“Sueño”
es una palabra muy hermosa, y puede significar muchas cosas, incluso
contrarias: somnolencia o pasión, quimera o realidad, engaño o profecía.
Hay sueños que angustian y sueños que alegran, sueños que adormecen y
sueños que animan. A veces soñamos dormidos, y a veces soñamos
despiertos, y muchas veces no sabemos por qué soñamos lo que soñamos.
Pero seguimos soñando.
Los sueños sueños son, pero también sucede que los sueños se hagan
realidad. Hay sueños que han de hacerse realidad. Incluso podemos decir
que nacimos de un sueño, o que somos un sueño aun no despierto del todo.
Así entiendo el mito del Génesis sobre
el sueño de Adán del que nació Eva, o la vida. Adán se sentía solo, se
nos dice en el relato. “Entonces, el Señor Dios hizo caer al hombre en
un profundo sueño, y mientras dormía le sacó una costilla y llenó el
hueco con carne. Después, de la costilla que había sacado al hombre, el
Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. Entonces, éste
exclamó: ‘Ahora sí; esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne’ ”
(Gn 2,21-23).
El mito bíblico supone que primero fue creado el varón, pues, aunque
“Adán” significa “ser humano”, es también, según el relato, el nombre
propio del primer varón.
Pero dejemos de lado la afirmación de que primero fuera creado el
varón y la mujer después, a partir del varón y subordinado a él. No es
más que un reflejo más de la antigua –y aún actual– cultura patriarcal
que da primacía al varón y posterga a la mujer. Quedémonos con lo
esencial del texto, que tal vez tiene mucho que ver con la esperanza y
que la puede estimular.
Hemos nacido del sueño: Eva del sueño de Adán, Adán del sueño de Eva.
Adán se siente solo sin Eva, y no hay esperanza en soledad, sin
compañía, o sin sueño. Dios le hace, pues, caer en un profundo sueño y
de su costilla, mientras duerme, crea a Eva. O de la costilla de ésta,
mientras duerme –aunque el texto no diga esto–, crea al hombre. Hemos
nacido del sueño, somos hijos e hijas del sueño. Somos el sueño de
alguien y estamos llamados a engendrar a alguien con nuestro mejor
sueño.
El sueño fecundo de Adán y de Eva puede ser entendido como metáfora
del mundo profundo del deseo o de la transcendencia, del mundo simbólico
o espiritual. Todas las criaturas somos seres finitos habitados por un
deseo más grande, un dinamismo infinito, una posibilidad abierta. Que
hemos nacido del sueño quiere decir que hemos nacido para soñar en
aquello que todavía no es pero puede ser, en aquello que aún no somos
pero podemos llegar a ser.
¿Pero de qué sirve soñar? Sirve para vivir despiertos. El sueño nos
impide quedarnos dormidos. El sueño nos mantiene despiertos. El sueño
nos lleva a soñar sueños despiertos. Y los sueños despiertos alumbran
utopías.
¿Y para qué las utopías, si nunca se han realizado? Es que las utopías,
como ha escrito E. Galeano, no son para que las realicemos, sino para
que sepamos hacia dónde debemos dirigirnos. “Utopía” significa
“no-lugar” (uk-topos), pues no existe en ninguna parte, ni tal vez
existirá. El camino mismo es la meta principal, y el horizonte que nunca
alcanzamos nos indica la dirección del camino. Lo mismo sucede con las
utopías.
El sueño nos despierta, nos mantiene despiertos, es decir, caminando
en la buena dirección. Nacidos del sueño, seguimos soñando, tenemos un
horizonte y vamos marchando hacia él. No pretendemos alcanzarlo, pero
solo si caminamos en la dirección adecuada nuestra vida será lo que es,
merecerá la pena, en el camino hallaremos la dicha. Y tal vez llegaremos
a pequeñas metas que nos animarán a seguir adelante.
“Utopía” puede significar también “buen lugar” (eu-topos). Caminar
con dirección es ya un buen lugar, y caminando así llegamos sin cesar a
infinidad de buenos lugares que hacen la vida estimulante y buena. “No
hay programa más movilizador que el de una buena utopía. Sobre todo si
es necesaria” (José Vidal Beneyto).
Despertemos del sueño o despertemos sueños. Mantener el sueño
despierto y seguir caminando hacia la utopía: eso es vivir en esperanza.
“Somos criaturas esperanzadas” (E. Bloch). Esa esperanza nos da
aliento, respiro, y el respiro nos permite ponernos en pie y seguir
adelante, aunque no lleguemos. La esperanza nos permite respirar y
espirar, respirar y espirar una y otra vez, y así dilatar el corazón,
sentirnos unidos a la respiración universal del Espíritu en toda la
creación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario