Luchamos por nuestros barrios, vecinos, derechos. Luchamos por todo
aquello que nos han robado o nos quieren robar. Esta es la esencia de
los tiempos que corren. Época de desengaño, angustia, desesperación,
pero, también, de rabia, indignación, rebeldía. Gamonal no es una
anécdota más sino un síntoma del ahora.
Aún recuerdo como quince años atrás salíamos a la calle para decir que los pobres del Sur no tenían porque pagar su deuda, que era ilegítima e ilegal. Luego nos movilizaríamos contra el Banco Mundial,
la Unión Europea, el G8, la Organización Mundial del Comercio. A la
calle contra una globalización neoliberal que mercadeaba con derechos y
libertades. Después llegaría la guerra en Afganistán y la guerra en Irak
y el Trío de las Azores. Millones de personas salimos al frente para
decir “No a la guerra”. Solidaridad con lo desconocido,
internacionalista y esencial, que sabíamos formaba parte de nosotros.
Allí en el Sur, veíamos experiencias de auto-organización
popular y resistencia. En Sudáfrica, las campañas contra los
desahucios, las anti-eviction campaign, en barrios pobres y humildes.
Vecinos que se organizaban para detener los desahucios, los cortes de
agua y electricidad. En Brasil, movimientos campesinos ocupando tierras,
devolviendo la dignidad a los de abajo. En Bolivia combatiendo la
privatización y el negocio del agua. En Argentina, poniendo en marcha
cooperativamente fábricas, tras el cierre patronal, organizando
asambleas barriales y cortando carreteras para reivindicar empleo. Me
acuerdo de marchas en Senegal que decían “no” al pago de la deuda, con
pancartas contra el FMI y el Banco Mundial. Gente corriente obligada a
saber de las bambalinas del tablero global. Aquí, vivíamos en la
supuesta abundancia.
La crisis, sin embargo, nos hizo abrir los ojos
a Matrix. Despertamos de la fiesta del Capital. De repente, vimos como
la pobreza, los desahucios, el paro y el hambre habían entrado, sin
avisar, en casa. Hoy nuestras ciudades y barrios se parecen un poco más a
las villas miseria del
Sur global. Lo vemos día a día a nuestro alrededor. Ya no luchamos
solamente por aquellos que viven a miles de kilómetros de distancia. Lo
hacemos ahora por nosotros, por dignidad, derecho y justicia. Las gentes
de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y tantos otros que
combaten los desahucios, aquellos que se rebelan contra la estafa de las
preferentes, los que se organizan contra el copago sanitario, los que
dicen “basta” al aumento abusivo de tarifas del transporte público son
el mejor ejemplo. Historias invisibles, anónimas, pequeñas y esenciales
que configuran nuestra resistencia colectiva.
Gamonal no es una lucha más es un síntoma de los tiempos que vivimos y
del profundo hartazgo y malestar social. Muchos se preguntan donde está
la imprescindible revuelta ante tanto dolor. Los procesos de cambio,
las rupturas, sin embargo, son inesperadas e intempestivas. Quién
hubiese dicho que un joven universitario y vendedor ambulante
quemado a lo bonzo sería el detonante de la revolución tunecina y la
Primavera árabe o que la férrea voluntad por salvar unos árboles de un
parque daría lugar a la masiva protesta en Turquía. De lo aparentemente
anecdótico puede saltar la chispa que prenda la llama. Todo depende de
cuánta gasolina haya concentrada. Y como hemos visto, estos días en el
Gamonal, hay mucha.
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