecto. Hemos querido suplir con alta tecnología nuestra baja cuota de dedicación familiar.
Pero los padres también somos víctimas del consumismo y los hijos sufren directamente las consecuencias. Podríamos decir que ellos están en la calle y deben enfrentarse a un mundo en el que prima el principio del vales lo que tienes, la regla del iceberg: si no despuntas te quedas sumergido, es decir, que simplemente no puedes respirar.
Ernst Schumacher decía, en los años 70, que la virtud que más necesita nuestra sociedad es la sobriedad. En efecto, en un ambiente hiperconsumista como el que nos envuelve, mucho más extremo que hace cuarenta años, la sobriedad es la mejor vacuna. Quizá de lo que más necesidad tenemos hoy día es de carecer. Por eso, no estaría de más que diéramos menos a nuestros hijos, menos cosas materiales y más bienes intangibles, esos que no pesan pero que dan peso personal, como el tiempo, la dedicación, el afecto, la presencia, la educación, etc. El error de muchos padres es que atienden a los deseos y caprichos de sus hijos cuando lo que deben hacer es atender a sus necesidades, materiales y afectivas. Si hacemos lo primero, los convertimos en déspotas caprichosos; si lo segundo, invertimos en oportunidades para crecer y madurar.
Para prevenir a nuestros hijos del nuevo bullying podemos comenzar predicando con el ejemplo. Si nosotros estamos atrapados en la rueda del consumismo, si la excursión familiar del fin de semana consiste en visitar unos grandes almacenes, si solo hablamos de qué coche me gustaría tener, del próximo teléfono móvil o de "mira fulanito qué casa tiene", estaremos metiendo a nuestros hijos en un remolino que los absorbe hacia un agujero sin fondo. Consumamos cariño, sentido del humor, ganas de hacer bien las cosas, exigencia, alegría… y evitaremos que ellos queden consumidos por el consumismo.

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