No
dudo que nuestros gobernantes (políticos, militares, jurídicos,
económicos, religiosos…) tiene creencias. Y bastante sólidas, por
cierto, dadas las no pocas dificultades que tienen que superar. Lo que
yo me pregunto no es si tienen creencias, sino en qué creen. Una
pregunta que se acentúa cada mañana cuando uno lee los periódicos o
escucha los informativos. Por eso yo pensaba estos días pasados: ¿en qué
demonio creerán quienes dieron la orden de disparar (lo que fuera)
contra unos hombres que se estaban ahogando junto a la playa de Ceuta?
Entiendo que nuestros obispos están en
su derecho (y en su deber) cuando claman en defensa de la vida siempre
que esa vida es la de un no-nacido. Pero, ¿han denunciado con la misma
fuerza y la misma eficacia lo que ha ocurrido en el patético incidente
de los inmigrantes que han muerto en la playa de Ceuta? ¿Por qué no
claman al cielo cuando se enteran de los incesantes recortes que está
sufriendo nuestro sistema sanitario? ¿Es que esto ya no es defender la
vida? Cuando sabemos que en España hay ahora mismo cerca de tres
millones de niños hundidos en la pobreza, pasando hambre, ¿en qué creen
los que han hecho eso posible? ¿Y los que lo permiten en silencio,
haciendo la vista gorda como el cura aquél de la parábola del buen
samaritano?
Todo esto me da mucho que pensar. Porque ando ahora estudiando el
tema de la fe en los evangelios. Y lo que más me llama la atención es
que, en esos relatos, la fe no se relaciona directamente con la
religión, sino con la salud. Es decir, la fe es una fuerza que se centra
en el que sufre. Y en la curación del sufrimiento del enfermo. La cosa
no falla. Siempre que Jesús repite: “tu fe te ha salvado” (una y otra
vez), no se refiere a la salvación eterna, sino a la curación de los
males y penas de esta vida. Y que nadie me venga haciendo apologética
religiosa con los presuntos milagros, que probarían la divinidad de
Jesucristo. No entro ahora en esa cuestión, que rebasa los límites de
esta reflexión. Vamos a quedarnos en lo más claro que hay en los
relatos, que es sencillamente esto: que las personas que sufrían, si
tenían fe, esa fe se relaciona constantemente con la solución del
sufrimiento y sus causas.
Así las cosas, vuelve mi pregunta: ¿en qué creen quienes nos
gobiernan? Yo veo que juran sus cargos poniendo la mano sobre los
evangelios, que, por cierto, en ellos se prohíbe jurar. Y veo que
asisten a actos religiosos. Y con frecuencia están a partir un piñón con
obispos, curas y frailes. Todos clamando en defensa de la vida de los
no nacidos (repito que en eso estoy de acuerdo, ya que no soy
abortista). Pero por qué no son igual de intolerantes en la lucha contra
tantas y tantas agresiones a los derechos de la vida del resto de los
mortales? ¿No habrá inconfesables connivencias entre los anti-abortistas
y los que, desde intereses que no conocemos, han hecho posibles unas
condiciones sociales y económicas que atacan la dignidad, los derechos y
la seguridad de los más indefensos de esta vida? No quiero ser mal
pensado. Pero, tal como se han puesto las cosas, resulta imposible
evitar que a uno se le ocurran este tipo de preguntas.
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