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martes, 8 de octubre de 2013

“Código Francisco”: un estilo directo a los fieles que inquieta a la elite de la Iglesia Elisabetta Piqué



Los poderes establecidos aún no parecen descifrar los vientos de cambio de un pontífice cercano a los más humildes y que busca reformar viejas estructuras
Francisco cumplirá el domingo próximo sus primeros siete meses de pontificado. Pero la sensación para muchos es que pasaron años. Los vientos de cambio que el papa del fin del mundo hizo soplar, ese modo nuevo, totalmente distinto, de ejercer el papado, ese llamado a un cambio de actitud en la Iglesia ante los “heridos” del mundo, sus definiciones radicales sobre diversos temas antes tabú , lo dieron vuelta todo.

Comienza a perfilarse un “Código Francisco” que inquieta en las altas esferas eclesiásticas y otras instancias de poder, que se sienten descolocadas, pero que sí es entendido por la gente común. La catequesis de Jorge Bergoglio, de hecho, no es sólo lo que dice en las homilías o en las audiencias generales de los miércoles, sino esa hora que se la pasa saludando, acariciando, besando a enfermos, discapacitados y pobres.
Esas declaraciones explosivas que formuló Francisco, las últimas en el diálogo con el fundador del diario La Repubblica, Eugenio Scalfari, veterano periodista no creyente, fueron pequeños terremotos en el mundo eclesiástico. Allí, quizá jugando al límite, no sólo disparó contra una curia romana “Vaticano-céntrica”. Dijo, además, que “la corte es la lepra del papado”, confesó que si tuviera enfrente a un clerical se volvería “anticlerical de golpe”, y escandalizó a sectores conservadores al decir que cree en Dios. “[Pero] no en un Dios católico, porque no existe un Dios católico, existe Dios”, dijo.
Francisco también sorprendió en la entrevista concedida a la prestigiosa revista La Civiltà Cattolica, de los jesuitas, en la que consideró a la Iglesia como “un hospital de campaña después de una batalla”, llamando a acompañar a “heridos” como los divorciados vueltos a casar, los homosexuales o aquellas mujeres que cometieron un aborto.
“No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos (…) Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre el peligro de caer como un castillo de naipes”, le dijo al director de La Civiltà Cattolica, el padre jesuita Antonio Spadaro.
“La Iglesia es la casa de todos, no una capillita en la que cabe sólo un grupito de personas selectas”, dijo. “La religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal”, sentenció, creando malestar en sectores conservadores.
“El pueblo aprendió a descifrar el Código Francisco, pero en la Iglesia muchos debemos ir aprendiendo”, señaló a LA NACION el padre Carlos Galli, teólogo argentino, de paso por Italia para dar una serie de conferencias sobre su compatriota pontífice.
“Obispos, seminaristas, miembros de la Iglesia y movimientos que nacieron sobre todo en tiempos de Juan Pablo II ahora están descolocados y sufren una crisis de identidad por dos motivos: primero, porque creyeron que su modelo eclesial era «el modelo»; segundo, porque tomaron como objetivo pastoral defender con vehemencia algunos valores que Francisco sostiene, pero que plantea de modo distinto, buscando curar heridas y un nuevo equilibrio entre las normas doctrinales y el acompañamiento pastoral”, apuntó Galli.
“Francisco mueve el piso porque, como en la parábola del hijo pródigo, el hermano mayor, que siempre estuvo en la Iglesia, que observó las reglas y miró desde arriba a los demás, ve que el Papa pone más atención en las personas heridas, que representan al hermano menor”, explica este teólogo.
“Cuando Francisco habla de la privatización de la Iglesia, piensa en grupos y movimientos católicos que son autorreferenciales, se sostienen a sí mismos y sólo difunden sus actividades”, subrayó Galli.
Los movimientos no son los únicos descolocados ante el “huracán” Francisco, que la semana pasada, por primera vez, presidió durante tres días la reunión del denominado “G-8″, el consejo de ocho cardenales de todos los continentes que debe asesorarlo en la reforma de la curia y en el gobierno universal de la Iglesia, en un claro avance en esa colegialidad y sinodalidad que busca el Papa, poniendo en acto el Concilio Vaticano II (1962-65).
Los desplazados de la curia también están molestos, así como aquellos que se sienten inseguros ante lo que vendrá, en medio de los impulsos reformadores de Francisco, que quiere un gobierno central de la Iglesia ante todo limpio, ajeno a la mundanidad.
Los grupos ultraconservadores, que desde el inicio critican a Francisco por el modo de ser y la forma de concebir la liturgia, por su rechazo a ir a residir al departamento papal y por no ponerse los zapatos rojos y la cruz pectoral, lo acusan ahora, en blogs y demás sitios, de confundir a la grey católica, aguando la doctrina.
“Está hablando demasiado”, disparó el sitio tradicionalista Rorate Caeli hace unos días, al difundirse el diálogo con Scalfari.
Sin contar que en Wall Street y en el mundo de las altas finanzas tampoco caen muy bien esos dardos que el Papa suele lanzar contra “este mundo salvaje que no da trabajo y no ayuda” -como dijo anteayer en Asís- y contra ese “liberalismo salvaje” que “hace fuertes a los más fuertes, a los débiles más débiles y a los excluidos, más excluidos”.
“Hacen falta reglas de comportamiento y también, si fuera necesario, intervenciones directas del Estado para corregir las desigualdades más intolerables”, dijo en la entrevista a Scalfari. Ese es el “Código Francisco”, un mensaje sin filtros, ajeno al poder y directo a la grey.

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