
Elegir a un hereje como protagonista de su parábola, contrastar su comportamiento humano frente a la indiferencia del sacerdote y el levita, y ponerlo de modelo para todo un escriba o doctor de la ley (“Anda y haz tú lo mismo”), pone de relieve la actitud provocativamente abierta, inclusiva y compasiva de Jesús. No importan tanto las creencias o la doctrina “ortodoxa” -viene a decir-, cuanto el amor hecho compasión y cuidado efectivo. Al leer un texto como este, ¡nos parece tan obvio e incontestable su mensaje!… Y, sin embargo, rápidamente nos enredamos en comportamientos marcados por el egocentrismo, el individualismo y la confrontación.
El amor es lo único que nos salva -nos construye interiormente- y lo único que salvará a la humanidad. Al vivirlo, no estamos, en primer lugar, adoptando una exigencia moral, sino dejando que se exprese lo que somos en profundidad. Somos amor. Y, sin embargo, su vivencia no es fruto del voluntarismo, sino de la comprensión experiencial y de la liberación de miedos que nos hacen vivir replegados o encerrados sobre nosotros mismos.
Vivir en amor empieza por escuchar el anhelo interior, que podemos tener olvidado, ignorado o bloqueado, implica ir liberándonos de los propios miedos y necesidades y continúa por dejarnos sentir habitados por los otros. En la medida en que voy abriendo mi corazón, notaré que se puebla de personas, a las que miro con respeto, valoración, admiración y afecto.
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