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martes, 18 de febrero de 2014

Sr. Arzobispo de Zaragoza: la cosa no está tan clara Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara


Enviado a la página web de Redes Cristianas
El señor arzobispo de Zaragoza, Manuel Ureña Pastor, ha recordado que la doctrina de la Iglesia afirma la condición plenamente humana de los concebidos, desde el primer momento de la concepción. Eso es algo muy discutible, monseñor. Y sería muy pedagógico y esclarecedor que alguien , Vd, u otra personalidad eclesiástica, nos aclarara en qué momento, o documento, la Iglesia adoptó esa postura tan clara y meridiana.
Desde luego, no fue por parte de santo Tomás de Aquino, quien iluminado por la teoría aristotélica, retrasaba mucho el momento de la condición humana del feto. Y, por lo que sabemos de la ciencia biológica de hoy, hay que esperar bastantes semanas para poder hablar, con un mínimo de rigor, de experiencia humana en el seno del útero.
En primer lugar, le afirmaré que el aborto es una lacra detestable, que soy contrario al mismo, y que he impedido, a Dios gracias, varios abortos inminentes, de chicas de nuestro grupo de jóvenes, en Brasil, por lo menos cuatro que traté de cerca. Y que me alegré muchísimo del resultado de mi intervención. Y también le recuerdo que, desgraciadamente, se ha venido practicando desde el inicio de lo tiempos. Así que una de las cosas que persigue la legislación sobre el aborto es reducir su número. Con la legislación penal de antaño la práctica del aborto no disminuía, al contrario, aumentaba. Y con un agravante: el de poner en serio riesgo la vida de la madre. Están llenas las crónicas, y las obras literarias, en los siglos XVIII-XIX, de jóvenes madres que morían víctimas de la carnicería de comadronas inescrupulosas, que aprovechaban la prohibición, para trabajar clandestinamente, y ganar así unos dineritos para paliar su miseria. Esa era la realidad social, que no penal, porque la mayoría, por ser acciones clandestinas, no eran conocidas.
Es una cosa que me deja perplejo la confusión entre los aspectos morales, sociales y penales del fenómeno del aborto. Los obispos se fijan en el aspecto moral, que es el que más unanimidades suscita, porque nadie, que yo conozca, asegura, con firmeza, que el aborto sea una acción ética y moral, de la que alguien se jacte o vanaglorie. Otra cosa son los aspectos penales del aborto, que es preciso abordar, y, si es posible, superar. Si lo anterior me deja perplejo, más, si cabe, me quedo boquiabierto de la confusión que sufren nuestros prelados a la hora de ignorar que el legislador, de cualquier país medianamente serio que pongamos en el candelero, no busca atajos para facilitar penalmente el aborto, sino que lo que procura es minimizar esa plaga, que no es de hoy, ni de aquí, sino que tiene siglos y miles de sitios. Y que no es el mejor antídoto contra esa plaga el recordar, simplemente, que es algo inmoral, como no es freno contra los robos o los asesinatos el mismo recuerdo, sino que es preciso matizar los condicionamientos y las circunstancias que el derecho penal determine.
Pero yo quiero levantar mi voz y mi opinión a favor de los legisladores, que no son unos monstruos, ni unos degenerados que legislan caprichosamente contra la vida de los indefensos. Simplemente usan una artilugio moral-legal en el que son verdaderos maestros los moralistas cristianos. Recuerdo al padre Regatillo, o al padre Zalba, ambos jesuitas de la mejor escuela. Con ellos aprendimos esos subterfugios de las acciones causales con doble efecto, o la teoría del mal menor, que es de la que echan mano los legisladores de todos los países para despenalizar el aborto. Esto, digan lo que digan los obispos, no es promover el aborto, que en muchas naciones, o ciertas regiones de esas naciones, ha disminuido con leyes que sacan de la clandestinidad, esa práctica, nefasta y peligrosa para las madres, y la llevan a los quirófanos asépticos y desinfectados. Pero insisto, no conozco, ni sé de ningún legislador, a quien le guste, le agrade, o le parezca un bien moral el aborto.
En cuanto a la doctrina de la Iglesia sobre el particular, se discute, y me sumo a los que por lo menos aceptan a trámite la discusión, se estudia y polemiza, digo, sobre la competencia filosófica, biológica, neuronal, o médica, en general, del magisterio de la Iglesia para dilucidar, y dogmatizar, sin matices, sobre la condición humana del concebido desde el primer momento de la concepción. Actualmente solo científicos, biólogos y médicos muy ligados a la jerarquía eclesiástica mantienen ese aserto. Pero la mayoría se inclina por la opinión de Santo Tomás de Aquino, que retrasaba unas cuantas semanas ese reconocimiento. Los que afirman que el aquinate no estaba habilitado ni tenía autoridad para ofrecer esa opinión, sean coherentes, y afirmen lo mismo de los obispos, porque no se sabe que los inicios de la vida humana, y su momento, exacto, sean temas de la Revelación. Como tampoco lo es la moralidad o no de la pena de muerte, y ya sabemos la opinión de muchos prelados. O de la guerra, o de la tortura, aunque sobre ésta hay argumentos suficientes en el Evangelio para condenarla. Algo que, por cierto, no hicieron los obispos de épocas no tan lejanas.
Artículo del Blog “EL gaurdián del Areópago”

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