El
Papa no se detiene a analizar la economía liberal o sus alcances y
limitaciones. Constata sus efectos, la…(José Aldunate, SJ).
Creo que es previo decir algo sobre el Papa Francisco quién es, a
quiénes representa, qué hay detrás de sus palabras y declaraciones.
Los católicos decimos que el Papa
Francisco “como Papa” preside en alguna forma la Iglesia. Y la Iglesia
es la comunidad de fieles que siguen a Jesucristo el Profeta de Nazaret
que vivió hace veinte siglos y murió en una cruz. Para entender mejor el
mensaje papal hay que tener en cuenta que el advenimiento del Papa
Francisco coincide con un vuelco que la Iglesia está asumiendo en su fe y
en su mensaje. Este vuelco lo emprendió la Iglesia en el Concilio
Vaticano II, (1962 a 1965). Pero recién se está actualizando, 50 años
después.
La Iglesia la constituyen dos categorías de fieles, los clérigos
(Papa Obispos y sacerdotes) y los fieles laicos. La Iglesia es
fundamentalmente el “Pueblo de Dios”, es una sola categoría. Todos los
bautizados con igualmente hijos de Dios y componen la Iglesia. En ella
algunos, los clérigos han asumido tareas o ministerios. Estos no les
coloca en una categoría de autoridad sino de servicio, están al servicio
del Pueblo de Dios. Jesús en el evangelio indicó muy claramente cómo
debe ejercerse este servicio cuando lavó los pies de sus discípulos en
la última cena.
El Papa ha querido asumir él la causa del “Pueblo de Dios” y sobre
todo de los más pobres y excluidos de este pueblo de Dios. Esto implica,
en cierta manera, una verdadera revolución dentro de la Iglesia.
El tiempo es propicio para esta “revolución”. Por una parte la
Iglesia pasaba por cierta crisis en su prestigio. Pero sobre todo porque
los tiempos han cambiado y la estructura antiguo de la Iglesia ya no
podía conservarse. Y, providencialmente fue nombrado Papa un
latinoamericano con todo lo que este hecho implicaba. Y Jorge Mario
Bergoglio nos ha revelado una personalidad excepcional forjada entre los
jesuitas, ejercitada en una pastoral diocesana como obispo, ilustrada
por la “opción por los pobres” propia de una Teología de la Liberación.
Cultivada en tierras latinoamericanas.
Los cristianos no vemos en esta “revolución” una mera adaptación a
los tiempos. Para nosotros, para las comunidades cristianas es una
vuelta a nuestras raíces, un reencuentro con nuestras raíces, con el
mensaje de Jesucristo en los evangelios “felices los pobres… de ellos es
el reino de los cielos”. Es imposible calcular, barruntar, lo que
significará efectivamente esta revolución en las estructuras y vida de
las iglesias.
El Papa Francisco nos sorprenderá aún muchas veces con actitudes y
declaraciones. Su reciente Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium es
una de estas sorpresas. Con todo no se trata de medidas locas, el Papa
va muy paso a paso, tiene clara la meta; que la Iglesia, la comunidad
cristiana trasparente para el mundo de hoy día el mensaje fundamental de
Cristo, la fraternidad humana que ha de extenderse a todo el mundo,
exigencia de la paternidad de un Dios que nos quiere como hijos. Esta
meta lejos de ser utópica debe convertirse en motivación efectiva de una
práctica que nos toca a todos implementar partiendo por el mismo Papa.
Hay una norma del bien y del mal ético dictada por nuestra fe en Dios
y nuestro compromiso con su proyecto, el que busca para los hombres una
fraternidad en la igualdad y en la solidaridad. Es bueno lo que podamos
hacer para acercarnos a ese ideal. El Papa no reduce este imperativo de
buscar fraternidad al plano económico y aun social, pero este
imperativo abarca ciertamente este plano. Así comprendemos las frases
que ha pronunciado a este respecto.
53. Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para
asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una
economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede
ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de
calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es
exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente
que pasa hambre. Eso es inequidad.
Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que
se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del
«descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del
fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo; con la
exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad
en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o
sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados»
sino desechos, «sobrantes».
El rechazo a la economía liberal es total. No por razones económicas
con las que se suele autojustificar sino porque permite pobreza. Se
revela como falso el famoso principio; si cada uno busca su propio
provecho una mano providencial invisible hace que redunde todo en el
bien común. Y de veras el mundo actual no representa una imagen de “bien
común”.
El Papa no se detiene a analizar la economía liberal o sus alcances y
limitaciones. Constata sus efectos, la tremenda pobreza regional y
mundial, las injustas desigualdades.
Por esto su empeño no es argumentar una causa sino movilizar a la
Iglesia, movilizar las bases para enfrentar las necesidades reales de
pobreza en el mundo. El Papa llama a los cristianos a una movilización
general, a “salir” de sus fronteras defensivas, del mundo de su egoísmo e
instalación. Y a tomar en serio el evangelio de Cristo; el
desprendimiento de los bienes propios en sus variadas formas, en
beneficio de los demás.
El Papa Francisco en la medida de lo posible nos da ejemplo.
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