Cada año la Cuaresma llama a la puerta de nuestra conciencia para revisar nuestra vida, para invitarnos a la conversión. Este año comienza el 5 de marzo, con el miércoles de ceniza. Hace poco leía que este tiempo era la “Momento del espejo” o “La Cuaresma del espejo”. Porque es un tiempo de mirarnos al espejo para vernos a nosotros mismos, y esto cuesta, a veces no es agradable. Cuando Jesús se retira al desierto a ayunar y orar (Cf. Mt. 4, 1-2) lo hace también para mirarse al espejo, para enfrentarse a lo que nosotros hacemos todos los días: las tentaciones, las luchas internas, las dificultades de la vida, nuestras caídas. Es mirarnos al espejo de nuestra propia vida y reconocernos como somos. Jesús nos muestra, que a pesar de las pruebas duras y difíciles de la vida, y poniendo nuestra vida en manos del Padre, podemos salir victoriosos, porque tenemos la esperanza de la resurrección, porque a pesar de nuestras caídas, el amor de Dios triunfa siempre y vence las tentaciones.
La cuaresma es un tiempo de conversión personal, de cambio interior. “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc. 1, 15). Conversión que viene motivada por una vivencia del Evangelio en nuestra vida. Es una llamada urgente a cambiar de vida, dejando atrás una vida de pecado, orientando nuestra vida hacia Dios y hacia los demás con un corazón nuevo. Una conversión personal, sin condicionarnos si nuestros hermanos se convierten o no. Soy yo quien debe de cambiar, quien debe revisar mi vida.
Este año se nos hace una llamada a la conversión de nuestro corazón. “Lo que sale de dentro, del corazón, es lo que hace impuro al hombre” (Mc. 7, 14). La Cuaresma toca el interior que hay que cambiar, transformar, para que desde dentro salga lo bueno, lo constructivo. somos llamados a una conversión profunda que no solo afecte nuestros actos, sino que transforme nuestro corazón. “Tenemos todos que cambiar nuestros corazones, con los ojos puestos en el orbe entero y en aquellos trabajos que todos juntos podemos llevar a cabo para que nuestra generación mejore” (G.S. 82. Dilexit nos 29). No hay conversión personal sin una transformación de nuestro corazón.
En octubre del pasado año 2024 se nos entregaba la Documento final del Sínodo. En él se nos hablaba de la necesidad de una conversión sinodal, para que la iglesia sea más misionera, más plural y participativa. Esta conversión sinodal nos compromete a transformar las relaciones dentro de nuestras comunidades, parroquias, movimientos, fomentando una mayor comunión, participación y misión, donde todas las estructuras eclesiales estén al servicio de la evangelización, teniendo los laicos y la mujer, mayor protagonismo.
La Cuaresma siempre pone el acento en la conversión social. “Misericordia quiero y no sacrificios” (Os. 6, 6). La Cuaresma no solo es un proceso de purificación y renovación personal, sino también un proceso de purificación social. No hay conversión personal sin compromiso social. Si queremos seguir a Jesús debemos comprometernos a luchar contra todas formas de injusticia. “Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos” (Is. 58, 6-7). No hay Cuaresma con hermanos al lado sufriendo, no hay Jubileo mirando hacia otro lado ante las injusticias y el dolor de mis hermanos (Cf. Lc. 10, 25-37). Esta Cuaresma no me lleva a la Pascua, si pasando al lado de Cristo que sufre en los pobres, paso de largo, y no le ayudo a resucitar. La Pascua y la resurrección llevan a la libertad.
Conversión con la ayuda del Espíritu Santo. Nadie se salva solo. El camino de la Cuaresma lo hago de la mano del Espíritu «Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo” (Mt. 4, 1). Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu Santo para ser probado y purificado, nosotros también somos llamados a entrar en este desierto de la Cuaresma con la esperanza de ser purificados. Pero también fue este Espíritu el que sostuvo a Jesús en las pruebas del desierto. Su Espíritu es el que nos acompañará en este camino de conversión: “Le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad” (Jn. 14, 16). Su Espíritu completará la obra que ha comenzado en nosotros, nuestra conversión.
Conversión, camino de la Esperanza. «Ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti.» (Salm. 37, 9) La Cuaresma no es solo un tiempo para mirar nuestras debilidades, sino también un tiempo para experimentar la misericordia infinita de Dios. Cada momento de arrepentimiento, cada esfuerzo por cambiar, es una oportunidad para abrir nuestros corazones a la esperanza, a la certeza de que, aunque a veces podamos sentirnos frágiles, porque “la esperanza no defrauda” (Rm. 5, 5), no estamos abandonados, porque el amor de Dios siempre nos encuentra donde estamos y su esperanza nos sostiene, porque está fundamentada en la promesa de la resurrección.
Florencio Roselló, arzobispo de Pamplona
Religión Digital
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