FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA ENERO 2025

miércoles, 3 de septiembre de 2025

¿A QUÉ ESTOY DISPUESTO/A RENUNCIAR? DOMINGO 23º T.O. (C) Lc 14,25-33


col labrador

 Mucha gente va acompañando a Jesús en su camino hacia Jerusalén. Ayer como hoy, para evitar entusiasmos facilones, superficiales, nos invita a dejar la ley del cumplimiento, ir más allá de normas y preceptos que hemos observado siempre, para entrar en la dinámica del auténtico seguimiento. Solo en ese contexto podemos entender las exigencias que Jesús nos propone: preferirle a él, tomar la cruz y renunciar a los bienes, que se resumen en una sola: total disponibilidad. Un camino que no termina nunca y en el que es necesario dejar todo tipo de méritos, servidumbres, para depender solo de Dios, llevarle como la única pertenencia.

Jesús no se dirige a unos pocos, hoy, tal vez cristianos bautizados, sino a una multitud que le sigue, pero lo hace personalmente: “Si alguno/a se viene conmigo…” porque la respuesta en todo caso es personal, adulta. El cristiano no se define como una persona que ha optado por una ideología, una doctrina, unos principios, ni siquiera por un comportamiento ético. Cristiano/a es el que sigue a Jesús prefiriéndole a todo lo demás. Sin esa disponibilidad no puede haber auténtico seguimiento. Es una decisión personal que puede ser tímida, ambigua, con reservas al comienzo, pero seguirá fortaleciéndose en la medida en que me deje cautivar por el amor incondicional de Jesús.

La clave de esa primera exigencia está en la frase “incluso a sí mismo/a”, porque ese amor puede ser una trampa que nos lleva al más puro egoísmo. El seguir a Jesús está basado en el amor, pero no tiene por qué estar reñido con el amor al padre, a la madre, a la familia… Sería algo absurdo y mal planteado. Seguirle implica amar más y mejor a nuestros seres queridos, a las personas cercanas y aun lejanas, como comunidad fraterna que somos.

Otra cosa es que el seguimiento provoque en los familiares o en nuestro entorno relacional, oposición y rechazo como le ocurrió al mismo Jesús. Aunque es sabido que el rechazo que padeció Jesús estuvo mucho más vinculado a los dirigentes políticos y religiosos que a la familia. Si alguien te quiere apartar de tu verdadero ser, de tus convicciones más genuinas, está claro que no se puede ceder ante ese ‘amor’ o autoridad mal entendida y engañosa. De ahí viene la cruz, las cruces que cada día se nos muestran ante nuestros ojos.

“En Gaza no solo hay una emergencia humanitaria, hay un colapso humano total. Hay hambre, sed y trauma colectivo. Hay familias atrapadas entre los escombros de su propia historia, buscando a tientas la dignidad que Israel y una comunidad internacional inerte les ha negado. Lo que ocurre no es una catástrofe natural, ni una consecuencia inevitable de un conflicto: es el resultado de la violencia extrema ejercida por Israel sobre la población palestina y el resultado de decisiones políticas sostenidas que impiden deliberadamente la supervivencia de una población entera” (Informe UNRWA)

En un mundo injusto con un orden mundial establecido de acuerdo con los intereses de las grandes potencias y en contra de la mayoría de los países pobres, el mensaje de Jesús provoca rechazo, división y persecución. De ahí el pasar como él por la agonía y la cruz.

Alcanzamos la plenitud cuando somos capaces de desplegar el amor auténticamente humano, sin limitaciones, sin condicionamientos egoístas. La cruz simboliza todas las dificultades y obstáculos, personales y comunitarios, que vamos a encontrar en el camino del seguimiento.

En cuanto a la renuncia de los bienes, hay que recordar que los que entraban a formar parte de la comunidad ponían en común los bienes que tenían. Se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era que en ella no hubiera necesidad, pobres ni ricos (Hch 4,32-36).

Quienes hemos tenido/tenemos la suerte de pertenecer a una comunidad cristiana hemos vivido esa rica y fecunda experiencia. Pero también en otros grupos o asociaciones. Hoy día no es fácil llevar a la práctica esa vivencia. En todo caso, es evidente que la acumulación de riquezas se hace siempre a costa de otros seres humanos. Lo que yo poseo en demasía es causa de pobreza y miseria para otros/as.

Debemos tener en cuenta también que el seguimiento de Jesús no puede consistir en una renuncia, en un sacrificio, en algo negativo como se ha insistido tantas veces. Es una oferta de plenitud, de gozo. Se trata de elegir lo mejor para mí, para los hermanos/as. Aceptar con alegría los riesgos y las exigencias que se derivan de ese seguimiento, exigencia de mi/nuestro verdadero ser. La profunda experiencia interior que vivió Jesús le impulsó a practicar un despliegue de libertad y de humanidad que toda persona puede realizar. Esa plenitud fue también el objetivo de su predicación.

En definitiva, ¿a qué estoy dispuesto/a a renunciar? ¿Qué experiencia de liberación gozosa, fecunda, comprometida, verdadera, estoy viviendo como cristiano/a?

¡Shalom!

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