Siria vuelve a hacer bueno aquello de que “cuando el sabio señala la
luna, el necio se queda mirando el dedo”. Y el sabio en este caso son las organizaciones, centros de estudio y personalidades que han señalado una y otra vez:
1) Que las intervenciones militares no pueden plantearse en términos
dicotómicos: o se interviene o la matanza continuará, obviando las
alternativas, las enormes complejidades y causas de fondo del conflicto,
así como las consecuencias de un eventual ataque (escalada regional, deterioro de la situación humanitaria, etc.);
2) Que no pueden defenderse con un
repentino sentido de urgencia, que acaba eclipsando casi todo, como si
con anterioridad no se hubieran producido masacres. Son 100.000 ya las
personas que ha muerto y más de seis millones las personas desplazadas
en los últimos dos años y medio como consecuencia del conflicto.
3) Que no pueden presentarse en clave de buenos y malos, como si uno
de los problemas fundamentales no radicara en un sistema internacional
que hace aguas por todas partes y que es rehén, una y otra vez, de la
realpolitik de muchos estados que anteponen sus intereses domésticos al
interés colectivo.
Y aquí nos encontramos todos una vez más, debatiendo sobre si
intervenir o no. Sí, sería muy grave la utilización de gas sarín por
parte del régimen sirio, y la muerte de tantas personas, entre ellos
miles y miles de niños, y el sentido de impunidad que de todo ello puede
derivarse si no se hace nada. Aquí nos encontramos de nuevo obviando
los debates de fondo que ya fueron planteados con Malí, antes con Libia,
antes con Afganistán, antes con Irak, y así…O las preguntas que el
director de FundiPau, Jordi Armadans, se hacía en un sugerente post en
su blog, hace sólo unos días:
“Si queremos la paz, ¿tiene lógica que el gasto militar mundial
sea de 1,75 billones de dólares? ¿Hay que recordar que, hasta hace 4
meses, no se ha aprobado el primer tratado que regula mundialmente el
comercio de las armas y que todavía tiene que entrar en vigor? ¿Somos
conscientes de que los sistemas de protección
de los derechos humanos y de garantías jurídicas internacionales se
encuentran en pañales? ¿Ignoramos que la injusticia y la desigualdad
económicas son realidades que definen nuestro mundo? ¿Sabemos que
dejamos pudrir buena parte de los conflictos hasta que no nos estallan
en la cara? ¿Hemos olvidado que, hasta hace cuatro días, muchos
gobiernos democráticos daban apoyo explícito a dictaduras tiránicas?
¿Tenemos presente que muchos Estados, centros de análisis, ámbitos de
docencia, gabinetes asesores, etc. destierran los valores en la política
exterior y alaban el ‘realismo’ (que quiere decir, ‘justificamos las
barbaridades que sea necesario para defender nuestros intereses’)?”.
Y en medio de todo el debate, la gente sigue muriendo en Siria, y en otras partes del mundo,
como en la República Democrática del Congo, donde recordemos que más de
cinco millones de personas han muerto desde mediados de los noventa en
una guerra que no tiene fin. Quizá no sea óptimo mezclar contextos de
conflicto que tienen características y trayectorias específicas, pero sí
que tiene sentido subrayar elementos estructurales, que se repiten una y
otra vez. El debate sobre Siria debe también contemplarlos. En este
sentido, existen tres aspectos fundamentales que deben plantearse:
a) Explorar las alternativas: existen muchas maneras de presionar a
un régimen sin recurrir al bombardeo indiscriminado y de los “daños
colaterales”. De la diplomacia que fuerce un alto el fuego hasta las
sanciones y embargos internacionales, que pueden no dar fruto como
parece ser el caso. Sea como fuere, la guerra nunca es la última opción,
ya que la guerra en sí es el rotundo fracaso del ingenio humano y
porque toda guerra siempre implica más víctimas inocentes. (En este
sentido, vale la pena leer la declaración del International Crisis Group
al respecto)
b) Multilateralismo y el debate sobre la Responsabilidad de Proteger:
la Segunda Guerra Mundial dejó, al menos aparentemente, la voluntad de
construir un sistema multilateral que tomara las decisiones de manera
conjunta. Dicho sistema, si nos referimos a Naciones Unidas, se ha ido
mostrando, con el paso de los años, inoperante (víctima de los intereses
encontrados de las grandes potencias) y nada democrático (si se tiene
en cuenta el veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de
Seguridad). Desde hace unos años planea un debate del que me confieso
poco apasionado -por todas las contradicciones que también encierra (y
motivo de otro post)- si bien siempre supone una alternativa un tanto
más consensuada que la intervención unilateral. Me refiero al debate
sobre la “Responsabilidad de Proteger” (R2P), esto es, que la comunidad
internacional sea capaz de intervenir en aquellos estados en los que se
considere que el gobierno no protege a su población, superando así el
sacrosanto principio de “soberanía”.
c) Que lo inmediato y local no invisibilice nunca las contradicciones
globales: hay que volver una y otra vez al debate sobre las grandes
contradicciones del sistema internacional, desde las que tienen que ver
con el gasto militar señaladas anteriormente, hasta aquellas
relacionadas con las agendas domésticas que llevan a algunos estados a
respaldar unas situaciones y no otras o a encontrarse en el fondo de
algunos de los problemas de países como Siria, Malí o RD Congo. Que
nadie olvide la historia de mentiras que supuso Irak y las raíces de
aquel conflicto que tenían a EEUU en el epicentro.
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