
El relato del evangelio comienza en un clima de desconfianza y desafío. Un maestro de la ley quiere poner a prueba a Jesús, porque mucha gente le llama “maestro”, sin haber sido reconocido oficialmente como tal. El estudio de la ley era duro y exigía mucha dedicación. A cambio, el título permitía ser un referente a la hora de interpretar la ley o discutir sobre ella. Cuando se llegaba a una casuística exagerada, el maestro de la ley tenía la última palabra.
Podemos suponer que quien tenía el título no querría que alguien que no lo tenía le hiciera la competencia. Había una solución: dejar a Jesús en ridículo públicamente. Por eso le pone a prueba con una pregunta fundamental: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
No le hace cualquier pregunta relacionada con el trabajo, el bienestar o las costumbres, sino que apunta directamente a la salvación. Y ¿quién puede tener “la clave” de la salvación, sino quien conoce la respuesta de memoria, porque se la ha aprendido? (Nota: también ahora adolecemos del mismo mal…)
El maestro de la ley quiso justificarse, como hacemos cualquiera de nosotr@s a menudo. Porque amar a Dios tiene muchas escapatorias, muchos “atajos”. Podemos creer que le amamos, ofreciéndole ritos que Jesús denunció reiteradas veces. Recordemos: “Misericordia quiero, no sacrificios”.
Sin embargo, para amar al prójimo solo hay dos caminos: pasar de largo o compadecernos. No hay escapatoria posible.
Hoy es un buen día para recordar los rostros y los nombres de las personas que nos hemos ido encontrando por el camino de la vida, esas personas que nos necesitaban y, en lugar de ayudarles, hemos pasado de largo.
Es posible que, para tranquilizar nuestra conciencia, le hayamos pedido a Dios que hiciera nuestro trabajo. Es más cómodo orar e interceder por las necesidades ajenas que “curar las heridas y montar al prójimo en la cabalgadura en la que vamos sentados cómodamente”.
Hoy, hay millones de hombres, mujeres y niñ@s que están tan maltratad@s como el hombre que cayó en mano de bandidos. Much@s huyen de sus lugares de origen buscando la paz y el pan de cada día. Están entre nosotr@s. ¿Pasamos de largo o nos compadecemos?
La Palabra nos interpela con fuerza: Practicar la misericordia, es dirigir nuestro corazón, nuestra alma, nuestras fuerzas y nuestra mente hacia la miseria del prójimo. Ojalá nos sacudan las frases: “Haz esto y tendrás vida”, “Anda y haz tú lo mismo”.
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