La
sacralización de los hombres de Iglesia ha sido siempre más perjudicial
que beneficiosa. Recuerdo que de niño jugando al fútbol en el patio del
colegio a uno de los hermanos de La Salle que participaba en el juego
se le levantó la sotana y se le vieron los pantalones. Un chaval gritó:
“¡Ay va, mira, si lleva un hombre debajo!”
Aquella frase me hizo reflexionar porque entonces casi creíamos que por
debajo los curas eran sólidos como las figuras del belén. Con la
proliferación de noticias sobre debilidades de hombres y mujeres de
Iglesia no creo que esa sacralización tenga hoy mucho éxito. Aunque hay
colectivos que parecen querer resucitarla con una absurda vuelta al cura
segregado, protegido por su rol, el oro de los ornamentos y su sotana,
más cercano al gurú de la tribu que a un hermano, un miembro de la
comunidad que los congrega ante el Señor.
Ciertamente no es esta la actitud del
papa Francisco. Desde el primer momento se ha esforzado en hablar el
lenguaje de la calle, evitar exceso de capisayos y protecciones de todo
tipo y aparecer como un hombre normal que ríe, se cansa, se emociona.
Por ejemplo el papa Francisco acaba de afirmar tener “sufrimientos”
como un “hombre cualquiera”, con una vida con “tantas cosas buenas como
malas”.
Lo dijo durante un encuentro privado mantenido este fin de semana en
Roma con cien refugiados en la parroquia salesiana del Sagrado Corazón
de Jesús en Roma, afirmación que ha transcendido a los medios de
comunicación italianos.
“Cada uno de nosotros tiene su propia historia. Cuando yo pienso en
la mía, veo muchas cosas buenas y muchas cosas malas”, comentó el
domingo, Día Internacional del Migrante. El papa Bergoglio confesó a
cinco personas en la iglesia, entre ellas a un refugiado y a un mendigo
de entre los más de cien con los que mantuvo un encuentro privado en una
sala de oración contigua a la basílica. Francisco instó a estas
personas a “compartir las cosas buenas” cuando se encuentren “en
familia” y a contar además cómo han “salido de las cosas malas”.
“Compartid también la fe que habéis recibido de vuestros padres, que
siempre os ayudará a seguir adelante. Los que son cristianos, con la
Biblia, y los que son musulmanes, con el Corán”, dijo. Francisco
finalizó la visita a los refugiados agradeciéndoles la acogida, tras
afirmar que entre ellos se sintió “como en casa”. “Puedo hacer visitas
educadas y de protocolo, pero no hay este calor”, dijo a los refugiados.
¡Qué maravilla oír de los labios de un papa que sufre, que en su
vida, como en la de cualquier hombre de la calle, hay de todo, bueno,
malo y regular!
Supongo que los que quieren engañarse a sí mismo parapetándose en la
mitificación pensará que eso devalúa la figura del papa, como si lo
externo fuera más importante que la actitud interior. Hay incluso a los
que aparecer como un ser humano les resulta “cutre”, que resta
magnificencia y dignidad al pontífice de Roma- Como si la parafernalia
estuviera más cerca del evangelio que la humildad. En el fondo seguirían
prefiriendo al papa-rey al que se parece al Jesús de Nazaret que pisa
el polvo del camino y se identifica con los pobres y pequeños de las
bienaventuranzas.
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