Enviado a la página web de Redes Cristianas
El señor arzobispo de Zaragoza, Manuel Ureña Pastor, ha recordado
que la doctrina de la Iglesia afirma la condición plenamente humana de
los concebidos, desde el primer momento de la concepción. Eso es algo
muy discutible, monseñor. Y sería muy pedagógico y esclarecedor que
alguien , Vd, u otra personalidad eclesiástica, nos aclarara en qué
momento, o documento, la Iglesia adoptó esa postura tan clara y
meridiana.
Desde luego, no fue por parte de santo
Tomás de Aquino, quien iluminado por la teoría aristotélica, retrasaba
mucho el momento de la condición humana del feto. Y, por lo que sabemos
de la ciencia biológica de hoy, hay que esperar bastantes semanas para
poder hablar, con un mínimo de rigor, de experiencia humana en el seno
del útero.
En primer lugar, le afirmaré que el aborto es una lacra detestable,
que soy contrario al mismo, y que he impedido, a Dios gracias, varios
abortos inminentes, de chicas de nuestro grupo de jóvenes, en Brasil,
por lo menos cuatro que traté de cerca. Y que me alegré muchísimo del
resultado de mi intervención. Y también le recuerdo que,
desgraciadamente, se ha venido practicando desde el inicio de lo
tiempos. Así que una de las cosas que persigue la legislación sobre el
aborto es reducir su número. Con la legislación penal de antaño la
práctica del aborto no disminuía, al contrario, aumentaba. Y con un
agravante: el de poner en serio riesgo la vida de la madre. Están llenas
las crónicas, y las obras literarias, en los siglos XVIII-XIX, de
jóvenes madres que morían víctimas de la carnicería de comadronas
inescrupulosas, que aprovechaban la prohibición, para trabajar
clandestinamente, y ganar así unos dineritos para paliar su miseria.
Esa era la realidad social, que no penal, porque la mayoría, por ser
acciones clandestinas, no eran conocidas.
Es una cosa que me deja perplejo la confusión entre los aspectos
morales, sociales y penales del fenómeno del aborto. Los obispos se
fijan en el aspecto moral, que es el que más unanimidades suscita,
porque nadie, que yo conozca, asegura, con firmeza, que el aborto sea
una acción ética y moral, de la que alguien se jacte o vanaglorie. Otra
cosa son los aspectos penales del aborto, que es preciso abordar, y, si
es posible, superar. Si lo anterior me deja perplejo, más, si cabe, me
quedo boquiabierto de la confusión que sufren nuestros prelados a la
hora de ignorar que el legislador, de cualquier país medianamente serio
que pongamos en el candelero, no busca atajos para facilitar penalmente
el aborto, sino que lo que procura es minimizar esa plaga, que no es de
hoy, ni de aquí, sino que tiene siglos y miles de sitios. Y que no es el
mejor antídoto contra esa plaga el recordar, simplemente, que es algo
inmoral, como no es freno contra los robos o los asesinatos el mismo
recuerdo, sino que es preciso matizar los condicionamientos y las
circunstancias que el derecho penal determine.
Pero yo quiero levantar mi voz y mi opinión a favor de los
legisladores, que no son unos monstruos, ni unos degenerados que
legislan caprichosamente contra la vida de los indefensos. Simplemente
usan una artilugio moral-legal en el que son verdaderos maestros los
moralistas cristianos. Recuerdo al padre Regatillo, o al padre Zalba,
ambos jesuitas de la mejor escuela. Con ellos aprendimos esos
subterfugios de las acciones causales con doble efecto, o la teoría del
mal menor, que es de la que echan mano los legisladores de todos los
países para despenalizar el aborto. Esto, digan lo que digan los
obispos, no es promover el aborto, que en muchas naciones, o ciertas
regiones de esas naciones, ha disminuido con leyes que sacan de la
clandestinidad, esa práctica, nefasta y peligrosa para las madres, y la
llevan a los quirófanos asépticos y desinfectados. Pero insisto, no
conozco, ni sé de ningún legislador, a quien le guste, le agrade, o le
parezca un bien moral el aborto.
En cuanto a la doctrina de la Iglesia sobre el particular, se
discute, y me sumo a los que por lo menos aceptan a trámite la
discusión, se estudia y polemiza, digo, sobre la competencia filosófica,
biológica, neuronal, o médica, en general, del magisterio de la Iglesia
para dilucidar, y dogmatizar, sin matices, sobre la condición humana
del concebido desde el primer momento de la concepción. Actualmente solo
científicos, biólogos y médicos muy ligados a la jerarquía eclesiástica
mantienen ese aserto. Pero la mayoría se inclina por la opinión de
Santo Tomás de Aquino, que retrasaba unas cuantas semanas ese
reconocimiento. Los que afirman que el aquinate no estaba habilitado ni
tenía autoridad para ofrecer esa opinión, sean coherentes, y afirmen lo
mismo de los obispos, porque no se sabe que los inicios de la vida
humana, y su momento, exacto, sean temas de la Revelación. Como tampoco
lo es la moralidad o no de la pena de muerte, y ya sabemos la opinión de
muchos prelados. O de la guerra, o de la tortura, aunque sobre ésta hay
argumentos suficientes en el Evangelio para condenarla. Algo que, por
cierto, no hicieron los obispos de épocas no tan lejanas.
Artículo del Blog “EL gaurdián del Areópago”
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