fe adulta
Iniciamos el tiempo de Cuaresma marcado por el ritmo anual de la liturgia. Cabe esperar que ya hemos superado esa visión de la Cuaresma como un tiempo oscuro, lúgubre, donde los sacrificios o penitencias eran la puerta necesaria para entrar en la Pascua. Se miraba más al exterior, al cumplimiento de una serie de normas con poco sentido, a realizar obras que cobraban valor si suponía un esfuerzo, una especie de precio a pagar para conseguir no sé qué tranquilidad de conciencia. Esta tradición probablemente nació por una distorsionada interpretación del tiempo que Jesús pasó en el desierto donde todo lo que vivió fueron tentaciones. Precisamente, el texto evangélico de este 1er Domingo de Cuaresma nos recuerda este pasaje de su vida.
Afortunadamente hoy podemos hacer un análisis más profundo y menos literal de esta etapa de la vida de Jesús, más liberador y constructivo para tod@s. Y lo que nos encontramos no son 40 días cronológicos viendo a un Jesús que pasa hambre, rodeado de animales y tentado por el diablo. Lo que nos encontramos es con un Jesús que vive una etapa en la que, como todo ser humano, tiene que hacer frente a las sombras conscientes e inconscientes que planean en su vida.
Comienza el texto con una afirmación que es clave para poder comprender todo lo posterior: Jesús, tras el Bautismo, se siente lleno de Espíritu Santo quien le conduce al desierto. No va al desierto por placer sino por elegir seguir la voz interior de ese impulso divino que le sitúa en la necesidad de cambiar de plano en su existencia.
Jesús ya había experimentado en el Bautismo su verdadera identidad - Hijo de Dios, una vivencia que le daba profundidad y una honda raíz para sostener el árbol de su vida. Ahora bien, no es suficiente, tampoco posible, vivir conectados permanentemente a nuestro centro existencial, porque nuestra vida es un proceso de integración de nuestros límites que no solo se presentan como enfermedades y sufrimientos físicos; también aparecen en formato de sombras que nos complican y muchas veces amargan. La sombra se genera porque un cuerpo, en sentido figurado en este contexto, se interpone en la luz. La luz de Jesús es su identidad de ser hijo de Dios, como la nuestra. Es la figura metafórica del diablo quien le recuerda que, si de veras es Hijo de Dios, lo puede todo. Lo que este personaje le plantea es cómo va a usar esa identidad, esa luz, el para qué, el por qué y el hacia dónde.
La sombra tiene mucho que ver con experiencias de las que probablemente no somos responsables pero que bloquean el fluir de la realidad divina que nos habita. Algunas sombras se generan por heridas y experiencias emocionales que nos han dejado tan vulnerables que pueden llegar a condicionar las grandes decisiones de nuestra vida. Otras sombras también son fruto de nuestra decisión consciente de vivir desconectados de nuestro centro porque nos da una compensación más inmediata, más placentera a corto plazo, pero sin solidez. Jesús, en el desierto, se enfrenta a la sombra del vacío interior, de la insana soledad, del hambre emocional, sombras de poder, de dominación, de posesión, de idolatría. Y maneja esta situación no desde la huida sino desde el diálogo con ella. Dialogar con nuestras sombras, con nuestra vulnerabilidad, es una manera muy liberadora de integrar nuestros límites. Se trata de sacarla a la luz como hizo Jesús en el desierto y no identificarse con ella porque somos más que sombras.
Te invito a iniciar esta Cuaresma realizando una doble mirada. La primera hacia tu interior, sin miedo, con valentía y ver qué cuerpos psicológicos de tu yo desenfocado están interfiriendo entre la Luz y tu vida. La segunda mirada hacia el exterior, hacia lo que en este mundo y en nuestros pequeños mundos, está retorcido: guerras, injusticias, poderes económicos, liderazgos que someten, dominan, empobrecen, excluyen y matan y un largo etcétera que puedes completar. Quizá te des cuenta de que todo el mal proviene de esa mala decisión de desconectarnos de lo que somos, del polo positivo de nuestra existencia, nuestra identidad más esencial, como en Jesús el ser Hijo de Dios.
Baste con mirar el 8 de marzo, el día internacional de la mujer, que, más allá de lo político e ideológico, nos muestra la necesidad de no ser cómplices de este sistema patriarcal en el que todavía vivimos. No se trata sólo de conseguir derechos sino de una mirada nueva a la verdadera dignidad que nos iguala. ¡¡¡FELIZ CAMINO DE CUARESMA!!!
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