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jueves, 16 de enero de 2014

¿Podemos esperar? José Arregui, teólogo


No me refiero a si podemos esperar algo que desearíamos que suceda. Esperar no es estar a la espera. Tampoco me refiero a si tenemos razones para esperar. No necesitamos razones para esperar. Necesitamos esperar sin razones, como respiramos, como vivimos. Una flor no se abre ni exhala su perfume por algo exterior, sino por sí misma, por su propia razón de ser, por la misteriosa ley de la vida, con sus propios motivos y fines. Así es todo el universo, y es todo el universo el que se mueve en cada vida.
Nadie ama de verdad porque se lo manden desde fuera, como nadie vive o respira por convicciones ni por motivos extraños a la propia vida, al propio aliento vital. El amor, el aliento, la vida nos mueven por dentro. Un impulso misterioso nos abre y nos atrae, nos empuja a ser, a vivir. Ser significa inter-ser. Vivir significa con-vivir. Basta que el impulso esté vivo y nos dejemos llevar. Amamos porque amamos, respiramos porque respiramos, vivimos porque vivimos. Entonces nos sentimos libres y plenos.
Nadie espera verdaderamente por razones externas: porque Dios exista o porque haya impuesto leyes o hecho promesas, o porque Jesús haya resucitado y corroborado la fe en la vida eterna después de la muerte. Ésas son creencias, y cambian con los tiempos y las culturas. Las creencias, como las leyes, pueden ayudar a sostener la esperanza, pero no la suscitan, no son su fuente. La esperanza verdadera, como la fe auténtica, no depende de creencias y de normas. Esperar es una forma de vivir. Esperar es ser fiel al dinamismo profundo de la vida, dejarse llevar simplemente por el espíritu que nos habita. El Espíritu universal que todo lo une y libera, que todo lo mueve y atrae. Esperar es vivir en respiro y respeto, en libertad y comunión. Esperar es simplemente vivir, dejarse llevar por la secreta ley o, más bien, por el Espíritu de la vida.
Lo expresa muy bien el relato bíblico de la creación, una bella metáfora de la esperanza como energía vital que lo recorre todo y de la esperanza como manera de vivir que lo transforma todo. El relato del Génesis no expone motivos para seguir esperando, sino que nos abre los ojos al movimiento que mueve la creación entera que está creándose, que gime y goza, buscando el Sábado del descanso. Es la esperanza de la creación que nos mueve a todos los seres.
“Al principio creó Dios el cielo y la Tierra” (Gn 1,1). “Al principio” no se refiere a un tiempo pasado, al comienzo temporal absoluto del mundo, que no sabemos ni si existió. Se refiere más bien al fundamento y la fuente permanente del ser y de la vida. La creación no tuvo lugar en algún pasado remoto, sino que está teniendo lugar hoy, aquí, ahora. La creación está en permanente acto, está teniendo lugar sin cesar.
Cada día es el primer día de la creación. Cada instante es el principio. Estamos siendo creados. No estamos acabados y abandonados, no estamos condenados a un plan predeterminado y frío. La creación está dándose y renovándose en cada instante, y una Energía profunda y buena nos acompaña, anima y mueve. En tiempos de desesperanza es bueno recordar y decirnos: “Somos criaturas, estamos siendo amorosamente creados e impulsados a crear. Hay esperanza”.
“El Espíritu aleteaba sobre las aguas” (Gn 1,1). “Aleteaba” puede traducirse también por “vibraba”. Todo vibra en el universo: vibran las partículas y vibran los átomos, vibran las estrellas y vibran las galaxias, vibran el canto y la danza. Cada sonido es vibración y también el silencio es vibración. Dicen que el Big Bang surgió de la vibración del vacío cuántico. No entiendo lo que eso pueda ser, pero sí entiendo que el corazón de cada ser, pequeño o grande, piedra, planta o animal está vibrando. La vida es vibración.
El Espíritu que aleteaba sobre las aguas es la imagen de la vibración divina que habita y mueve en el corazón de cuanto existe. El Espíritu es la respiración universal. Todo respira, y es el Espíritu divino el que respira en todo, también en el fondo de eso que llamamos materia y que consideramos equivocadamente algo inerte y estático. No hay ninguna oposición entre lo que llamamos materia y lo que llamamos espíritu, pues la materia es una forma de la realidad, la matriz o el soporte de todo ser viviente, sintiente, pensante, consciente, y el espíritu es otra forma de la realidad, la manifestación o la emergencia consciente del soporte que llamamos materia y que, en última instancia, es energía.
Todo es energía, movimiento, relación, y de ahí brotan maravillosamente todas las formas de todos los seres, como de una misteriosa matriz materna. “El Espíritu –o la Ruah, femenina en hebreo– que aleteaba sobre las aguas” es una bella imagen de la matriz o del útero originario fecundo de todo cuanto es. Cuanto existe es amorosamente acogido, fecundado, gestado, portado en ese cálido útero que podemos llamar divino: “Dios”.
Mirar de este modo la realidad nos mueve a confiar, esperar, respirar. Mirémosla así: la realidad entera alentada y sin cesar fecundada por el Espíritu materno; la realidad entera cargada de infinitas nuevas posibilidades, cargada de Infinito. Podemos esperar.

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