En su primer gran escrito, Bergoglio anuncia “una conversión del papado” para que sea “más fiel al sentido de Jesucristo”
El papa Francisco: “La economía de la exclusión y la inequidad mata”
Bergoglio traza su hoja de ruta en el primer gran documento de su
pontificado: acabar con la desigualdad y reformar las estructuras de la
Iglesia
El papa Francisco deja claro que la Iglesia actual, su Iglesia, no le
gusta, pero tampoco el mundo que la rodea. Una Iglesia, según Jorge
Mario Bergoglio, salpicada de envidias, celos y guerras, preocupada
excesivamente por sí misma, y un mundo donde triunfa “una economía que
mata” a través de la exclusión y la inequidad. De ahí que el Papa fije
el horizonte de su papado sobre dos raíles paralelos.
Una reforma de la Iglesia, que incluya
una conversión del propio papado, y un llamamiento urgente a los
políticos para que luchen contra “la tiranía” del sistema económico: “No
compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la
vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos”.
Durante las 142 páginas de la exhortación apostólica Evangelii
gaudium (La alegría del Evangelio), su primer gran documento, Francisco
dibuja de forma muy nítida la hoja de ruta de su pontificado: “Es
necesaria una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas
como están”. El Papa anuncia una “reforma de las estructuras” de la
Iglesia y “una conversión del papado” para que sea “más fiel al sentido
que Jesucristo quiso darle”. Hay una frase, muy del estilo Bergoglio,
que resume muy bien el espíritu de los tiempos que vienen: “Prefiero una
Iglesia herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia
preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de
obsesiones y procedimientos”.
El aborto no es un asunto sujeto a reformas o modernizaciones
Estas son las grandes guías del documento:
» No a la economía de la exclusión. “Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. No puede ser
que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y
que sí lo sea una caída de dos puntos en la Bolsa. Eso es exclusión. No
se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa
hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la
competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al
más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la
población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes,
sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de
consumo, que se puede usar y luego tirar. (…) Hoy en muchas partes se
reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y
la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será
imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y
a los pueblos pobres, pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas
formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que
tarde o temprano provocará su explosión. (…) Esto no sucede solamente
porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del
sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su
raíz”.
Es necesario que la Iglesia avance en una saludable descentralización
» Un mensaje a políticos y financieros. “Mientras las ganancias de
unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez
más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio
proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los
mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de
control de los Estados (…). Se instaura una nueva tiranía invisible, a
veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y
sus reglas (…). La ética—–una ética no ideologizada— permite crear un
equilibrio y un orden social más humano. En este sentido, animo a los
expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las
palabras de un sabio de la antigüedad: ‘No compartir con los pobres los
propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los
bienes que tenemos, sino suyos”.
» No a las mujeres sacerdotes, pero más presencia en la Iglesia. “Las
reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de
la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad,
plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se
pueden eludir superficialmente. El sacerdocio reservado a los varones,
como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una
cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse
particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad
sacramental con el poder (…). Aquí hay un gran desafío para los pastores
y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto
implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman
decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia”.
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» No al aborto, pero sí comprensión a las mujeres que abortan.
“Precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de
nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse
que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser
completamente honesto al respecto. Este no es un asunto sujeto a
supuestas reformas o ‘modernizaciones’. No es progresista pretender
resolver los problemas eliminando una vida humana. Pero también es
verdad que hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres
que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les
presenta como una rápida solución a sus profundas angustias,
particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como
producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza”.
» El Papa no tiene el monopolio. “Hay normas o preceptos eclesiales
que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas, pero que ya no
tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida. Santo Tomás de
Aquino destacaba que los preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al
Pueblo de Dios ‘son poquísimos’. Citando a san Agustín, advertía que los
preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con
moderación ‘para no hacer pesada la vida a los fieles’ y convertir
nuestra religión en una esclavitud, cuando ‘la misericordia de Dios
quiso que fuera libre’.
Esta advertencia, hecha varios siglos atrás, tiene una tremenda
actualidad. Debería ser uno de los criterios a considerar a la hora de
pensar una reforma de la Iglesia y de su predicación que permita
realmente llegar a todo. (…) Además, ni el Papa ni la Iglesia tienen el
monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta
de soluciones para los problemas contemporáneos. (…) Tampoco creo que
deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa
sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es
conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el
discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus
territorios
En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable
descentralización. (…) Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los
demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde,
como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten en
un ejercicio de mi ministerio (…). También el papado y las estructuras
centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado de una
conversión pastoral. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera”.
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