Los
poderes establecidos aún no parecen descifrar los vientos de cambio de
un pontífice cercano a los más humildes y que busca reformar viejas
estructuras
Francisco cumplirá el domingo próximo sus primeros siete meses de
pontificado. Pero la sensación para muchos es que pasaron años. Los
vientos de cambio que el papa del fin del mundo
hizo soplar, ese modo nuevo, totalmente distinto, de ejercer el papado,
ese llamado a un cambio de actitud en la Iglesia ante los “heridos” del
mundo, sus definiciones radicales sobre diversos temas antes tabú , lo
dieron vuelta todo.
Comienza a perfilarse un “Código
Francisco” que inquieta en las altas esferas eclesiásticas y otras
instancias de poder, que se sienten descolocadas, pero que sí es
entendido por la gente común. La catequesis de Jorge Bergoglio, de
hecho, no es sólo lo que dice en las homilías o en las audiencias
generales de los miércoles, sino esa hora que se la pasa saludando,
acariciando, besando a enfermos, discapacitados y pobres.
Esas declaraciones explosivas que formuló Francisco, las últimas en el diálogo con el fundador del diario La Repubblica, Eugenio Scalfari,
veterano periodista no creyente, fueron pequeños terremotos en el mundo
eclesiástico. Allí, quizá jugando al límite, no sólo disparó contra una
curia romana
“Vaticano-céntrica”. Dijo, además, que “la corte es la lepra del
papado”, confesó que si tuviera enfrente a un clerical se volvería
“anticlerical de golpe”, y escandalizó a sectores conservadores al decir
que cree en Dios. “[Pero] no en un Dios católico, porque no existe un
Dios católico, existe Dios”, dijo.
Francisco también sorprendió en la entrevista concedida a la
prestigiosa revista La Civiltà Cattolica, de los jesuitas, en la que
consideró a la Iglesia como “un hospital de campaña después de una
batalla”, llamando a acompañar a “heridos” como los divorciados vueltos a
casar, los homosexuales o aquellas mujeres que cometieron un aborto.
“No
podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al
matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos (…) Tenemos que
encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral
de la Iglesia corre el peligro de caer como un castillo de naipes”, le
dijo al director de La Civiltà Cattolica, el padre jesuita Antonio
Spadaro.
“La Iglesia es la casa de todos, no una capillita en la que cabe sólo
un grupito de personas selectas”, dijo. “La religión tiene derecho de
expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en
la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal”, sentenció, creando malestar en sectores conservadores.
“El pueblo aprendió a descifrar el Código Francisco, pero en la
Iglesia muchos debemos ir aprendiendo”, señaló a LA NACION el padre
Carlos Galli, teólogo argentino, de paso por Italia para dar una serie
de conferencias sobre su compatriota pontífice.
“Obispos, seminaristas, miembros de la Iglesia y movimientos que nacieron sobre todo
en tiempos de Juan Pablo II ahora están descolocados y sufren una
crisis de identidad por dos motivos: primero, porque creyeron que su
modelo eclesial era «el modelo»; segundo, porque tomaron como objetivo
pastoral defender con vehemencia algunos valores que Francisco sostiene,
pero que plantea de modo distinto, buscando curar heridas y un nuevo
equilibrio entre las normas doctrinales y el acompañamiento pastoral”,
apuntó Galli.
“Francisco mueve el piso porque, como en la parábola del hijo
pródigo, el hermano mayor, que siempre estuvo en la Iglesia, que observó
las reglas y miró desde arriba a los demás, ve que el Papa pone más
atención en las personas heridas, que representan al hermano menor”,
explica este teólogo.
“Cuando Francisco habla de la privatización de la Iglesia, piensa en
grupos y movimientos católicos que son autorreferenciales, se sostienen a
sí mismos y sólo difunden sus actividades”, subrayó Galli.
Los movimientos no son los únicos descolocados ante el “huracán”
Francisco, que la semana pasada, por primera vez, presidió durante tres
días la reunión del denominado “G-8″, el consejo de ocho cardenales de
todos los continentes que debe asesorarlo en la reforma de la curia y en
el gobierno universal de la Iglesia, en un claro avance en esa
colegialidad y sinodalidad que busca el Papa, poniendo en acto el
Concilio Vaticano II (1962-65).
Los desplazados de la curia también están molestos, así como aquellos
que se sienten inseguros ante lo que vendrá, en medio de los impulsos
reformadores de Francisco, que quiere un gobierno central de la Iglesia
ante todo limpio, ajeno a la mundanidad.
Los grupos ultraconservadores, que desde el inicio critican a
Francisco por el modo de ser y la forma de concebir la liturgia, por su
rechazo a ir a residir al departamento papal y por no ponerse los
zapatos rojos y la cruz pectoral, lo acusan ahora, en blogs y demás
sitios, de confundir a la grey católica, aguando la doctrina.
“Está hablando demasiado”, disparó el sitio tradicionalista Rorate Caeli hace unos días, al difundirse el diálogo con Scalfari.
Sin contar que en Wall Street y en el mundo de las altas finanzas
tampoco caen muy bien esos dardos que el Papa suele lanzar contra “este
mundo salvaje que no da trabajo y no ayuda” -como dijo anteayer en Asís-
y contra ese “liberalismo salvaje” que “hace fuertes a los más fuertes,
a los débiles más débiles y a los excluidos, más excluidos”.
“Hacen falta reglas de comportamiento y también, si fuera necesario,
intervenciones directas del Estado para corregir las desigualdades más
intolerables”, dijo en la entrevista a Scalfari. Ese es el “Código
Francisco”, un mensaje sin filtros, ajeno al poder y directo a la grey.
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